"EL UNIVERSAL". MÉXICO.
Una década consagrada a hospedar migrantes
Prensa Latinoamericana, 10-12-2006LILIANA ALCÁNTARA Y MARÍA DE JESÚS PETERS / ENVIADA Y CORRESPONSAL
El Universal
Domingo 10 de diciembre de 2006
TAPACHULA, Chis.- Desde hace 10 años, al albergue Belén llegan mujeres y hombres centroamericanos que pretenden escapar de la pobreza en sus países. Se les ve agotados, con hambre y melancólicos.
El padre Flor María Rigoni los recibe en este refugio para que tomen aliento y decidan continuar su camino o regresar.
El sacerdote forma parte de la Congregación de los Misioneros de San Carlos Scalabrinianos una comunidad internacional de religiosos, hermanos y sacerdotes, fundada en Italia en 1987 por el beato Juan Bautista Scalabrini, cuyo fin es dar auxilio a los migrantes.
Por esa labor, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos le otorgará este año al padre Flor María el Premio Nacional de Derechos Humanos 2006.
El padre, de origen italiano, considera que la migración es producto de la guerra entre ricos y pobres; que el ferrocarril le puede quitar una pierna o un brazo a un migrante pero que la autoridad le arrebata la dignidad, y que la administración del ex presidente Vicente Fox cometió un pecado por omisión al convertirse en guardián de Estados Unidos.
“Los migrantes parecen ahora títeres en la cuerda floja, con soldados apuntándoles para ver a quién tiran”, dice este hombre amante de la poesía.
De entre las miles de historias que conoce una le dolió más: la de tres mujeres de El Salvador que fueron violadas en la frontera de México, en la zona de Talismán, por ocho hombres -uno de los cuales tenía 12 años de edad.
“Una de ellas, llorando, antes de irse se acercó y me dijo: ese niño pudo ser mi hijo, piénselo… A una de ellas la tuvimos que llevar al hospital porque la habían desgarrado… era virgen”.
Flor María llegó a México en 1984, cuando 687 mil mexicanos fueron deportados de Estados Unidos por carecer de documentos migratorios.
“En ese tiempo vi que aquí estaba ocurriendo lo mismo que en Europa, donde se estaba expulsando a comunidades enteras”.
Se quedó en México porque me dijeron “que aquí tenía mi casa y sí, me encontré en mi casa”. Permaneció en esta región “porque esta es una frontera que se ensancha, es la puerta de África, Asia, el Este europeo”.
Este misionero critica a quienes piensan que el migrante es alguien débil, pobre, “descamisado”, porque es todo lo contrario: “Un hombre que tiene las agallas y la fuerza para abrirse camino”.
Reconoce que entre las oleadas de personas que se dirigen hacia el norte del continente “hay quienes se disfrazan de migrantes y son bandidos”. Pero esos son los menos. La mayoría, dice, son hombres, mujeres y niños que no tienen nada que perder y que entonces prefieren morir dando un paso, que fallecer “de hambre y de vergüenza”.
El albergue Belén cumple este 1 de enero 10 años de existencia. En él se da hospedaje y alimento de manera gratuita por tres días. Después de ese tiempo se tiene que salir del refugio.
“Les damos tres días porque ellos tienen que seguir su camino y detrás de ellos vienen otros que también necesitan nuestra ayuda”, explica.
De las personas que llegan al albergue, 99% son migrantes centroamericanos, el restante 1% son africanos y asiáticos, pero también hay solicitantes de refugio que huyen para salvar sus vidas no de la pobreza sino de la violencia.
Una mujer de 40 años de edad narra su experiencia: “Me vine con mi esposo y mi hijo de cuatro años porque los maras nos tienen amenazados. Somos comerciantes y nos piden una renta de 200 dólares mensuales y si no lo hacemos nos matan… Dejé a mis otros tres hijos grandes y me los van a traer… Dimos aviso a la policía allá en El Salvador pero nos dijeron que si podíamos salir del país era mejor y por eso estamos aquí”.
El padre Flor María camina descalzo; tiene una larga barba blanca y porta una cruz mediana que se sujeta a la cintura. “No sé si yo llevo la cruz o la cruz me lleva a mí”, expresa.
Dice que México está lleno de contradicciones. “Esta casa se puede cerrar porque jurídicamente no tiene sustento, y sin embargo, aquí estamos, esa es una de las contradicciones”.
Este misionero cree que no hay muro que detenga a la humanidad, pero ve lejana la posibilidad de que algunos de los preceptos escritos en la entrada de su albergue se cumplan: “Libertad de emigrar, no de forzar a emigrar, porque tan buena es la migración espontánea como dañina es la incitada”.
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