Alerta máxima en los suburbios de París tras la quema de tres autobuses

ABC, 27-10-2006

JUAN PEDRO QUIÑONERO

CORRESPONSAL

PARÍS. La crisis moral, cultural y política de Francia es tan honda que una veintena de incidentes en los suburbios y el incendio de tres autobuses, en tres pueblos distintos, han sido suficientes para instalar al país al borde del ataque de nervios – cuando se cumple el primer aniversario del estallido de la crisis – y para llevar al estado de sitio político al Gobierno y a la jefatura del país.

Durante el último trimestre, las fuerzas de seguridad han denunciado en varias ocasiones el estado de crisis permanente en numerosos de los 750 suburbios con problemas que hay en París y todas las grandes ciudades de Francia. Y se han multiplicado los incidentes y agresiones contra unidades policiales, caídas en trampas criminales una y otra vez.

Nicolas Sarkozy, ministro del Interior, anunció ayer reuniones de trabajo especiales entre los responsables de los transportes públicos y las autoridades policiales, con el fin de encontrar nuevas fórmulas de colaboración que permitan afirmar la seguridad evitando enfrentamientos o crisis inflamables, tras el rosario de últimos incidentes.

Ataques impunes

Durante la noche del miércoles al jueves, tres autobuses fueron secuestrados e incendiados por grupos de encapuchados y aparentemente armados.

En uno de los casos, una decena de individuos, armados con bates de béisbol, navajas y estacas tomaron un autobús de la línea 122, que cubre el trayecto entre los pueblos de Bagnolet y Montreuil (Seine – Saint – Denis), en la periferia norte de París, hacia la una de la madrugada del jueves. El conductor y los pasajeros fueron invitados a bajar. Los individuos se alejaron con el autobús, que incendiaron impunemente unos kilómetros más lejos.

Igualmente expeditivo, otro grupo de individuos encapuchados se apoderó con la misma facilidad, casi a la misma hora, en el barrio Pablo Picasso de Nanterre (Hauts – de – Seine), de un autobús de la línea 258. En pocos minutos, lo rociaron de gasolina y le pegaron fuego, antes de desaparecer rápidamente.

Siguiendo una táctica diferente, horas antes, un grupo de casi medio centenar de individuos encapuchados, o con máscaras de plástico, paralizaron el tráfico en un cruce de la carretera nacional 445, a la altura de Grigny (Essone), al sur de París. Bastantes automóviles fueron apedreados, rayados con navajas, con sus ocupantes literalmente amedrentados. La banda se disolvió antes de que pudieran llegar las fuerzas del orden.

Cirylle Brown, secretario general de la sección de conductores de autobús del sindicato CGT, analiza de este modo tales incidentes: «Hace un año, asistimos al estallido de un movimiento espontáneo. Ahora sufrimos el ataque de bandas organizadas». Los sindicatos de policía afirman que se trata de «incidentes aislados».

Jacques Chirac, jefe del Estado, teme un fin de mandato catastrófico. Conquistado el poder con la promesa de acabar con la «fractura social», a nadie se le oculta que se dirige hacia el fin de su carrera presidencial amenazado por el agravamiento de todos los indicadores sociales.

Sarkozy, candidato a la Presidencia de la República, teme ser víctima de un nuevo estallido de violencia suburbana. La oposición socialista, en campaña electoral, le culpa directamente del empeoramiento de la seguridad ciudadana.

En el terreno político, los candidatos a la presidencia de la República (Sarkozy, Ségol_ne Royal, entre otros) consideran los incidentes como «reflejo» de una crisis de fondo de insondable calado.

En el terreno social, fuerzas de seguridad y «animadores sociales» intentan controlar los nervios. Policía y fuerzas anti disturbios evitan los barrios más problemáticos para que no haya incidentes. Escuelas, guarderías, centros deportivos, son objeto de atenciones especiales permanentes.

La opinión pública está divida ante un cáncer social cuyo origen se confunde con la proliferación de guetos suburbanos donde las inversiones financieras del Estado, masivas desde hace décadas, no han resuelto los inmensos problemas de no integración, miseria, descomposición social, criminalidad y pulsiones racistas.

Según varios sondeos, un 56 por ciento de los franceses considera imprescindible «dar prioridad a la represión». Aunque un 40 por ciento prefiere «comenzar por el tratamiento social» de los problemas. Un 68 por ciento estima evidente la degradación de la vida diaria en los suburbios. Y otro 55 por ciento habla del incremento de la inseguridad.

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