Muromanía
IÑAKI ADÚRIZ OYARBIDE / FILÓLOGO
Diario Vasco, 18-11-2006Por lo visto, a México no se le acaban sus quebraderos de cabeza. Si ha de sobrellevar desde hace tiempo una comprometida situación social y económica, si, tras las últimas elecciones presidenciales de este año, el país se mueve de puntillas por la línea roja de la contienda civil, si la trágica insurrección de los maestros de Oaxaca promete dejar huella y ser lo suficientemente dañina como para ahondar todavía más la brecha entre la clase política y el pueblo, viene ahora el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, con la firma de su popularizada Ley del Muro (26-10-06), y termina por rematar la faena.
Y es que cuesta creer que, además del actual cabeza visible de los norteamericanos, otros tantos estadistas y dirigentes políticos de los cuatro rincones del mundo se hayan embarcado desde siempre en aventuras que parecen pertenecer más a un lejano pasado para olvidar que a las que se derivan del sentido común cuando les llega la hora de la toma de decisiones. Aunque lo peor de todo sea que faraónicos proyectos que parecen más de otros tiempos se pongan en marcha como si tal cosa y apenas nadie de la comunidad internacional salvo los perjudicados muestre, no ya su sana disconformidad, sino una mínima perplejidad por que se lleven a cabo.
En el caso que nos ocupa, los emprendedores del muro dicen que la razón de obstaculizar con dobles barreras físicas la frontera méxico-estadounidense, la razón para prolongar en 1.126 kilómetros a través de cuatro estados un sofisticado parapeto que antes no existía sino en su mínima expresión disuasoria, es ni más ni menos que atajar la inmigración ilegal que se viene sucediendo desde hace años, si bien puede que las elecciones legislativas norteamericanas del pasado 7 de noviembre y el tácito rendimiento de votos que pudiera proporcionar semejante homenaje a la desconsideración de cualquier pueblo que se precie fueran, de hecho, los principales argumentos de fondo. Como se ha visto con la debacle republicana acaecida ese día, escaso parece haber sido el rédito de ese inmediato y penoso proyecto.
Aunque, como se viene diciendo, mucho no parece apenar dado que, con excesiva facilidad, iguales razones esgrimen otros a lo largo de la Historia con tal de que a toda costa, por unas u otras motivaciones, prolifere la obsesión del muro. Sin hablar de la antigua y ya exótica Muralla China, ni de los castillos medievales o las ciudades amuralladas salpicadas por la lona ensangrentada que cubre el planeta, sin hablar de otras fortalezas o palacios más refinados de antaño y de hoy en día, todos ellos monumentos a la más elemental filosofía del muro el amparo contra cualquier amenaza real o imaginada, incluso sin detenerse en nuestra problemática y actual doble valla de Melilla, es preciso recordar que todavía no hace mucho se hablaba de los emblemáticos bloques de hormigón levantados contra los palestinos piezas monumentales empezadas a construir en el 2002 en Cisjordania por obra y gracia del equipo gubernamental israelí del forzosamente sustituido Ariel Sharon, o, también, sería preciso evocar, trasladándonos al siglo anterior y tras la división alemana de la Segunda Guerra Mundial y en el contexto posterior de la Guerra Fría, el todavía más popular muro de la vergüenza de Berlín. De éste, precisamente, se acordó el dolido y agónico dirigente electo mexicano, Felipe Calderón, para reprochar a Bush el día de la firma de la Ley su errónea y vergonzosa iniciativa. Normal si, después de todo, el reproche proviene del inmediato futuro mandatario de un país bastante lastimado y al que por tradición le ha perseguido la idea de su dignidad y modernización, así como la de una razonable y contenida circulación en sus tierras de ciudadanos centroamericanos, tal y como se ve en la postura tomada en la XVI Cumbre Iberoamericana de Uruguay.
En cualquier caso, más allá de los cambios de timón dados por la política internacional y sus intereses, lejos de todo este paseo olímpico por encima del bien y del mal del contendiente norteamericano en liza a causa del espinoso tema de la inmigración, ante la terquedad del muro, no sería extraño concluir que, igual que ocurre con la natural necesidad de comer, lo mismo de fácil y simple le resulta al ser humano construir muros y defensas para su supervivencia algo innato habrá cuando desde pequeños levantamos castillos en la arena con la ufana pretensión de parar el mar, lo que justificaría tal muromanía si, en efecto, la política y las relaciones humanas se guiaran también por medio de mecanismos instintivos y naturales.
Pero, como se sabe, en la práctica política de contención de infinidad de aspectos y problemáticas que tienen que ver con el hombre y las personas, la estética del muro apenas cuenta. Me da a mí que las oleadas del mar de la miseria y la pobreza se resuelven más bien con grandes dosis de ética, solidaridad y pactos entre todos los estamentos de las comunidades y de las distintas naciones.
Mientras tanto, es evidente que el producto final del muro irremediable que nos sirven las agencias de noticias desde Washington es el fracaso de la comunicación entre dos países civilizados de los cuales uno manda mucho más que el otro, es la derrota del principio retórico-humanista de la «responsabilidad compartida» que enarbola con tristeza el actual Gobierno de Vicente Fox, es la pírrica victoria del pragmatismo emocional e instintivo del presidente Bush en trance habitual de elecciones y es, en cierto modo, el regreso al impulso irresistible del modelar con el barro y las arenas infantiles.
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