Inmigración: más reflexión

Deia, 31-10-2006

Joanes Allende Enciendo

e preocupan artículos como el de J. Gabriel de Mariscal “Inmigración: una reflexión elemental” porque es un tipo de discurso moderado, bastante aceptado entre la población y que sin embargo esconde un pensamiento etnocéntrico y xenófobo. Comprendo que caer en la demagogia es fácil y que dar argumentos desde el miedo y la ignorancia (la que sólo juzgo sólo cuando es utilizada para convencer) puede ser muy rentable para manipular a las personas lectoras.

Sin intención de hablar en nombre de las personas que han inmigrado sino desde el contacto personal constante con ellas me gustaría plantear de otra forma la cuestión fundamental que Gabriel de Mariscal lanza en su escrito. ¿Qué busca el emigrante? El emigrante busca una calidad de vida que en su país de origen no encuentra. Pero en esta búsqueda no hace ningún análisis exhaustivo de las políticas de bienestar, ni se plantean cómo mejorar la situación global de planeta (al menos no es su preocupación inminente). Lo que piensan, como todo ser cuyas necesidades fundamentales no están cubiertas, es en encontrar un trabajo “digno”, cierto abanico de posibilidades que sabe que en su país no va a encontrar (por eso es tan importante la pregunta inicial del artículo de Gabriel de Mariscal a la que quiere quitar protagonismo “¿de qué huye el emigrante?”).

Estamos tan sumergidos en nuestro “vivir de abundancia y exceso” que llegamos a hacer responsables a las personas emigrantes de la debilidad de un sistema de bienestar frágil fruto de nuestra propia ambición sin escrúpulos, de la especulación, la corrupción, del control y poder de empresarios sobre el trabajo, enriquecimiento injustificable de unas pocas personas, etc…

Entiendo que la preocupación real del señor Gabriel de Mariscal es ¿a dónde iré yo y “los míos” si la situación de mi país se convierte en la situación de Senegal?

Pero no, si ésta es la preocupación real no hay motivo ya que la UE plantea políticas de control de fronteras con últimas tecnologías, convenios con países africanos para “reacepten obligados” a las personas que voluntariamente se fueron de los mismos, ayudas económicas a países terceros para que levanten auténticos campos de refugiados fuera de los límites de Europa…

¿Por qué señor Gabriel de Mariscal necesita saber cuáles son las profesiones de las personas que entran en nuestro territorio? ¿Qué le hace pensar que las personas que llegan a los barrios donde vivimos saben si se van a afincar a no en ellos? ¿Qué le hace pensar que las personas inmigrantes no van a ajustarse a las normativas que rigen nuestra sociedad? ¿Qué es eso de “hacer ciudadanos”? ¿Acaso reconocer la igualdad de derechos de todas las personas no es hablar de ciudadanía? ¿Por qué tanta reacción irracional hacia las personas musulmanas?

Creo, sinceramente, que necesitamos hacer una reflexión más abierta de las migraciones y partiendo sin ningún tipo de excusas de la idea de que todas las personas somos sujetos de los mismos derechos y deberes. Si como el señor Gabriel de Mariscal, pensamos que unas personas tenemos derechos-privilegios y por tanto exigencias legítimas hacia otras personas por cuestión de procedencia y cultura entonces sí que no vamos a ser capaces de abordar como él dice “el problema de la humanidad”.

Empecemos por ser críticos con lo que hemos construido y después ya seremos críticos con lo otro desconocido.

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