Bebés de ninguna parte

ABC, 14-10-2006

TEXTO: ERENA CALVO

LAS PALMAS. «Ya los ha examinado el pediatra y están todos muy bien, con un poquito de catarro por la travesía, pero nada grave». Leticia Quintana, directora del centro de acogida de inmigrantes de la Cruz Roja en Fuerteventura, habla con ternura de los cinco bebés, dos niñas y tres niños, que llegaron este jueves a la isla majorera a bordo de una patera. Las más pequeñas son Gift, de seis meses y madre gambiana, y Lisa, a punto de cumplir los dos años y de madre nigeriana. Miracle y Emmanuel, de dos y cuatro años, son hermanos y su madre es de Sierra Leona. La madre de Osas (el quinto niño, de dos años), como Gift, es gambiana. Todos los pequeños son marroquíes, cuenta a ABC la directora del centro.

La explicación es sencilla. Las pateras que trajeron a los pequeños hasta Canarias zarparon de las costas saharianas, principal punto de partida – hasta que se abrió la ruta subsahariana – de las embarcaciones clandestinas que terminan en el Archipiélago. Antes de que Mauritania o Senegal se convirtiesen en lanzaderas casi permanentes de cayucos, «muchos africanos iniciaban un largo periplo desde sus países hasta Marruecos», desde donde intentan a bordo de pateras, y en un viaje que dura entre dos y tres días, llegar a las islas.

Un largo camino

Es el caso de las cinco madres, todas muy jóvenes, que llegaron a Fuerteventura esta semana. Partieron hace años, entre cinco y siete, de sus respectivos países. El camino es largo, y los recursos pocos. Muchas veces pasan largas temporadas en distintas regiones, donde se procuran algún empleo para seguir ganando dinero y poder continuar el trayecto. «En ese tiempo, como sucede en la vida de cualquier persona, pueden conocer a un compañero y tener a sus niños; es lo que les pasó a estas chicas, por eso los bebés son todos marroquíes».

En la patera del jueves no sólo viajaban los cinco bebés y sus madres; los padres de Gift, Lisa, Miracle y Emmanuel se encontraban también entre la tripulación. Los tres permanecen ahora alejados de su familia, en el centro de retención de El Matorral, también en Fuerteventura. «En cuanto sea viable se procederá al reagrupamiento familiar, como se hace siempre».

Los bebés de las pateras, acompañados por sus madres, son internados directamente en centros abiertos de Cruz Roja, donde pueden ser atendidos en mejores condiciones. Durante un tiempo pueden residir allí, y se les procura asistencia médica, ropa, la alimentación, y además reciben clases de castellano. En cuanto es posible, acogen también a los padres. Estos centros, a diferencia de los de retención, son abiertos, y las familias tienen libertad para abandonar las instalaciones cuando quieran.

En Fuerteventura, en estos momentos residen en el centro once familias con sus bebés. Cuando las plazas comienzan a saturarse, «les damos la posibilidad de reubicarlos en otras instalaciones de Cruz Roja, aunque muchas veces ellos mismos nos dicen que tienen familia o amigos en España y que prefieren instalarse por su cuenta». Así se libran de los cuarenta días de retención, de las derivaciones y de las repatriaciones; y pueden comenzar una nueva vida con sus pequeños.

En lo que va de año han llegado a Fuerteventura casi veinte bebés – seis en mayo, seis en julio, y los cinco de este jueves – . «Algunos han sido redistribuidos en centros de Las Palmas y Tenerife», dice.

«Cuando los pequeños llegan aquí sanos y salvos es un alivio», relatan miembros del Equipo de Respuesta Inmediata de Cruz Roja. «Es duro sacar de una patera a un niño de seis meses y pensar lo que ha tenido que pasar; recompensa saber que está bien y que aquí recibirá la atención que merece».

Sin embargo, imágenes como las de Gift o Miracle traen también a la memoria la de Adam, el bebé de sólo dos semanas que no soportó la travesía y moría al poco de llegar a Fuerteventura este pasado mes de julio. Su madre, gambiana, sigue esperando en la isla a que su marido salga de Marruecos y llegue algún día a Canarias a bordo de una patera. Son imágenes, en definitiva, que encierran en sí mismas la crudeza de la inmigración irregular y el despiadado final que encuentran algunas personas en su viaje hacia la esperanza. Un viaje que esta vez ha tenido un final feliz para los cinco pequeños y que nunca olvidarán sus madres.

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