La metáfora universal del Negro

El escritor Frank Westerman analiza cómo percibe Europa lo exótico a partir del ejemplo del Negro de Banyoles

La Vanguardia, 27-11-2006

MARICEL CHAVARRÍA – Barcelona

“‘El Negre i jo’ quiere diseccionar no sólo al bechuana disecado sino las relaciones entre negros y blancos”
Tú que eres blanco escribes un libro sobre el Negro… probablemente no te lo dirá nadie, pero lo piensan: ¿por qué no te preocupas de tus asuntos, los de los europeos?", le espeta una escritora en Ciudad del Cabo al holandés Frank Westerman (Emmen, 1964). “Pero si el Negro es un asunto europeo – responde él-. Unos franceses lo sacaron de África y se pasó todo el siglo XX en un museo de España. Lo untaron con betún y le cambiaron el taparrabos por una falda. Eso dice más de Europa que no de África, ¿no te parece?”.

La conversación tiene lugar antes de participar Westerman en una charla universitaria sobre Confrontación y reconciliación.Transcurre el año 2004. Westerman, que estaba a punto de publicar El negro y yo en Holanda, había ido a Sudáfrica a completar su investigación y a hablar del Negro, el de Banyoles, cuatro años después de que se repatriaran sus restos a Botsuana. Su libro iba a ser todo un éxito en su país. También en Bélgica. En sus presentaciones – la última, en Montreal- la gente no da crédito, asegura. “Creen que bromeo, que he inventado una buena historia”, dice el periodista y escritor.

Traducido ya a varios idiomas, El Negre i jo se presenta el jueves en Barcelona- al bechuana que con tanto ahínco quisieron conservar los bañolenses y que, después de pasar muchos años olvidado en el Museu Darder, se convirtió en el centro de una polémica de dimensiones internacionales. Westerman – autor también de otra novela traducida en España, Ingenieros del alma-se apoya en la atípica biografía del africano disecado en 1830 y exhibido como rara avis en la Europa colonial y poscolonial para ahondar en la mirada de los europeos sobre lo exótico.

“No pretendo retratar al Negro como individuo ni como algo excepcional, sino como personificación de lo extraño. Es el pivote de la historia, pero no trata de él. Él es un símbolo, una metáfora, un guía que nos explica la historia”, explica Westerman en conversación telefónica desde su casa de Amsterdam. “Sin hablar de África, ya nos dice mucho de la moral europea de aquella época la forma en que fue traído a Francia y luego a España. Trato de explicar cómo ha ido cambiando con los años el punto de vista respecto a los otros y respecto a la negritud”.

En un ir y venir en el tiempo, Westerman relata experiencias de su vida que de uno u otro modo contribuyen a plantear interrogantes sobre la relación entre diferentes pueblos y el dominio de unos sobre otros. Desde su experiencia de horror adolescente ante la vitrina del Negro durante un viaje iniciático por tierras catalanas, hasta las discusiones en Ciudad del Cabo a raíz de la repatriación, Westerman apunta sensaciones de sus últimos 20 años de vida que ilustran contrastes.

Así, se recuerda a sí mismo como único blanco entre negros en unas vacaciones rastas en Jamaica; como ingeniero cooperante en Perú – donde fue identificado con la leyenda maligna del sacasebos,una versión local de la figura del vampiro-, o como periodista en Sierra Leona, en cuyo drama veía reflejos de la incapacidad africana para estructurarse y desarrollarse, y donde se pregunta por la conveniencia de la cooperación y el paternalismo y la superioridad occidental.

“Intento diseccionar no sólo al bechuana disecado, sino las relaciones entre negros y blancos – confiesa-. No se trata de ser políticamente correcto ni de lavar conciencias poscoloniales, sino de dejar de ver en blanco y negro, igual que en la adolescencia, y ver la gama de grises”.

A caballo entre la novela, el reportaje y el ensayo, esta investigación sobre el Negro – sazonada también con la reacción de las autoridades internacionales y el entorno más cercano al Museu Darder cuando antes de los Juegos Olímpicos de Barcelona se denunció la exhibición del cuerpo- puede traer de nuevo la polémica a una Catalunya que, según Westerman, se oponía mayoritariamente a la repatriación y se resistía a asumir su exhibición como una herencia racista del siglo de la razón.

“Es muy fácil pensar, desde fuera, que algo raro pasa con los catalanes que no querían soltar al Negro. ¿Pero qué sentido tiene pensar que son más racistas que nadie porque no reaccionaban como el secretario de la ONU, el Gobierno español y tantos otros que urgían a la repatriación de los restos? No tardé en percatarme de que la controversia alrededor del Negro obedecía a una cuestión identitaria – prosigue-. Era un símbolo de la catalanidad, o al menos un punto a partir del cual era expresada. Algunos lo veían así, como parte del orgullo de ser catalán, y no podían permitir que nadie de fuera decidiera qué ponían o no ponían en sus museos”. En este sentido, Westerman recuerda que también los franceses tuvieron problemas con la Venus de Hotentote, requerida desde Sudáfrica por el mismísimo Nelson Mandela. “El Negro ha propiciado que la opinión pública se dé cuenta de hasta qué punto esas controversias son alimentadas por los propios museos”.

¿Qué piensa del espeso silencio que se cierne ahora sobre el Negro, tanto en Europa como en la propia Botsuana, donde la tumba se utiliza como improvisado poste de portería de fútbol en un parque público? “Es vergonzoso cómo se le ha tratado en Botsuana y por parte de la OUA (ahora Unión Africana), que lo utilizó políticamente para luego olvidar su tumba”.

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