«¿Puedes conseguirme unos papeles?»
ABC, 09-10-2006TEXTO: ERENA CALVO
VALENCIA/LAS PALMAS. «¿Te importa que pruebe si se oye bien la música? Muy bien, aquí tienes tu dinero». Chico, un senegalés de 20 años, cierra su primera venta del día en una playa de Valencia en la que algunos apuran el sol de otoño. Llegó a Tenerife hace cuatro meses. En su cayuco, que partió de las costas senegalesas de Yaraj, viajaban otras 80 personas. Después de pasar «unos veinte días» en un centro de retención de Tenerife, donde dice que recibió «muy buen trato», le subieron a un avión y le llevaron a Asturias.
Ahora vive en Valencia desde hace tres meses. La «cruz azul», como él llama a la Cruz Roja, le ayudó a localizar allí a su hermano. Su mirada se entristece cuando se le pregunta si sabe que su situación es irregular. Dice que sí, pero explica que antes de llegar aquí pensaba que sí podría conseguirlo. No es el único, «la mayoría de los que salen no tienen información real de lo que les pasará una vez que lleguen a España» y cree que seguirán «viniendo muchos más». Chico, no obstante, dice que no pierde la esperanza.
Se explica en un perfecto castellano. «En Senegal era estudiante y me enseñaron vuestro idioma». También era futbolista. Le gustaría encontrar un club, pero sabe que sin papeles no puede hacer nada. Ahora «gano dinero vendiendo música y películas pero no da para mucho»; todavía no ha podido enviar dinero a su familia. «Estoy pasando por un momento muy complicado, me ayuda saber castellano, pero imagina que de repente llegas a un país y ni conoces su idioma ni sus costumbres. Imagina que además no tienes derechos, eres ilegal».
La experiencia manda
Mientras hablamos con Chico se acercan otros compañeros. También entraron por Canarias. «¿Papeles? ¿Puedes conseguirme unos papeles?», preguntan en un castellano más rudimentario. Tras la negativa, se alejan y siguen su trabajo por la playa.
Mucho más cómodos, los vendedores con «más experiencia» ofertan sus productos sin tener que caminar. Los clientes ya los conocen y se amontonan en las sábanas que extienden sobre la arena para hacer la compra del día. «Ese bolso, ¿a cuánto?. Cuarenta, signora». El que habla, mitad castellano, mitad italiano, es Mamadú, otro senegalés de 32 años que lleva uno y medio en Valencia. Su situación en España, como la de Chico, es irregular, pero él no eligió el cayuco sino el avión.El destino, Italia. En ese país vivió unos seis años, relata.
«Llegué con una empresa de mecánica; en Senegal trabajaba en ese sector y en Italia lo hice por unos años, por eso tengo papeles de ese país». Papeles que aquí no sirven, de ahí que se dedique a vender bolsos y ropa «en la playa y en los mercados que se organizan en distintos barrios durante la semana». Llegan a ganar hasta 1.500 euros al mes si no les requisa la Policía las mercancías.
Preguntado por si existe algún tipo de organización entre los vendedores de una misma zona, Mamadú explica que es una cuestión de «experiencia y posibilidades». Los recién llegados «no suelen hablar castellano, no pueden establecerse en un puesto y mantener una conversación con un cliente». Además, «no tienen muchos recursos y adquieren productos más baratos para empezar a ganar dinero».
Para Mamadú, la llegada masiva de cayucos era previsible; «no hay trabajo en África». Médicos, abogados, maestros…«no se lanzan al Océano sin motivo; muchos de los que vienen tienen formación pero en sus países no hay salida».
No obstante, se opone a que sus compatriotas se monten en cayuco para llegar a Canarias. La inmigración irregular – dice – «no beneficia a nadie; nosotros quedamos desprotegidos ante la ley y se genera un mercado negro difícilmente controlable». Más consciente que Chico de la dificultad de arreglar su situación, espera conseguirlo algún día. «Podría trabajar de mecánico o conductor, por qué no».
Mouhamadou Bamba, presidente de la Asociación de Senegal en Valencia, mantiene un discurso similar. «Sí que se ha podido dar un «efecto llamada» con la regularización pero el factor decisivo de la inmigración africana es la pobreza. Sostiene que la política del presidente senegalés es de «tolerancia cero con la inmigración irregular». Pero «cada vez llegan más». En la asociación lo han notado en la petición de pasaportes – para empadronarse y obtener la tarjeta sanitaria – , que «se ha doblado en los últimos meses. No tendrían que haber llegado así, pero algo habrá que hacer ahora». En la asociación se les echa una mano con los trámites del pasaporte, les enseñan español y les buscan alojamiento.
Lo consiguió como menor
Kale Siaka es de los que tuvo suerte y consiguió «los papeles». Nació en Mali, país del que también procede un nutrido grupo de los inmigrantes que llegan a Canarias. Este año, dentro de unos meses, será la primera vez que visite su país desde que llegó al Archipiélago. Hace ya al menos seis años que una patera le trajo hasta Canarias. Acogido como menor en un centro de la Comunidad, ha superado la mayoría de edad sin abandonarlo. Kale trabaja como traductor en las instalaciones que el Gobierno canario destina a acoger a los chicos. «Es un ejemplo para los pequeños», cuenta Juan José Domínguez, responsable de los centros.
El joven maliense se muestra feliz de poder ir por fin a visitar a su familia. «Todos los meses les puedo mandar algo de dinero, y ellos me los agradecen mucho». Él ha conseguido un trabajo, su propio piso…, y se ha integrado en la sociedad canaria; sin embargo, reconoce que es peligroso arriesgarse a atravesar el Océano y que una vez en España es complicado encontrar salida sin papeles.
Por este motivo, el grupo parlamentario Entesa Catalana de Progrés instaba en junio al Gobierno a adoptar medidas para controlar a los indocumentados. Lo que se planteaba es una suerte de «legalidad provisional» que no se podría llevar a cabo con la legislación vigente, explica a ABC Josep María Esquerda Segués, de ERC. Caldera anunció en julio que se «estudiaría» la posibilidad de dar permisos a los inmigrantes «inexpulsables».
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