Nueva Hispanoamérica

Diario de Navarra, 13-10-2006

SE podría decir que desde que fue descubierta, la América latina ha interesado muy poco al resto del mundo. Ni siquiera a los españoles, aun siendo los responsables de su conquista, tal vez la gesta más grande y beneficiosa en la historia de la humanidad. Últimamente miramos a Hispanoamérica con recelo, inseguros ante tanta inmigración que desde allá nos llega y sorprendidos por el acceso al poder del indigenismo populista en figuras como Evo Morales o Hugo Chávez.

Con esos datos habrá quien crea que la Hispanoamérica emergente es el territorio de una revolución pendiente. ¿Realmente lo es?Para salvar recelos conviene mirar con algún detalle cómo están evolucionando la economía y el abordaje de los retos sociales en aquellos países. Hispanoamérica vive una transformación económica mucho más importante que lo que habitualmente indican los teletipos informativos. La zona está registrando desde hace dos décadas crecimientos anuales en su riqueza cercanos al 6%, tasa que supera en varios puntos la del conjunto mundial. Y además ese crecimiento es más sólido en la medida en que últimamente también se está controlando la inflación, ajustada entorno al 6,3% en 2005. También la deuda externa se está reduciendo gracias a esa mayor generación de riqueza, diez puntos menos en los dos últimos años. Y así mismo lo hace la deuda interna: el año pasado suponía el 53% del Producto Interior Bruto del área, mejor cifra que la de algunos países de la eurozona.

La receta para lograr este despegue económico estaba escrita en el llamado consenso de Washington, que proponía las estrategias solventes de la economía liberal. No era descubrir nada nuevo: flexibilidad en el mercado de divisas, atajar la inflación y políticas responsables de gasto público. Hispanoamérica además se ha beneficiado mucho del alza en el precio de algunas de sus riquezas naturales, como el petróleo, el gas o el cobre, y extraordinariamente del tirón económico mundial favorecido por China e India, que le ha permitido diversificar sus exportaciones.

Y sin embargo, sigue habiendo un tremendo problema de pobreza, a la que no se atiende tanto como se hace con las ahora mejores cifras de la macroeconomía. La distribución de la renta en Latinoamérica sigue siendo tan inequitativa como en África, y no mejora tan rápido como sería posible. El Banco Mundial ha avisado de que esto puede ser lo más perjudicial para su propio crecimiento, al privar a una parte enorme de la población de su contribución en la generación de nueva riqueza. En lo social, es el origen de la inmigración hacia España y Estados Unidos, principalmente. Y en lo político, es el germen para el advenimiento al poder del populismo izquierdista.

Pero es precisamente en los programas de lucha contra la pobreza y la exclusión donde se ve cuáles son los mejores gobiernos. En Chile, Colombia y Méjico la política consiste en invertir en infraestructuras y facilitar el acceso de la población a la educación y la sanidad, aun imponiendo un pequeño pago por ello. En Bolivia, en cambio, Morales ha optado por la expropiación de los recursos naturales y una reforma agraria que pretende proporcionar 20 millones de hectáreas improductivas a los indígenas quechuas y aymaras, a pesar de que los del altiplano nunca han tenido muchos conocimientos de agricultura. En Venezuela, la pobreza no desciende a pesar de que los ingresos derivados del petróleo engordan como nunca al régimen de Chávez.

Tal vez suene rancio recordar la conquista de América por los españoles, ahora que los conquistadores de su propio futuro saben ser ellos mismos. Seguramente lo que más necesitan es confiar en un modelo de progreso que no es precisamente el de los caudillos ni el de los indigenismos.

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