México y el muro
Deia, 06-10-2006A finales de septiembre, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la construcción de un muro en la frontera con México. Se trataría de un proyecto para blindar, a lo largo de unos 1.200 kilómetros, el territorio de los EE.UU. de la mal llamada “invasión” de inmigrantes ilegales latinoamericanos. Fuentes del Ministerio de Asuntos Exteriores mexicano han denunciado la decisión revelando que ello “lastima la relación bilateral entre México y Estados Unidos, que es contrario al espíritu de cooperación” y que genera un “clima de tensión” en la región fronteriza. Salta a los ojos que la decisión mayoritaria de los congresistas americanos ha llegado pocos días después de que el Tribunal Electoral mexicano haya ratificado la victoria electoral del conservador Felipe Calderón. Vaya señal de amistad… Menos mal que Calderón era el candidato preferido de Washington…
La idea de construir un muro no es nueva, circula desde hace años dentro de los círculos de la derecha americana y (cuesta reconocerlo) dentro de ciertos ámbitos sindicales. El miedo al terrorismo que domina los EE.UU. desde el 11 de septiembre de 2001 ha permitido que la idea haya podido traducirse en un proyecto de ley concreto. Desde una perspectiva (bastante “patológica”) puramente policial y militar, visto el tipo de territorio salvaje que representan el desierto de Sonora y las Sierras Madres en la frontera sur de los EE.UU., no se les puede negar a los estadounidenses el derecho de imaginar que comandos de Al Qaeda podrían infiltrarse como lo hacían, a finales del siglo XIX, las bandas rebeldes de apaches liderados por Cochise y Jerónimo.
Comentarios amargos aparte, cabe señalar una razón que poco se conoce fuera de América del Norte y que permite entender por qué dicho proyecto de muro es particularmente trágico e insultante para los mexicanos.
Cifras que llegan del Departamento de Estado en Washington revelan que el número de expatriados americanos a México aumentó en diez años de 200.000 hasta un millón de personas. Sólo una mínima parte del número global está formada por antiguos inmigrantes mexicanos, que se han naturalizado como ciudadanos americanos y que vuelven al “viejo país” para jubilarse o abrir nuevos negocios.
Al contrario, dicha ola migratoria dirigida desde el norte hacia el sur es el producto de especulaciones inmobiliarias norteamericanas en territorio mexicano. En EE.UU. se calcula que en las próximas dos décadas serán 70 millones los jubilados norteamericanos pertenecientes a la famosa generación de los “baby boomers”.
Los especuladores inmobiliarios ya han empezado a aprovecharse de la bonanza económica que este cambio sociológico constituye para ellos. Por razones de (relativa) cercanía geográfica con muchos de los grandes centros urbanos de la costa oeste americana y de la belleza de la naturaleza, la situación es particularmente grave en la península de la Baja California mexicana donde, por ejemplo, y no es un caso único, se están proponiendo exclusivamente a clientes americanos hasta 11.000 condominios en unas 60 localidades distintas a lo largo de las dos costas (Pacífica y Mar de Cortés) para un valor de más de tres billones de dólares. Se habla incluso de proyectos de construcción de una serie de clubes náuticos a distancia regular con el fin de que los nuevos residentes norteamericanos puedan disfrutar aún más del ocio a orillas del mar.
En suma, lo que los mismos norteamericanos medio bromeando llaman los “guetos (dorados) de gringos” están surgiendo como hongos en México. Los efectos son particularmente perversos: el precio de la vivienda crece exponencialmente y resulta siempre más difícil que las familias mexicanas, incluso las pertenecientes a las clases medias locales, puedan encontrar lugares dignos, lo que implica que el número de emigrantes mexicanos esté destinado a crecer. Pero esta vez los mexicanos que tratarán de llegar “al otro lado” para cosechar fresas, trabajar en los mataderos, limpiar las casas y la ropa de los norteamericanos y cuidar de los hijos de aquellos que acabarán trasladándose a la Baja California (sin problemas de visado ni riesgos de expulsión), se encontrarán con el muro.
Dicho sea de forma clara: si “invasión” hay, no es en el sentido en el que se cree. Los “invasores” no vienen desde el sur, sino todo lo contrario.
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