Desde que en el 2004 el cineasta holandés Theo van Gogh fue asesinado en Holanda por un islamista radical, Alemania vive bajo una especie de síndrome de Van Gogh, temerosa de que lo que sucedió en Holanda se repita en este país. Los incidentes en las banlieues francesas también suscitaron un debate sobre los problemas de exclusión social en las ciudades alemanas y un posible contagio, que nunca tuvo lugar. Porque hasta ahora en Alemania reina una relativa paz social. Sin embargo, algunos expertos y políticos detectan signos preocupantes. Existen algunos focos integristas. Una parte de los ciudadanos de origen turco tiene dificultades para integrarse y ser aceptada. Y recientemente una figura destacada como Seyran Ates – abogada de mujeres musulmanas víctimas de matrimonios forzosos- ha tenido que cerrar su despacho en Berlín por amenazas.