Un refugiado norteamericano en Europa
El Mundo, 12-11-2006Suecia concede la residencia a un ciudadano de Estados Unidos nueve años después de que huyera de su país por fundar un movimiento contra la brutalidad policial El disparo rasgó la calma de lo que hasta entonces había sido una tarde pacífica en Connecticut, y a la vez, un trozo de la ventana trasera de mi coche explotó hacia el interior. La bala no me atravesó la oreja derecha por milímetros. Aquel suceso, y otros similares, fueron el comienzo de un viaje de nueve años que ahora ha llegado a su fin.
Fue un 19 de julio de 1998 cuando el periódico de mayor tirada de Suecia, el Dagens Nyheter, anunciaba en sus titulares: «Un refugiado estadounidense necesita nuestra protección». El encabezado del artículo leía: «Alboroto entre las iglesias y organizaciones: Suecia entrega a Ritt Goldstein a la venganza de la policía estadounidense». El texto explicaba que mi único crimen era la fundación de un movimiento contra la brutalidad de la policía estadounidense, y que como represalia me habían disparado un tiro y sometido a numerosos abusos.
Durante los últimos nueve años he existido de manera clandestina en Suecia para escapar a la amenaza de deportación que Estados Unidos mantenía sobre mi cabeza. Esto equivale a nueve años de vivir como un fugitivo, día tras día. Pero el pasado 2 de octubre, las autoridades de inmigración suecas citaron lo que se resumió como las circunstancias especiales que me rodeaban, y decidieron concederme la residencia permanente en este país escandinavo.
Llamada anónima
Antes de que me disparasen, una parte del mecanismo de dirección de mi coche había sido inutilizada deliberadamente, provocando que el vehículo virase fuera de control, lo que constituyó otra experiencia cercana a la muerte. Y antes de todo eso, recibí una llamada anónima en la que me dijeron, sin más, «eres hombre muerto», justo antes de colgar.
Durante este periodo, me encontraba al frente de una campaña no violenta a favor de la responsabilidad policial estadounidense. Hubo un tiempo en que escribía leyes, en lugar de artículos. Pero una proporción sustancial de oficiales de policía se mostró hostil a mis esfuerzos, y en consecuencia recibí repetidos ataques y amenazas.
Tras soportar años de grave acoso, en el mes de julio de 1997 volé a Estocolmo en busca de asilo político. Mis opciones eran el exilio o la muerte.
En EEUU yo era un hombre de negocios políticamente activo, con una red por valor de cerca de un millón de dólares. Había presidido una vista en el Congreso de Connecticut sobre la responsabilidad de la policía, y mi trabajo apareció en los medios de comunicación.
Pero tanto mi casa como mis oficinas fueron declaradas inhabitables como represalia por la vista, y el acoso con el que se me amenazaba de muerte acabó con la vida de la que hasta entonces había disfrutado, y casi acabó conmigo también.
En los meses precedentes a mi desesperada huida, a veces me asaltaban hasta 20 veces en un solo día con armas químicas policiales, como aerosoles inmovilizadores y rociadores de pimienta.
Llegué a Suecia casi sin dinero, pero con innumerables pruebas de mis circunstancias. Técnicamente, la persecución que padecí me calificaba como refugiado. Mi caso llegó hasta el Parlamento Europeo.
Pero soy estadounidense, y EEUU se considera un país seguro, lo que significa una nación de la que los refugiados no pueden, por definición, ser originarios. En el entorno político actual, se apoya ampliamente la idea de que la única forma que un ciudadano estadounidense tiene para huir a Europa es emigrar a través del proceso de inmigración habitual de su país de elección. Nada de refugiados estadounidenses. Los nueve años que he pasado de forma clandestina deberían servir para contradecir esa idea.
(Puede haber caducado)