Aguantando la valla
ABC, 23-10-2006TEXTO Y FOTO: LUIS DE VEGA, ENVIADO ESPECIAL
CASTILLEJOS (MARRUECOS). El paraje conocido como Biutz y señalado en los mapas como Boquete de Anyera, un antiguo enclave español en los montes que separan el norte de Marruecos de Ceuta, acoge a los últimos subsaharianos que sobreviven a cuatro o cinco kilómetros del perímetro fronterizo. Setenta, ochenta, un centenar como mucho. Se instalaron allí hace ahora un año, cuando lograron escapar de las redadas de los militares y los gendarmes marroquíes en los días posteriores a los asaltos masivos a la valla de las dos ciudades autónomas españolas. Se libraron por poco de ser expulsados al desierto junto a otros centenares de inmigrantes, pero no se puede decir, doce meses después, que hayan corrido mejor suerte que ellos.
El paisaje ha cambiado mucho desde entonces. Rabat ha instalado puestos militares permanentes, nuevas garitas y ha excavado un foso junto a la valla. Ante esta situación los subsaharianos no se atreven ni a acercarse a la zona. «Hace un año que no intento saltarla», reconoce Sidibe Sekou, un maliense de 29 años, en un campamento que aparece casi desierto después de la redada llevada a cabo por gendarmes marroquíes el día anterior. Sólo detuvieron a un senegalés al que se unieron dos malienses que, hartos de no poder pasar al lado español, se entregaron.
Un Ramadán que no cesa
Sidibe acompaña a Pate Samake, un compatriota de 22 años, a un arroyo cercano para llenar unas garrafas de agua, que durante el día no consumen porque están en pleno mes sagrado de Ramadán y guardan ayuno hasta la caída del sol. «Pasamos tanta hambre que para nosotros todos los meses parecen Ramadán», bromea Sidibe, que explica que algunos vecinos marroquíes les dan algo de comer. Domasi, otro hombre natural de Bamako, nos muestra lo único de lo que se están alimentando estos días: cebollas, patatas y mendrugos de pan.
Las construcciones con armazones de ramas en las que viven los inmigrantes en este nuevo campamento recuerdan a las que se veían por cientos en el gran asentamiento de los montes que rodean a la vecina localidad de Beliones y en el que llegaron a habitar más de un millar de subsaharianos hasta que fue desmantelado en octubre de 2005. Es precisamente en aquella ladera donde los militares marroquíes tienen el principal punto de vigilancia en la zona para evitar que se produzcan nuevos asaltos masivos a la valla ceutí.
Pero lejos de poder organizar avalanchas como las del año pasado, los inmigrantes que han aguantado en la zona estos doce meses no saben cómo van a salir del laberinto en el que se han convertido sus vidas. No pueden seguir adelante, hacia España, ni volver hacia atrás, a Malí. «Algunos se han bajado a Rabat, pero nosotros no tenemos dinero para vivir en la ciudad», aseguran los malienses. Saben que los asiáticos están pasando a Ceuta por mar, pero «para eso también hace falta dinero», del que carecen. A diferencia de los de India, Pakistán, Bangladesh o Sri Lanka los ciudadanos de Malí, Senegal, Camerún o Nigeria se encuentran en un callejón de difícil salida.
Unos kilómetros más allá del campamento de Boquete de Anyera, en el que aún quedan los restos de algunas construcciones coloniales, se encuentra otro pequeño grupo de inmigrantes donde hay incluso somalíes y sudaneses – nacionalidades poco comunes en estos bosques – , que aprovechan la cercanía de la mezquita de Mnizla, cerca de Castillejos, para ir a rezar.
Sidibe, Pate, y Domasi no van a orar a la mezquita, pero reconocen que están «en manos de Dios». Creen que sólo Él decidirá su destino. Mientras tanto, estos malienses esperarán en el bosque y correrán montaña arriba cuando de entre los árboles los militares den el alto.
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