Arte

Cien peldaños hacia el cielo

El Mundo, 10-10-2006

Una exposición callejera muestra un centenar de escaleras empleadas por los subsaharianos para escalar la valla de Melilla En este presente de odiseas y cayucos es difícil borrar aquella imagen de la memoria: centenares de subsaharianos acercándose a la frágil y sorprendida valla de Melilla, blandiendo la escalera de la impotencia en las dos manos, aprovechando la madrugada y valiéndose de la multitud para intentar cruzar al otro lado. Algunos lo consiguieron, otros no, pero la huella de su paso por esa frontera de alambres y pinchos quedó allí, como una pisada sobre la arena. El artista Fernando Clavería recogió aquellas escaleras rudimentarias «livianas y famélicas» y les ha brindado un homenaje «a todos aquellos que se juegan la vida para tratar de vivir como nosotros».


Cien de esos pasaportes naturales se exponen hoy en la fachada del número 23 de la calle de Piamonte. «Si me hubieran dejado elegir: las hubiera colocado, de forma simbólica, sobre el Museo Nacional Reina Sofía, el Congreso de los Diputados y la Torre Picasso», comenta el artista.


Para verlas hay que levantar el cuello por la estrechez de la calle. Hay que mirarlas allí suspendidas, inaccesibles al viajero. Sobresalen por el tejado del edificio de la fundación del Colegio de Arquitectos forjando en el aire una hermosa metáfora: de Madrid al cielo, y una pregunta: ¿lo habrán encontrado aquí?


«Conocí a dos tuertos y a un hombre que perdió la pierna en la travesía», añade Clavería experto en retratar aquello que le conmueve. Hace poco más de un año, un poco como al resto, le impresionaron las famosas escaleras: «En Melilla, cuando me acerqué a recogerlas y las encontré en el suelo se me cayó el alma a los pies. Allí estaban, todas amontonadas. Habían perdido su morfología, parecían un montón de leña».


El artista las recogió, como Pablo Neruda con aquel vieja ancla que dejaron abandonada en la playa, y las midió, las pesó, las fotografió. Sólo entonces las vio tal y como las había imaginado: únicas e irrepetibles, como habían sido forjadas en el bosque de Nador. «Cada una es diferente a la otra. Están personalizadas y humanizadas, tanto por el material del que están hechas (flor de pita o árbol de eucalipto) como por la forma en la que han sido unidas. A veces con caucho y otras veces están liadas con jirones de tela». Estas marcas son perfectamente visibles allí arriba, sobre el edificio.


Ahora mismo otras escaleras del mismo artista duermen en otros lugares, como el Museo de la Cultura Mundial de Gotemburgo y otro cargamento llegará pronto al Museo de Arte Contemporáneo de Badajoz. «El resto descansa en las casas de algunos amigos y en un solar fuera de Madrid». Después de un año de exposiciones al calor, al frío, a los viajes y aunque están hechas de material muy resistente «necesitan ya una mano restauradora».


Como cualquier obra de arte, el proyecto posee todas las significaciones que queramos darle, aunque el artista subraya el carácter social: «Es un grito, una corona de espinas, un espejo que nos refleja a nosotros mismos porque de una forma u otra todos y cada uno de nosotros hemos sido inmigrantes», añade este estudiante de empresariales que encontró su vocación en la expresión artística. Su nombre se escuchó con fuerza cuando después del 11 – M plantó 191 sillas vacías frente a la plaza donde se asoma el Reina Sofía.


De noche, cuando la calle duerme y el silencio envuelve el centro de la ciudad, el número 23 de la calle Piamonte se transforma en alambrada en la imaginación del transeúnte, y la obra de arte en instinto de supervivencia.


Exposición. En la calle de Piamonte, 23. Por la noche la fachada del edificio se encuentra iluminada y el efecto es muy visual. La muestra estará hasta finales del mes de octubre.

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