IÑAKI IRIARTE LÓPEZ
Los Disturbios en Francia
Diario de Navarra, 27-10-2006Cuando hace justo un año estallaron los disturbios en París, algunas voces y medios de comunicación responsabilizaron al ministro Sarkozy de la tormenta que se avecinaba. Éste había tenido el atrevimiento de tildar de «racaille» (chusma) a quienes, a raíz de la muerte accidental de dos presuntos delincuentes, se dedicaban a hostigar a la policía y quemar los coches de sus vecinos.
Previendo tal vez que serían muchos quienes juzgaran completamente atinadas las declaraciones del ministro, algunos medios de (des)información olvidaron oportunamente puntualizar que aquel se había dirigido expresamente a quienes mataban el tiempo dañando la propiedad ajena y no al conjunto de jóvenes de los barrios con menor nivel de renta. Recuerdo, en concreto, al reportero de una televisión autonómica afirmar directamente que el ministro francés había insultado gravemente a los habitantes de las banlieues, provocando su dura respuesta.
Pero, ¿quiénes son esa especie de réplica a gran escala de nuestros chicos de la gasolina? Los periodistas y comentaristas con mayor sensibilidad social lo tuvieron muy claro: jóvenes frustrados, cansados de trabajos precarios y sueldos de miseria, alquileres astronómicos y malos modos policiales. Demasiado hartos de tener que seguir viviendo con sus padres, de aceptar empleos muy por debajo de su formación o del recorte en las ayudas sociales. Desheredados a los que la hipócrita República de la liberté, égalité y fraternité, confinaba en guetos a causa de su origen étnico. No importaba que muchos de los detenidos por los disturbios fueran menores de edad, que muchos otros nunca hubieran estado apuntados al paro, que ni siquiera hubiesen terminado con éxito la educación obligatoria o que tuvieran antecedentes policiales por delitos de todo tipo. Tampoco mencionaron el hecho de que en Francia el precio medio del suelo sea sensiblemente más bajo que en España, que los jóvenes se independicen mucho antes que los españoles, que el salario mínimo social sea el doble del nuestro y que su legislación laboral sea bastante más avanzada.
Esos comentaristas críticos se olvidaron de esos detalles, porque, de alguna manera, con la primera imagen de los disturbios ya se habían provisto de un guión que relatara de acuerdo con sus prejuicios antioccidentales cuanto iba a suceder en los próximos días. A la sociedad francesa, representante del mundo occidental, se le asignaría, más o menos abiertamente, el papel de villana. Encarnaría esa civilización «asesina», cuyo bienestar se erige sobre la explotación sangrienta de los demás pueblos del Orbe. Un sistema económico y político injusto que, por medio de una retórica democrática e igualitaria, ejecuta crímenes como no los ha conocido la Historia. Por el contrario, dicho guión otorgaría a los jóvenes incendiarios el papel de ángeles vengadores, que castigarían en la piel de los franceses los pecados del conjunto del Primer Mundo. La Némesis de los parias de la Tierra. Aunque evitarán declararlo abiertamente, era evidente que, para cuantos defendían esta lectura de los disturbios, los gabachos se lo tenían muy, pero que muy merecido. Al igual que el resto de los países ricos lo que pudiera sucederles en el futuro.
Sucede, sin embargo, que los supuestos de ese guión son radicalmente falsos. De entrada, el Primer Mundo crea la riqueza que consume. Y se muestra más solidario a la hora de repartirla de lo que nadie ha hecho antes. Nuestra civilización llámesele occidental o como se quiera ha impulsado una expansión de la democracia, la libertad, la paz, el bienestar y los derechos humanos, sin precedentes en la Historia. Nunca la humanidad ha sido tan rica, nunca tanta gente ha estado a salvo de la pobreza, nunca la vida de tantos ha sido tan larga, tranquila y feliz. Y, en segundo lugar, la chusma que incendiaba, no el capitalismo, sino las propiedades de sus vecinos, no tenía ningún título que le permitiera ejercer legítimamente como apoderado de los más pobres del Planeta.
A nuestras sociedades les queda, naturalmente, mucho por hacer a favor de la justicia mundial. Las críticas siguen siendo pertinentes y necesarias. Pero, ¿a qué esa suerte de masoquismo de tantos para con su propio mundo? ¿Por qué insisten en tomar partido por quienes lejos de trabajar por un desarrollo más equilibrado, persiguen abiertamente la destrucción de aquellas sociedades que, precisamente, tiran del carro de progreso global?
La policía gala teme que próximamente se produzca una nueva oleada de actos vandálicos. Si así sucede, esta vez no se le podrá echar la culpa a Sarkozy, que no ha dicho ni «mu». ¿A qué excusa recurrirán entonces quienes desean ver las llamas incendiando toda Europa?
Iñaki Iriarte López es profesor de Historia del Pensamiento Político en la Universidad del País Vasco
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