La maleta de Mijaela
LLEGÓ HACE 4 AÑOS, «DE IRREGULAR, COMO LA MAYORÍA» CON SUS PERTENENCIAS EN UN ÚNICO BULTO: HOY ES UNA DE LOS 6.160 RUMANOS CON RESIDENCIA LEGAL EN EUSKADI
Deia, 03-12-2006La entrada de Rumania en la UE y la moratoria de dos años que impondrá el Estado español a la llegada de trabajadores de aquel país les ha puesto aún más de actualidad. Pero los rumanos hace años que se han venido asentando en Euskadi. Más de seis mil están regularizados y hay miles de irregulares. Mijaela ya ha culminado todo ese duro proceso «Al final, vale la pena», afirma.
Isabel Morales Bilbao
«LLEVO CUATRO años aquí. Llegué un mes de diciembre», explica Mijaela en un castellano del que solo conocía la palabra “hola” cuando se envalentonó para empezar «una nueva vida desde cero». «He sufrido muchísimo, imagínate, me dejé todo en Rumania. A mis padres, a mis hermanas… todo. Me vine con una maleta. Las cosas estaban muy mal en mi país. Yo no quería aquello». Como la mayoría de los extranjeros, llegó al Estado de manera irregular. «Aquí, en el País Vasco, tenía una amiga de la familia. Fue quien me recogió en su casa», explica.
Mijaela forma parte de los más de diez mil ciudadanos rumanos que viven en la CAV, aunque con la fortuna de haber cruzado la barrera de la legalidad y de estar ya «con los papeles en regla». Según la información ofrecida por la Asociación de rumanos Cárpatos, en Euskadi los rumanos empadronados hasta el año pasado eran 6.160. El colectivo es uno de los que registran mayor nivel de crecimiento junto con los procedentes de América Latina.
De los 2.873.250 extranjeros que tenían residencia legal en el Estado en marzo de 2006, los ciudadanos de Europa del Este suponían el 15%, más de doscientos mil. Aunque según los datos del padrón a fecha de 1 de enero de 2005 eran más de 300.000, lo que lleva a pensar que el número de rumanos indocumentados casi duplicaba a principios de 2005 a los que tenían los papeles en regla. La estimación real de esta comunidad, cuyo país entrará a formar parte de la UE a principios de 2007, tanto de legales como ilegales ronda en la actualidad el medio millón de personas.
Como la gran parte de los extranjeros, cuando Mijaela empezó a trabajar, lo hizo de forma irregular. Aceptaba cualquier empleo sin importarle demasiado las condiciones de trabajo, la remuneración o las jornadas intensísimas a las que se tenía que enfrentar. «Ahora estoy de empleada del hogar con dos familias en Bilbao. Estoy muy contenta. No tiene nada que ver con mi trabajo de antes en un restaurante. Allí me explotaban, por decirlo de forma suave»,asegura esta rumana de piel blanquísima, que no ha cumplido la treintena.
Mijaela asegura que aunque es difícil encontrar un trabajo «a las mujeres rumanas nos resulta más fácil que a los hombres. Somos trabajadoras y limpias». Sin embargo, como otros compatriotas, «tenemos que luchar contra la xenofobia, contra el rechazo». «Ser de Rumania se asocia con mafia y eso no es así», afirma. «La mayoría venimos aquí a trabajar. Hacemos lo que otros no quieren, aunque tengamos cualificación suficiente para desempeñar otros puestos», expone. «Gente mala hay en todos sitios y lo que pasa es que con los rumanos, siempre que sale algo en la tele o en los periódicos, tiene que ver con la mafia pero no todos somos así. Yo no me avergüenzo de ser de Rumania, aunque en algunos sitios no me hayan querido contratar por ser de allí», explica. «Somos trabajadores, no tenemos por qué aguantar que nos midan con la misma regla a todos», dice.
Apoyo al que llega
Para el recién llegado, que generalmente no tiene los papeles en regla, es fundamental establecer contacto con otros rumanos que ya estén instalados. «Cuando llegas nadie te regala nada. Tienes que luchar muchísimo», afirma Mijaela, «aunque tener algún conocido siempre es una gran ayuda». «Si te enteras de que un paisano está buscando trabajo y sabemos que algún empresario busca gente, les ponemos en contacto», dice Mijaela que forma parte activa de la Asociación de rumanos Cárpatos. «Intentamos que cuando lleguen no estén desorientados, como lo estábamos nosotros», dice. «Ahora está una de mis hermanas y su marido aquí, pero he estado mucho tiempo sola. He sufrido bastante. Hasta que encontré mi primer trabajo pasaron cinco meses en los que lloré muchísimo. He pasado dos meses comiendo sólo arroz hervido porque no tenía para más», explica. «Pero poco a poco, trabajando y con esfuerzo se consigue mejorar». «Cuando llegué no sabía nada de español, pero ahora estoy haciendo un curso de informática. Porque mis estudios de Rumania, aún no sirven aquí. Hay que seguir estudiando», explica entusiasmada ahora que las cosas se han enderezado.
Mijaela considera el apoyo entre los rumanos como algo fundamental para llegar integrarse cuando llegan. «Es durísimo irte a un país del que no conoces nada. No lo piensas mucho. Te marchas con tu maleta y ya está. Pero luego, pasas muchas miserias y hay noches en las que no dejas de preguntarte ¿qué hago yo aquí, dejándolo todo? Cuando pasa el tiempo y tu situación cambia te das cuenta de que vale la pena. Aquí se vive la vida de verdad. En mi país es todo mucho más triste. Aquí la gente es más libre», expone.
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