Van a seguir viviendo
«La inmigración es un fenómeno imparable. Nunca nadie a lo largo de la historia de la humanidad ha podido detener a los que huyen de la miseria, la guerra o los desastres ecológicos».
Diario Vasco, 06-10-2006JAVIER LASARTE/PROFESOR ASOCIADO UPV-EHU *
En esto de la inmigración hay un riesgo de ser a veces un poco talibanes. Nos toca sentimientos muy primarios: los de pertenencia a la tribu, los de grupo, los de comunidad, los de vecindad. Afecta a nuestros miedos personales y colectivos a lo distinto, a la incertidumbre y pesadumbre que producen los cambios, al temor a una situación colectiva que no controlamos y desconocemos, al miedo a la inseguridad vital. Es totalmente humano y comprensible, pero debemos utilizar la razón para no sucumbir al uso de la demagogia, y desalentar y no potenciar actitudes xenófobas y excluyentes. Por eso los responsables políticos tienen que ser muy cautos y responsables con este tema.
En España estamos preocupados ahora viendo a diario la llegada de cayucos africanos. En el Reino Unido temen una avalancha de rumanos y búlgaros y se critica el número de polacos llegados tras la ampliación de la UE, y en Estados Unidos hablan de la mexicanización del país y de los riesgos de pérdida de rasgos de su identidad nacional tradicional. Todos tenemos nuestros propios fantasmas.
Recientemente, el economista Paul Krugman escribía un artículo en un periódico norteamericano y reconocía, con orgullo, el origen ruso de su familia, y recordaba lo que todos sabemos, que salvo los nativos indígenas, todos son inmigrantes en EE UU, y que esos flujos de inmigrantes masivos que pasaban pesarosamente por Ellis Island, han sido claves para explicar el desarrollo económico de la mayor potencia mundial. Pero hete aquí que frente a la opinión mayoritaria sobre el efecto beneficioso de la contribución neta de los inmigrantes al desarrollo económico de su país, defendía la tesis de que la actual inmigración, principalmente de origen latinoamericano y sobre todo mexicana, sólo contribuía con un magro 1% y que además causaba una fuerte distorsión a la actual cultura norteamericana, por lo que proponía fuertes controles y restricciones sobre la misma. Supongo que para él sus abuelos rusos tenían unos hábitos culturales similares a los anglosajones, y que los efectos de un buen vodka eran equiparables a unas cuantas cervezas del tipo Ale.
En fin, que cada uno mira la realidad según sus propios intereses y muchas veces nos olvidamos de dónde venimos. España y Euskadi hemos sido a lo largo de la historia tierras de emigrantes, por razones económicas, y nos hemos convertido en muy pocos años, gracias a nuestro desarrollo económico y a nuestro nivel actual de riqueza, en un país de inmigrantes, y nos asustamos. Y vemos la llegada de los cayucos y las chilabas en nuestras calles, y colores, lenguas y razas variopintas en gentes que pululan por nuestros barrios y acuden a los colegios de nuestros niños, y nos vence el instinto primario. España ha pasado en poco más de seis años de tener una población extranjera del 2% al 9%. Es decir, hemos convergido en inmigración con el resto de los principales países de la UE. Ha sido uno de los efectos colaterales de la convergencia en renta y riqueza con nuestros socios europeos.
Eso, unido a nuestra relación histórica con Latinoamérica y nuestra proximidad geográfica con África áreas aquejadas de crisis económicas y políticas casi estructurales ha convertido a España en la principal puerta de entrada en Europa para inmigrantes provenientes de esas zonas, a los que se han unido grupos importantes de ciudadanos de países de Europa del Este, atraídos por un mercado de trabajo demandante de mano de obra extranjera para cubrir sus necesidades laborales. Algunos culpan de la entrada masiva de inmigrantes del último año a la regularización que hizo el Gobierno socialista y hablan del efecto llamada. Algún efecto puede haber tenido, pero el fenómeno de la presión migratoria a nivel internacional es de tal magnitud que tiene su propia dinámica y la necesidad de humanizar el problema requería una solución en ese momento.
En 2005, el Gobierno de Bush regularizó a 1,1 millones de personas que residían de forma no autorizada en Estados Unidos y planteó la llamada Ley Integral de Reforma Migratoria, de contenido claramente restrictivo, que hace pocos meses movilizó en su contra a la ingente comunidad de inmigrantes latinoamericanos residentes en ese país. Y además propuso aumentar los efectivos para impedir la inmigración ilegal con 4.000 agentes de la Patrulla de Frontera, 6.000 de la Guardia Nacional, 2.500 inspectores para puertos de entrada al país y 10.000 agentes para controlar el empleo clandestino, más todo tipo de recursos tecnológicos. Pues bien, a pesar de todo eso, en el último año han entrado un millón de nuevos inmigrantes irregulares y en ese país hay ya más de once millones de indocumentados. Es decir, el 30% de la población de origen extranjero que reside en EE UU lo hace de forma ilegal. El 78% de ellos son de origen latinoamericano, y de ellos 6,2 millones son mexicanos. Curiosamente, el número de inmigrantes de México en EE UU disminuyó el 18% en los tres años anteriores a los Acuerdos de Libre Comercio (NAFTA), pero luego, en los primeros ocho años del NAFTA aumentó en más de un 61%. Simplemente las condiciones de competencia exigidas por los mercados liberalizados favorecieron a las empresas más potentes, mayoritariamente americanas, y cerraron multitud de negocios locales, lo que unido a prácticas restrictivas en el sector agrícola propició un éxodo masivo hacia el país rico del norte.
Por otra parte, en Europa asistimos a un lento declinar de la población. De representar el 6,2% de la población mundial en 2000 a una estimación del 4% en 2050, por el descenso de la fertilidad y el aumento de la esperanza de vida. En 2000 tanto la OCDE como Eurostat estimaban que en 2025 la población de la UE de más de 60 años superaría el 20% del total y que para compensar la creciente carga demográfica y reducir la tasa de dependencia, los Estados miembros tendrían que permitirse una inmigración neta de 47 millones de personas en edad de trabajar. Ya no es porque les hagamos un favor a los inmigrantes admitiéndoles en nuestra casa, es que por necesidad y hasta por egoísmo necesitamos la inmigración.
Por supuesto que hay que actuar con rigor y sentido común, y el Gobierno lo está haciendo. Los datos del efecto beneficioso de la inmigración en España han sido sobradamente difundidos a raíz del estudio de Caixa Catalunya, que estima que del 3,2% que creció el PIB español en la última década, 2,6 puntos se deben al efecto dinamizador de la inmigración. Y conviene recordar que en España hay más de 1,8 millones de extranjeros que cotizan a la Seguridad Social y pagan sus impuestos, e igual que contribuyen al sostenimiento del Estado de Bienestar tienen perfecto derecho a utilizar los servicios universales que el mismo otorga a todos los residentes en este país. Porque, claro, queremos que sean legales, tengan una buena educación, se porten bien, sean lo más próximos a nuestra cultura, trabajen mucho, coticen y paguen impuestos y utilicen poco nuestro sistema de protección social. Pero me temo que eso no funciona así. España es un país multiforme en los sentimientos identitarios y va a ser también un país multiforme en las religiones, grupos étnicos, culturas y lenguas. Es el precio de ser ricos, pero también ese mestizaje va a ser positivo para el futuro del país. La clave va a estar en los procesos de integración social, más complicados cuanta más lejanía cultural haya entre los distintos grupos, y en el modelo de integración que adoptemos: más de tipo multicultural, siguiendo el esquema anglosajón, o más uniformista según el republicanismo francés.
Tenemos conocimiento de cómo les ha ido a países con mayor tradición de inmigración y debemos intentar no cometer sus errores y evitar la marginalización y el surgimiento de sentimientos racistas. La inmigración es un fenómeno imparable. Nunca nadie a lo largo de la historia de la Humanidad ha podido detener a los que huyen de la miseria, la guerra o los desastres ecológicos. Serán necesarias medidas estructurales muy serias y la movilización de ingentes recursos económicos dirigidos a los países y regiones de origen, junto a nuevas normas y prácticas en los usos del comercio internacional, para conseguir paliar el fenómeno de alguna forma. Se necesita un mundo más equitativo y justo y eso requiere un mejor reparto de la riqueza a nivel internacional. ¿Estamos los ciudadanos de los países desarrollados dispuestos a hacer los ajustes necesarios para lograr un mejor reparto de la tarta de nuestro bienestar? Si no lo hacemos, seguiremos viendo oleadas de inmigrantes reclamando, por la vía de los hechos, su parte del pastel.
- Javier Lasarte es secretario de Economía, Empleo e Industria del PSE-EE en Álava.
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