La invasión de los invadidos
Deia, 08-11-2006Josu Montalbán
Tomo prestado el título de una intervención del escritor Eduardo Galeano. De este modo llama a la llegada continua de personas que huyen de la miseria y arriesgan sus vidas para llegar hasta nosotros. Sólo quieren vivir. Están dispuestos a trabajar en cualquier función. No les importa que los ricos de la sociedad rica se hagan aún más ricos a costa de su sudor y de su esfuerzo. Cuando salieron de la miseria lo hicieron convencidos de que viviendo de los desperdicios del primer mundo, estarían mejor que en sus países de origen. Por eso se mostraron dispuestos a todo. Por eso sienten envidia de los pájaros que sobrevuelan las alambradas sin que nadie les dispare, o de las lagartijas que se arrastran sin que haya una bota que las aplaste. Ellos, que vienen del Sur, de países y tierras invadidas por los imperialistas y colonizadores del Norte, son los nuevos invasores, pero no son como aquellos que eran gentes dispuestas a casi todo con el simple objetivo de imponerse. Éstas son gentes con escasos pertrechos, cuya arma más poderosa es la esperanza.
El nuevo orden mundial no les ha asignado un lugar porque los poderosos que lo vienen pergeñando serían capaces de olvidarse de ese trozo de geografía en que viven, llamado África.
La coartada de los poderosos no puede ser más miserable ni más vergonzante. Europa, de quien cabría esperar la respuesta más contundente, ha perdido gran parte de su dignidad. A pesar de contar con 400 millones de personas, “satisfechas” en al menos sus tres cuartas partes, guarda silencio y no responde a las llamadas de socorro de los inmigrantes africanos. El Gobierno español ha alertado a los gobernantes europeos porque es consciente de que los africanos no buscan las costas españolas si no como una primera escala que les instala ya en Europa. El resto de los gobiernos europeos calla miserablemente. De Europa eran quienes invadieron las tierras de las que ahora huyen los antaño invadidos. De Europa eran quienes institucionalizaron allí la miseria y la indignidad que ahora les expulsa. De aquella Europa altanera y desvergonzada hemos llegado a esta otra, cobarde e insolidaria, que está dejando solos y abandonados a los países del litoral mediterráneo.
Los gobiernos de los países desarrollados están dispuesto a cerrar sus puertas. España abrió su frontera con Francia, pero ha construido kilómetros y kilómetros de alambradas entre Ceuta, Melilla y Marruecos. La ex ministra de Costa de Marfil, Aminata Traoré, afirmaba recientemente que los asaltos de los subsaharianos a esas alambradas son el resultado del fracaso de eso que se llama en los países europeos “cooperación al desarrollo”". Así es. Mientras los gobiernos europeos convocan ruedas de prensa para anunciar ayudas económicas, que parecen muy cuantiosas, los éxodos de africanos que huyen constituyen la imagen que tira por tierra ese optimismo pletórico. Porque los gobiernos del mundo desarrollado no se atreven a admitir que en el fondo sólo son gendarmes al servicio de un sistema económico mundial, el neoliberalismo, que valiéndose de eufemismos como “economía de mercado” o “globalización”, sólo sirve para dar una vuelta de tuerca más, tan brutal como definitiva, al capitalismo. Ya no se atisban diferencias notables entre la izquierda y la derecha en este asunto. Unos y otros gobiernan a golpe de encuestas, y han dejado que los ciudadanos lleguen a pensar que los inmigrantes son un problema porque nos incomodan, nos roban el trabajo y se quedan con una parte de las riquezas que nos corresponden. No es de extrañar que la derecha piense de ese modo, pero produce dolor que lo haga la izquierda. La izquierda no debe renunciar al didactismo inherente a su compromiso e ideología: debe educar a los humanos en pos de una idea tan simple como fundamental cual es que el destino de cualquier humano ha de ser el mismo destino de toda la Humanidad. Pero la realidad es sobrecogedora.
Un documento elaborado por los progresistas españoles en su conferencia anual recoge, según las informaciones periodísticas, “que la llegada de inmigrantes indocumentados es nociva para las sociedades que los acogen, pero también para los propios extranjeros”. Se trata de una reflexión tan demoledora como falsa. Ciertamente, les gustará a tantos cobardes y conservadores adictos al sistema, pero la presencia de inmigrantes he hecho crecer nuestras economías, ha cubierto empleos en determinados servicios a los que no desean acceder los trabajadores europeos y ha abaratado servicios, como el doméstico o el de atención a nuestros niños y ancianos, que muchas familias no podrían pagar de otro modo. Es cierto que lo hacen por medio del trabajo negro y la economía sumergida, pero ambas prácticas son sobre todo responsabilidad de los empleadores que se prestan a ellas y, además, forman parte de nuestras economías individuales y colectiva. Por lo tanto, la llegada de inmigrantes no es nociva, al menos de momento, para nuestras sociedades. Sin embargo, donde la afirmación riza el rizo es cuando dice que la llegada es nociva también para los propios extranjeros. Si así fuera, ¿por qué lo hacen? ¿Por qué se arriesgan? ¿Alguien les ha preguntado a ellos cómo se sienten cuando llegan a nuestras costas? Es de un paternalismo aberrante argumentar que se les impide llegar al puerto de su esperanza porque sería perjudicial para ellos. En todo caso, tengo muy claro que quienes han elaborado las encuestas que concluyen que la inmigración es un problema no han preguntado a muchos inmigrantes su opinión al respecto. ¿Son tontos, o masoquistas, los inmigrantes subsaharianos que lo intentan una y otra vez? Ésta es la tragedia: el contraste entre la cerrazón de la sociedad satisfecha e insolidaria y el impulso justo e irrefrenable de los pobres y desheredados del mundo.
La solución es posible. La inmigración que preocupa no debe convertirse en el virus que endurezca nuestras voluntades. África necesita de Europa, del mismo modo que Europa pierde su honor y su dignidad si da la espalda a África. La distancia que separa a España de África es menor que la que separa a Europa de Gran Bretaña. Si entre éstas dos últimas fue posible y necesario construir un suntuoso túnel para comunicarlas, ¿por qué no construir otro por debajo del estrecho de Gibraltar con el mismo objetivo? Tal vez no resuelva totalmente las dudas pero sería un buen comienzo para sentir a los africanos algo más unidos y cercanos a los españoles y a los europeos.
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