Le Pen quiere ser 'normal'

El Mundo, 18-12-2006

El Frente Nacional francés suaviza su discurso, pero aún no ha conseguido las firmas necesarias para disputar la carrera al Elíseo Jean – Marie Le Pen se considera capaz de jugarse las presidenciales en la segunda vuelta. Tiene a favor los sondeos de opinión pública – 17% en intención de voto – , pero tiene en contra la rivalidad de Nicolas Sarkozy, precisamente porque la mitad de los simpatizantes del Frente Nacional (FN) proclama una buena opinión del ministro del Interior.


Y es que las elecciones de 2007 se disputan con las cartas de la inmigración y la seguridad. Sarko ha sabido manejarlas desde la cartera gubernamental que desempeña, aunque llama la atención que la pujanza del ministro no haya relativizado el peso de Le Pen en el mapa político de Francia. Será porque la extrema derecha conserva un espacio natural bien arraigado. O será porque el Frente Nacional ha evolucionado hacia un proyecto político menos racial y más sofisticado.


Tal como gráficamente ha declarado Marine Le Pen, hija del patriarca y coordinadora de la campaña, las siglas del FN aspiran a convertirse en un «partido normal», es decir, desprovisto del veneno xenófobo y orientado a un electorado que no tenga que avergonzarse de su militancia.


El fenómeno explicaría, en parte, el hecho de que Le Pen, rival de Chirac en el segundo turno de 2002, maneje el doble de la intención de voto que los sondeos le concedían hace cinco años. No es que el líder ultraderechista haya ganado terreno. Simplemente ocurre que sus votantes han perdido el miedo a confesar el destino de la papeleta.


No sucede lo mismo con los apadrinamientos que se requieren para oficializar una candidatura. De acuerdo con la ley francesa, los aspirantes al Elíseo tienen que reunir las firmas de al menos 500 cargos electos (alcaldes, concejales…), pero Le Pen todavía no ha conseguido juntarlos y amenaza con sublevarse si finalmente se queda fuera de juego.


A su juicio, la culpa la tiene el primer ministro, Dominique de Villepin, reacio a modificar un aspecto de la ley que garantizaría el anonimato de los padrinos. Actualmente es obligatorio confesar el nombre , y el lepenismo, según parece, perjudica la reputación de quienes tutelan al FN.


No es el único argumento de beligerancia en la derecha. Jean – Marie Le Pen también acusa al partido de Sarkozy, el UMP, de estar presionando a los cargos electos y a los alcaldes de filiación independiente para evitar que su lista consiga el requisito imprescindible de las 500 firmas. «Está claro que me tienen miedo. Saben que mi partido está más fuerte que nunca y que puede convertirse en la verdadera alternativa. Mis visiones sobre la globalización, la inmigración, la educación y Europa me dan la razón. Los electores están conmigo», proclamaba Le Pen.


El capo del Frente Nacional mantiene su aversión a la Unión Europea y sostiene que hay demasiados negros en la selección de fútbol, pero ha suavizado su doctrina xenófoba. Hasta el extremo de que proliferan en las calles francesas las pancartas publicitarias con una joven de tez morena y pelo rizado que incita a votar para su formación.


Quizá es una manera de reconciliarse con el abundante electorado marginal o de escapar a la demonización, aunque la quinta campaña presidencial de Le Pen – el viejo ya tiene 78 años – se antoja menos fácil de cuanto ha cundido entre los halcones de su propio acuartelamiento.


Es verdad que el Frente Nacional puede repetir el resultado de 2002, cuando obtuvo el 16,8% de los votos, o mejorarlo discretamente, pero la fortaleza de la socialista Ségolène Royal y la proyección de Sarkozy sitúan a ambos líderes como claros aspirantes a jugarse la segunda vuelta en mayo de 2007.


Le Pen, por si acaso, previene de los errores a sus compatriotas, acusa a Sarko de haberle copiado muchas ideas y dice que Royal es una buena candidata para hablar de zapatos, faldas, blusas y bolsos. «Háganme caso. Estos dos tipos son los políticos de siempre con caras nuevas. Sólo yo puedo darle a Francia el lugar que se merece. Sólo yo puedo devolverle su orgullo», señala Le Pen en plan mesiánico.


El optimismo del sujeto tiene que sobreponerse a la competencia que le asedia desde el centro y desde la extrema derecha. No sólo porque el líder ultra Philippe de Villiers, del Movimiento por Francia, quiere adjudicarse el electorado extremista. También porque el moderado François Bayrou, candidato de la Unión por la Democracia Francesa y socio a medias tintas del Gobierno actual, aspira a convertirse en el tercer hombre de la carrera entre quienes aspiran a conquistar el trono de Chirac.

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