Morir antes de vivir

ABC, 29-10-2006

POR LUIS DE VEGA CORRESPONSAL

RABAT. «¡Por qué te lo has llevado Dios mío!». Susan, de la República Democrática del Congo, se retuerce entre lágrimas con el alma desangrándose por la muerte de su hijo. «¡Habíamos atravesado el desierto, sin nada, y aquí, donde hay de todo, se me ha ido!», grita elevando las manos al cielo en la casa que comparte con decenas de compatriotas en Salé, ciudad vecina de Rabat.

Toni Tarsis, según el testimonio de su madre, fue arrojado a un barranco por unos niños marroquíes. Lo que no era más que una leve lesión de rodilla acabó en una espiral en la que se entrecruzan desde la reconocida falta de medios de la sanidad marroquí o la mala suerte hasta las acusaciones de racismo y negligencia médica. La escayola le causó una infección en la rodilla, que obligó a trasladarle al hospital infantil Ibn Sina de Rabat, donde al llegar no disponían ni de una tijera con la que poder retirar el yeso. Alguien tuvo que llamar al médico que tenía la herramienta bajo llave.

Tras dos años en Marruecos el niño había absorbido el árabe suficiente como para enterarse de lo que pasaba a su alrededor antes que su madre y el resto de subsaharianos que le acompañaban. En repetidas ocasiones expresó su miedo a que lo dejaran solo con los sanitarios marroquíes, que se referían a él como «el negro» en tono despectivo.

Tras la segunda de las intervenciones, supuestamente satisfactorias, Toni moría en la madrugada del pasado martes ante la estupefacción e indignación de sus más allegados.

El jefe de servicio del Ibn Sina descarta cualquier trato desigual o «racista» e insiste en que «la muerte se podía haber producido en cualquier hospital de Francia o España». Los gatos corretean entre nuestras piernas sin despertar la atención de nadie mientras el responsable hace estas declaraciones. Horas antes los familiares de un paciente le daban de comer huesos de pollo a uno de ellos junto a la cama en la que aún se encontraba Toni con vida. El médico que pasaba consulta asistía indiferente a la escena.

Para la familia y el Consejo de Migrantes Subsaharianos no cabe duda de que no hubiera muerto si hubiera recibido una buena asistencia médica y acusan a las autoridades de «negligencia y racismo».

Susan, embarazada de cuatro meses, y sus tres hijos – ya perdió otro en su largo periplo para huir de la guerra – son refugiados del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Eso implica que se encuentran bajo su protección y que los pequeños deben estar escolarizados y atendidos. Pero nada de eso ocurre. Ni siquiera contaron con ayuda para gestionar con la administración marroquí el papeleo del fallecimiento.

En los últimos meses se acumulan las quejas de la falta de amparo que sufren los demandantes de asilo y los refugiados y los abusos que cometen contra ellos las autoridades de Marruecos, según explican a este corresponsal desde varias ONG.

El responsable de Acnur en Marruecos, Johannes Van der Klawn, asistió ayer al funeral del niño congolés, pero no quiso hacer declaraciones a los periodistas. Su organización aportó 100 euros, la misma cantidad que Cáritas, de los 750 que costó el entierro. El resto fue sufragado por las aportaciones que, en su gran mayoría, realizaron los corresponsales de los medios de comunicación españoles. Todo, según algunos, con el fin de tener una historia lacrimógena que contar.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)