Una vuelta aceptada

En lo que va de año, Cruz Roja ha financiado los pasajes de 32 inmigrantes que vivían en Málaga. Regresan voluntariamente a sus países al no poder continuar con sus proyectos

Diario Sur, 28-11-2006

SUS manos no se desprenden de los billetes que los responsables de Cruz Roja les acaban de entregar. El pasaje, que no marca fecha de vuelta, les garantiza el regreso a un hogar que un día dejaron para asumir la dura identidad de inmigrante, traducida en una nueva realidad que finalmente no han podido integrar.

‘Retorno voluntario’. Así se llama el programa que les permite volver a casa, porque en estos meses de ‘chapuzas’ aquí o allá, de alquileres elevados y de envío de divisas a los suyos, ni para el pasaje se ha podido ahorrar.

Para los más, la imposibilidad de obtener papeles en un plazo asumible y con ellos un trabajo estable que proporcione los ingresos necesarios se alza como el motivo principal que les ha empujado a cerrar su proyecto migratorio; para otros, en cambio, el desarraigo ha supuesto una pena tal que sólo en la vuelta atisban el alivio.

Es lo que le pasa a Marta López, argentina de Mar del Plata, de 62 años. Hace algo más de un año aceptó venir con sus hijas, su yerno y sus nietos, porque le dijeron que si ella no partía, nadie partía. «Debemos buscar otro horizonte, porque Argentina no da para más. Si vienes con nosotros nos vamos, si no, nos quedamos», le dijeron. «Y claro, yo no podía cortarles las alas».

En 2003, tomada la decisión, llegó el proceso de dejar todo aquello por lo que habían luchado. Vendieron automóviles, la casa de la hija, su propio apartamento… «Fue desprenderse de toda una vida», señala. Y ella pensaba que aquí, en España, se podía sentir bien, que por algo su abuela materna había nacido y vivido en La Coruña antes de meterse como polizón en un barco que atracaba en Argentina.

No fue así. «Acá se me agudizó el problema de corazón y atravesé una pequeña depresión. Estaba con mis hijos, pero me encontraba sola. No estaban mis amigas, ni mis hermanas, ni mi entorno. Tengo mucha tristeza. No es que no quiera esta tierra, pero… Para los jóvenes es diferente, porque ellos vienen a lucharla y a hacerse un futuro», dice Marta.

Decisión dolorosa

Sabe que la decisión implica asumir ahora el dolor de dejar aquí a los suyos; a su hija, que va a llorar, y a su nieta que es su locura: «Ti amo monita», le dice la niña.

Entre los numerosos informes que ha presentado a Cruz Roja para que contesten favorablemente a su petición y le sufraguen el viaje de regreso, se incluye la documentación que garantiza que en Argentina no va a estar desamparada. Vendida su casa, ahora irá a vivir con una sobrina y arreglará los papeles para que le den la pensión que le corresponde, equivalente a 40 euros mensuales.

Los sentimientos son muy contradictorios para Carlos Manuel Garay, 37 años, chófer en la provincia argentina de San Juan, casado y con tres hijas, una de ellas diabética. Ha sido precisamente el agravamiento de la enfermedad de la niña lo que le ha empujado definitivamente a tomar la decisión de volver, a pesar de haber encontrado aquí a personas entrañables. Su proyecto de emigración ha durado menos de un año, porque entró el 4 de marzo de 2006 como turista: «Me llamó un primo que trabajaba aquí, en una empresa. Me dijo que podía hacer algo por mí, pero al mes de llegar él se quedó sin trabajo. La diferencia es que él tiene papeles y yo no».

Desde entonces Carlos ha hecho algunas chapuzas, fue engañado por unos ‘empresarios’ ingleses que le pidieron dinero para arreglar unos papeles que nunca llegaron y ha trabajado en la recogida de limones, pero asegura que la cosa se ha complicado mucho para los inmigrantes que no tienen tarjeta de residencia: «Las inspecciones se han endurecido, y las multas también. Yo entiendo que es bueno, pero la gente ya no quiere tener a trabajadores irregulares. Las multas son muy fuertes».

Su idea era poder traer un día a su hija, para que atendieran aquí su enfermedad, pero los meses pasaban y la imposibilidad de regularizarse se le hacía cada vez más evidente. «La diabetes le provocó una enfermedad neuromuscular. Todo lo que ganaba con las chapuzas lo mandaba a casa, y no pude ahorrar».

Así que cuando decidió que tenía que volver al lado de los suyos, el coste del billete – algo más de 600 euros en temporada baja – le resultaba totalmente inaccesible. «Fui a la policía y me dijeron que no podían hacer nada por mí. Luego me fui al consulado de Argentina, que está en Cádiz, pero tampoco me dieron solución».

Tabla de salvación

Al menos fue allí donde le informaron del programa de retorno voluntario que gestiona Cruz Roja, que ha sido para él y para Marta una tabla de salvación: «Desde fuera no se ve el trabajo que hacen, pero han estado pendientes todos y cada uno de los días», comenta.

Informes médicos, documentación de asistentes sociales que avalen la situación económica, un relato detallado de los motivos que les llevan a regresar y garantía de que en su país hay gente que les reclama y que está dispuesta a acogerles son sólo algunos de los documentos que les han pedido. Su petición se resolvió en apenas tres meses, y el pasaje, que en esta época cuesta unos 1.200 euros, está ya en sus manos.

«Me quiero y no me quiero ir. He conocido aquí a personas maravillosas», dice Carlos. «Deseo tremendamente volver», sentencia Marta.

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