PRIMER ANIVERSARIO DE LA REVUELTA .Testimonios en Clichy-sous-Bois Habla el padre de Zyed, uno de los dos adolescentes cuya muerte encendió la ´banlieue´
"Los chicos están muertos y muertos"
La Vanguardia, 27-10-2006LLUÍS URÍA – París. Corresponsal
Vivió junto a la torre Eiffel, pero aquello no podía durar; se trasladaron a Clichy; en mala hora, pero no lo dice
Se llama Amor, Amor Benna, aunque todo el mundo le llama Omar. De figura menuda y rostro pétreo, arrastra su pena con una enorme dignidad y una apabullante resignación. Hoy hace un año, un trágico accidente acabó con la vida del menor de sus seis hijos, Zyed, de 17 años, abrasado junto a su amigo y compañero Bouna Traoré, de 15, en un transformador de alta tensión de la compañía eléctrica EDF en Clichy-sous-Bois, donde se habían refugiado huyendo de la policía. No habían hecho nada, pero tenían miedo, ese miedo difuso a las fuerzas de seguridad que en muchos jóvenes del gueto ha derivado en odio.
Eran las 18.12 horas del 27 de octubre del 2005, jueves, y la descarga dejó sin electricidad a todo Clichy, una típica ciudad dormitorio enclavada en una colina al este de París. Un tercer joven, Muhitin Altun, de 21 años, salvó la vida de milagro. “Zyed y Bouna, pienso en vosotros”, ha escrito en un cartel con la imagen de las dos víctimas colgado en la fachada del centro cultural donde una exposición – Clichy sin cliché- intenta reconstruir la imagen humana de una ciudad conocida en todo el mundo como la cuna de la revuelta de las banlieues.Su muerte fue la mecha que desencadenó la explosión.
A Amor Benna le incomoda hablar de sí mismo, se muestra inquieto ante las preguntas de los periodistas – y los hay por decenas, sobre todo extranjeros, estos días en Clichy- que le abordan en las cercanías del Ayuntamiento. Una sobreexposición mediática que la policía considera factor adicional de desestabilización. Las brasas, de hecho, siguen ardiendo. Por eso Benna ha hecho de tripas corazón y abandonado su tradicional reserva. “He venido a pedir calma. Los chicos están muertos y están muertos. No se sacará nada de más violencia”, afirma.
De origen tunecino, Amor Benna llegó a Francia hace cuarenta años. Hoy tiene 61. Toda una vida. No le costó demasiado encontrar un empleo.
Hoy sus hijos lo tienen mucho peor. Algunos siguen en Túnez. De hecho, Zyed no se instaló en Francia hasta el año 2001. “Hablan de integración, pero la integración pasa por el trabajo”, subraya. En Clichy, una ciudad de 28.300 habitantes donde casi la mitad (el 47%) tiene menos de 25 años, el paro alcanza proporciones estratosféricas: un 23,5% – frente al 9% de media en Francia-, con puntas de hasta el 40% en algún barrio. Es difícil imaginar un futuro en este rincón de la periferia parisina, a una hora y media del centro de la capital – pese a estar a 12 km- tomando el autobús 601 y el RER.
Chofer del Ayuntamiento de París ya jubilado, durante muchos años la banlieue fue para Amor Benna sólo un nombre. “Yo vivía en el barrio de la torre Eiffel” – una de las zonas más selectas de París-, explica con un brillo de orgullo y nostalgia en la mirada. Pero aquello no podía durar. Con el tiempo, se trasladó a Saint Denis, y hace dos años y medio se mudó al barrio de la Chêne-Pointu, en Clichy. “Necesitábamos un apartamento más grande”, explica. Probablemente piense que en mala hora. Pero no lo dice.
Las familias Benna y Traoré interpusieron hace un año una demanda judicial para esclarecer las circunstancias de la muerte de los dos adolescentes, sobre la que la policía negó en su día toda responsabilidad. La versión del tercer muchacho, que contradice totalmente la de las fuerzas de seguridad, sostiene que los chicos fueron efectivamente perseguidos por los agentes. Un total de once policías han sido llamados a declarar, a finales de noviembre, ante el juez que instruye el caso. El abogado de ambas familias, Jean-Pierre Mignard, es un amigo cercano de la pareja formada por François Hollande y Ségolène Royal, de dos de cuyos cuatro hijos es padrino.
Un año después del drama, la vida en Clichy apenas ha cambiado en nada. El desempleo, la degradación de las viviendas, la falta de un medio de transporte público eficiente y de otros servicios – por no haber, no hay ni oficina del paro-, el fracaso escolar, la discriminación, la delincuencia, las conflictivas relaciones entre jóvenes y policía, la violencia… todo sigue ahí. Como los sillones desventrados en medio de la calle, los coches calcinados – siempre-, los grafitis en las paredes, la suciedad. La única promesa firme del Gobierno ha sido una comisaría.
“Las condiciones sociales, las condiciones de vida, son prácticamente las mismas que hace un año”, afirma Samir Mihi, un educador deportivo de 29 años de Clichy que a raíz de la crisis de las banlieues contribuyó a crear una asociación – AC le Feu (que pronunciado es como assez le feu,“basta de fuego”)- para erigirse en portavoz de los barrios llamados sensibles. Tras un año de trabajo, la asociación entregó ayer en el Parlamento sus particulares cahiers de doléances (listas de quejas) con 20.000 testimonios recogidos por todo el país. “Los problemas no han cambiado”, asegura, mientras advierte con preocupación que la relación entre jóvenes y policía no ha hecho más que deteriorarse. “Golpes, empujones, arrestos, controles de identidad constantes… la presunción de inocencia parece no existir, los jóvenes se sienten escarnecidos. En estas condiciones, una nueva explosión es perfectamente posible”, dice. La única luz que ve en el túnel es una mayor conciencia, un mayor compromiso de la gente. “Hoy tenemos en Clichy 1.000 personas más inscritas en el censo electoral”, asegura.
Que algo se mueve, aunque lentamente, es una opinión compartida por Mohamed Bellahcenne, de 61 años, presidente de la Asociación Cultural de los Musulmanes de Clichy-Montfermeil y rector de la mal llamada mezquita de Clichy, un sencillo centro de oración habilitado en los bajos de uno de los desvencijados bloques de pisos de la avenida Maurice Audin, a escasos metros de una pequeña área comercial donde merodean grupos de jóvenes de ademanes agresivos y mirada inquietante. “Tras los disturbios del año pasado, la ciudad ha vuelto a la calma”, asegura Bellahcenne, mientras desde la ventana pueden verse los restos de un coche destruido por las llamas. Pero sabe que el difícil equilibrio puede romperse en cualquier momento. “Hay una total falta de respeto mutuo entre los jóvenes y la policía, es urgente abrir canales de diálogo, encontrar una solución para que desaparezca todo este odio”, afirma, mientras reparte culpas equitativamente: “Hay racismo, no hay que negarlo. Pero no sólo por parte de la policía, también por la otra parte”.
En su opinión, otro gallo cantaría si hubiera más trabajo. “Cuando hay mucha gente en la calle, sin hacer nada, es fácil que se produzcan actos violentos”, concluye.
Los jóvenes, ya se sabe, lo quieren todo y lo quieren ya. La impaciencia de la edad. No es el caso de Amor Benna, resignado ante la fatalidad, hecho a encajar los golpes de la vida y a tirar hacia delante. “La vida aquí sigue igual, difícil, como de costumbre – dice-. Como en todo el mundo, ¿no? ¿O no hay paro en España?”.
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