La tensión aumenta en las ´banlieues´
Un año después de los disturbios, las ciudades francesas siguen siendo un polvorín
La Vanguardia, 27-10-2006Hoy hace un año, la trágica muerte de dos muchachos en Clichy-sous-Bois, en la periferia de París, desató la revuelta de las banlieues.La situación no ha mejorado significativamente desde entonces. La violencia ha reaparecido con fuerza.
LLUÍS URÍA – Corresponsal. PARÍS
Bandas de jóvenes enmascarados y armados asaltan y queman dos autobuses en la periferia de París
Un año después de la violenta revuelta de las banlieues,Francia sigue sentada sobre un polvorín. No es que nada se haya hecho, pero muy poco ha cambiado. El sentimiento de exclusión y de abandono sigue fuertemente arraigado en los habitantes – en su mayoría, inmigrantes de origen extranjero- de los barrios marginales de las periferias urbanas, mientras se exacerba la violencia entre las bandas de jóvenes y la policía. El odio, ese odio que retrató magistralmente Mathieu Kassovitz en su película del mismo nombre (La haine),sigue tan vivo hoy como en 1996. Pero peor.
El riesgo de que pueda reproducirse una explosión semejante a la del otoño del año pasado es preocupantemente real. Bastaría una chispa para que todo volviera a arder. Como lo fue, el 27 de octubre del 2005, la muerte accidental de dos adolescentes, Zyad Benna y Bouna Traoré, electrocutados en un transformador de alta tensión de Clichy-sous-Bois, al este de París, cuando huían de la policía. La ira despertada por esas dos muertes desató en todo el país una revuelta de proporciones nunca vistas que puso en jaque al Gobierno de Dominique de Villepin. El balance de esas tres semanas habla por sí mismo: un muerto y 126 heridos, 10.000 vehículos y 233 edificios incendiados, 4.770 detenidos y 422 condenados a prisión, daños por 200 millones de euros.
Todo esto podría volver a suceder. Hace semanas, y meses, que lo llevan repitiendo los alcaldes y los líderes de las asociaciones cívicas. También lo ve la propia policía. “La mayor parte de las condiciones que llevaron, hace un año, al desencadenamiento de la violencia colectiva en gran parte del territorio metropolitano se mantienen”, concluía un reciente informe de los servicios de información de la policía.
Los últimos acontecimientos no pueden ser más preocupantes. A las emboscadas perpetradas la semana pasada contra patrullas de la policía en diversas ciudades de la periferia de París, le han sucedido esta semana la quema de tres autobuses. Dos de ellos fueron destruidos la noche del miércoles en Montreuil y Nanterre por jóvenes enmascarados que encañonaron a los pasajeros con pistolas, mientras bandas de jóvenes se enfrentaban violentamente a los antidisturbios en Grigny. El primer ministro Villepin prometió ayer mano dura: “No vamos a aceptar lo inaceptable”, afirmó. El temor del Ministerio del Interior, que ha dado instrucciones a la policía para actuar con moderación y cautela, es que el aniversario de la muerte de los dos chicos de Clichy – que se conmemora hoy con una marcha silenciosa- derive en algaradas.
La crisis del año pasado desencadenó una movilización inédita del Estado. “He oído decir que no se ha hecho nada por las banlieues,que nada ha cambiado, eso no puedo aceptarlo”, dijo ayer Villepin. Cierto, el Gobierno desbloqueó las ayudas a las asociaciones que trabajan sobre el terreno (100 millones de euros), ha acelerado los planes de renovación urbana (35.000 millones de euros de aquí al 2013 para renovar el parque de viviendas), ha creado 15 nuevas zonas francas para atraer empresas a los barrios periféricos, ha reforzado las ayudas a centenares de escuelas y colegios de zonas difíciles y ha impulsado diversos mecanismos para promover el empleo de los jóvenes de las cités.Aunque no con gran fortuna: dos de las medidas estrella de la ley de Igualdad de Oportunidades, el contrato para jóvenes (CPE) y el currículum anónimo, han decaído.
Todo ello tendrá, en su caso, frutos a largo plazo. En lo inmediato, las cosas han cambiado más bien poco. El paro ha descendido lentamente en Francia hasta el 9%, pero en los barrios en dificultades sigue rondando entre el 30% y el 40%. Los jóvenes no encuentran trabajo, no entrevén un futuro. Su color, sus apellidos, su domicilio incluso, se convierten en estigmas. Y descargan su malestar sobre las instituciones públicas, con la policía a la cabeza.
La línea dura marcada por el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, que suprimió en el 2002 la policía de proximidad – algo criticado desde todos los ámbitos- puede que haya puesto coto a las mafias criminales que operan en los barrios marginales, pero ha contribuido a atizar el resentimiento de sus habitantes, que se sienten humillados. Los jóvenes que atacan a la policía – con una media de 14 agentes heridos al día en la primera mitad de este año- no son todos delincuentes. La situación se ha hecho hasta tal punto insostenible que el principal sindicato policial, Alliance, pidió ayer un gran pacto social sobre seguridad.
(Puede haber caducado)