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ZOOM: 'Racaille, mais oui'
El Mundo, 31-10-2006ARCADI ESPADA
Una de las condiciones de la cíclica pavada francesa en las calles es que no haya muertos. Los colosos del 68 aún lo repiten: hicimos una revolución sin muertos. Lo bonito del asunto es que se atribuyen enteramente el mérito, cuando está claro que al menos debieran compartirlo con De Gaulle. Los héroes de antaño ya calvean y si ayer se responsabilizaban de su dulce revolución hoy cargan los dramas de la banlieue en la cuenta de la autoridad: así escriben en los periódicos, con su acostumbrada imperturbabilidad, que la joven senegalesa, agonizante en un hospital de Marsella con el 60% de su cuerpo quemado, ha sido «un duro golpe»… para Sarkozy.
Impresionante asunto.
El golpe no ha sido, en modo alguno, para el que los llamó racaille el año pasado y que hoy defiende, lúcidamente, la necesidad de variar el estatuto de responsabilidad de los menores. Menores como los que, parece, están implicados en el atentado marsellés. Sarkozy es un político en muchos sentidos criticable. Por ejemplo: en el de esa aberrante laicidad, favorecedora del culto religioso, que propone y que pretende ser la respuesta que el ideal republicano de nuestro tiempo ha de dar a la tensión entre comunidades míticas. Pero su radical obstinación en afirmar que el racismo, el paro o el tedium vitae no son causas (los que las invocan quieren decir causas justas, pero siempre les acaba faltando aire) de la violencia merece el apoyo de cualquier hombre libre.
El acto terrorista de Marsella es, en cambio, un duro golpe para otros. Particularmente para los que ayer levantaban adoquines y hoy los tienen por cabeza. Para todos aquellos que segregan con titulares del tipo: «Se extiende la ira por los suburbios de París», bien cuando los leen, bien cuando los redactan, y que hoy pasan modosamente, de puntillas, ante el cuerpo quemado de la joven marsellesa. Una discreción realmente incomprensible, porque forzar la puerta de un autobús, rociarlo con gasolina y prenderle fuego es ira, y de la buena. Y, sobre todo, porque no veo yo el porqué de que el paro y el racismo puedan justificar el incendio de autobuses, la ira lírica de los demediados, y dejen de hacerlo ipso facto cuando alguno de esos lúdicos ejercicios provocan la muerte de los ciudadanos. Al fin y al cabo, la racaille se ha limitado a extender la ira (que es gasolina) por los suburbios, como decían y alentaban los periódicos. La racaille mi no comprender encore de pavadas.
(Coda: «La forma en que una guerrilla o un movimiento de liberación llevan su lucha es en general reveladora del tipo de sociedad que instaurarían; a pesar de un margen inevitable de violencia y de inmoralidad, la selección de los medios es ya la de los fines. El derecho a la insubordinación ha de quedar contrarrestado por el deber de recusar el terror». Pascal Bruckner, La tentación de la inocencia.)
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