El «pequeño Caribe», un gueto dominicano en pleno Tetuán
Tres estrechas calles concentran multitud de comercios y bares latinos en
La Razón, 15-10-2006MADRID – Lo llaman «el pequeño Caribe», «el Manhattan dominicano en
Madrid», y dicen que si vienes de la isla y no pasas por el barrio no
podrás decir que has estado en la capital. Es Tetuán, un distrito con unos
150.000 habitantes, de los que el 23 por ciento son inmigrantes, sobre
todo de origen latino. Una «torre de Babel» junto a Cuatro Caminos en la
que los dominicanos constituyen la comunidad extranjera mayoritaria,
alcanzando los casi 30.000 censados.
Viven, trabajan y pasan su
tiempo de ocio en torno a tres calles, Almansa, Topete y Tenerife. Unos
400 metros de vía en la que se han concentrado todo tipo de negocios que
nos transportan a Santo Domingo, huele a pica pollo, longaniza y
chicharrón. Las bachatas de Luis Miguel del Amargue ponen la sintonía a
tres estrechas calles en las que se puede encontrar lo último en
reggeaton, llamar al otro lado del Atlántico a los precios más bajos de
toda la ciudad, sea fijo o celular – como ellos dicen – , vestirte con moda
importada, y si quieres trenzitas, las tienes en alguna de las peluquerías
que rememoran el malecón dominicano. Como en un oasis, una farmacia y un
herbolario regentados por españoles y dos bazares chinos.
La
vida pasa a ritmo caribeño a la vuelta de la esquina de Bravo Murillo. Es
casi mediodía, pero curiosamente la actividad empieza a apagarse y, a
medida que te adentras por Almansa, los relojes de la decena de locutorios
y de la también decena de negocios de envío de dinero recuerdan que en la
República Dominicana son más de las ocho. «Hermano, somos un barrio que
vive la tarde como la noche. Aunque estamos a miles de kilómetros de
nuestra tierra es imposible acostumbrarte al horario español», cuenta
William, vecino de Almansa.
Bolivianos, peruanos y dominicanos y
ecuatorianos en mayor proporción conviven, o eso se intenta, con una
población autóctona, sobre todo de avanzada edad, que no siempre los ve
con buenos ojos. El ideal de integración y mezcla de culturas en esta zona
de Tetuán, donde la balanza de la población pesa más en el lado
inmigrante, aún queda bastante lejos. Y es que el barrio muestra las dos
caras de la moneda, la cara amable de día y la cruz, de noche. A primera
hora, los protagonistas son Mariana, Tania, Demo, Sandy o Wendy, que
regentan los comercios, y que con los «papeles» en la mano empiezan a dar
forma a los sueños con los que hace años abandonaron su isla. A algunos
como Tania, dependienta en la tienda de discos, no les interesa quedarse
mucho, quiere volver a Santo Domingo «a montar su negosito», pero hasta
que ahorre el dinero necesario para hacerlo va intentar traerse a los
suyos a Madrid aprovechando la oportunidad que les brinda la reagrupación
familiar. Otros, en cambio, como Mariana, propietaria de la peluquería El
Malecón no piensa en el regreso, lleva diecisiete años en España, de cómo
le va el negocio – dice – «no se puede quejar», y sus hijos estudian Derecho
y Odontología, por lo que «todo lo que tengo lo tengo aquí». Es de las
veteranas del barrio, donde dice sentirse a gusto, y mientras peina a una
compatriota repasa los cambios que ha sufrido en los últimos años. «La
gente en cuanto ha podido se ha legalizado. Ahora, traen a su familia y
montan algo que les dé de comer por la zona». «Ha llegado un punto en que
somos como la ONU», se ríe.
Testigo directo de la
transformación que ha sufrido la margen izquierda de Bravo Murillo ha sido
también Wendy, una joven dominicana que ya lleva ocho años en España,
donde se ha casado y ha tenido un hijo. Todo este tiempo ha trabajado en
uno de los locutorios que dan pie a la calle Almansa y aunque no vive en
la zona conoce muy bien el barrio porque, según dice, «estoy hasta las
once de la noche todos los días sentada aquí, es mi segundo hogar».
«Cuando empecé sólo había tres locutorios en Cuatro Caminos, estaban éste,
el Universal y el Nuevo Mundo; ahora, hay cientos. Y lo mismo con el resto
de negocios de dominicanos, se podían contar con los dedos», relata. Y,
¿la convivencia? Silencio. Wendy toma aire y de forma esquiva da detalles.
«Ha cambiado un montón, antes se respiraba otro ambiente». La joven
cuenta, a su parecer, los pros y los contras del «pequeño Caribe». «Por un
lado la llegada de compatriotas ha sido buena porque haces amigos de tu
mismo país, pero también han aumentado las peleas y las malas historias».
El goteo de «caras conocidas» de Wendy que entran a las cabinas es
incesante. La joven baja la voz y explica que «yo como estoy detrás de un
cristal no me entero ni de la mitad de lo que pasa pero se suele montar
alguna bronca. Mi lema es si tú no te metes con nadie, nadie se mete
contigo».
Demo es el camarero del restaurante La Esquina
caribeña, epicentro de los encuentros y comidas de los dominicanos de
Tetuán por lo que conoce de primera mano cómo se vive en la zona. Parco en
palabras cuenta que «durante el día no hay ningún problema. La gente viene
aquí a tomarse sus copitas y no se meten con nadie, pero ojo, en esta zona
hay mucho ecuatoriano, marroquí, policías mucho de todo».
Cuando cae el sol, la tranquilidad y el crisol de culturas de la mañana se
enrarece. Los dominicanos trabajadores echan el cierre y la zona se llena
de grupos de inmigrantes que, sin oficio ni beneficio, dejan pasar el
tiempo. Almansa, Topete y Tenerife: tres estrechas calles, que las 24
horas son un hervidero de gente y que se han convertido en parada
obligatoria del caribeño que aterriza en Madrid.
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