Clichy-sous-Bois: como antes y como siempre
El Mundo, 21-10-2006Un año después de la guerrilla urbana, el epicentro de la revuelta languidece en la miseria, aunque la tensión y el arma del voto pueden cambiar el escenario en direcciones opuestas CLICHY (FRANCIA). – El centro cultural de Clichy – sous – Bois aloja en la fachada un estandarte con los rostros en blanco y negro de Ziad y Bouna. Fueron los chavales que murieron accidentalmente cuando les perseguía la policía. Ahora han adquirido a título plebiscitario los honores de mártires. Mártires de una rebelión callejera que cumple un año sin que las 28.000 almas de Clichy, epicentro del terremoto guerrillero, hayan percibido cambio alguno.
No hay cine, ni teatro, ni comisaría, ni estación de cercanías, ni hogar del jubilado, ni jardín infantil. Antes existía un gimnasio con aspecto de tugurio, pero la oleada incendiaria de noviembre de 2005 lo convirtió en cenizas y en paradoja de la adversidad comunitaria: los vecinos de Clichy no sólo padecen la miseria y la discriminación. También se convirtieron, por añadidura, en las víctimas de los destrozos y de los coches en llamas.
¿Todo sigue igual, entonces? Aparentemente sí, aunque la autoridad religiosa del enclave, Abderrahman Bouhout, admite que los incidentes de hace un año, denigrantes o no, «sirvieron para exponer en el escaparate de la sociedad francesa el fantasma del modelo de integración».
El problema es la impaciencia del vecindario, la fragilidad de la tregua, la impresión de que un mero accidente o un simple malentendido pueden rociar de gasolina los aparcamientos. Mucho más cuando Nicolas Sarkozy, ministro del Interior y partidario de métodos expeditivos, inquieta como un demonio la cotidianidad de Clichy y de las periferias calientes.
Su nombre ocupa entre insultos las pintadas más recurrentes de la barriada. Fue Sarko quien llamó escoria y canallas a los chicos de la rebelión. Y es Sarko quien reaparece de vez en cuando en cabeza de sus robocops para escarmentar el suburbio con redadas ejemplares.
«Si tengo que elegir entre Sarkozy y Le Pen, me quedo con el segundo. Le Pen me echará de Francia. Pero Sarkozy no me deja vivir en ella», dice Abdel, parado de 27 años, hijo de inmigrante argelino y jugador de cartas sin blanca.
¿Todo sigue igual, entonces? No exactamente. El miedo a Sarkozy y su proyección como presidente de la República han despertado una conciencia electoral en Clichy. No sólo porque se avecinan las legislativas y presidenciales (primavera de 2007). También porque las asociaciones de los suburbios promueven campañas de concienciación con un lema contagioso: «Si no te gusta Sarkozy, échalo con tu voto».
Las ilusiones del porvenir desafinan con la precariedad del día a día. Será porque la tasa de desempleo (23,5%) duplica con creces la media nacional. Será porque la densidad de médicos por habitante es la más baja de Francia. O será porque la elevada proliferación de menores de 25 años (47% de la población) es inversamente proporcional a su porvenir.
La explicación elemental radica en el aislamiento. Clichy se encuentra sólo a 15 kilómetros de París, pero llegar al destino requiere una combinación laberíntica de transportes, supone dos horas de tiempo en el mejor de los casos e implica responder una cuestión inquietante: ¿qué se hace aquí?
Nada, no se hace nada. Por no haber, no hay ni oficina de empleo, símbolo ausente de una colmena descomunal donde se hacinan los vecinos, no funcionan los ascensores, se caen a pedazos las paredes, se reproducen las antenas parabólicas y se multiplican los guetos.
No es lo mismo ser cristiano que musulmán. Ni blanco que magrebí. Ni magrebí que subsahariano, aunque Ziad, de origen tunecino, y Bouma, negro adolescente de Mauritania, eran amigos y corrían juntos cuando la policía les perseguía la noche del 27 de octubre de 2005.
Un año después, el padre de Ziad, jubilado de los servicios de limpieza, se conmueve delante de la bandera donde aparece el rostro de su hijo: «Me hubiera gustado que, al menos, su muerte hubiera servido para algo».
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