El Ramadán imposible del madrileño Hassan

El ajetreo de la gran ciudad impide a muchos musulmanes cumplir el ayuno y

La Razón, 30-09-2006

Madrid – La vida urbanita no es compatible con el Ramadán, o por lo menos
si la intención es cumplir a rajatabla los preceptos que marca la
tradición. Y es que el estrés y el ajetreo de la capital parecen
empecinados en boicotear la conmemoración de la revelación del Corán a
Mahoma. Tanto es así, que muchos musulmanes se plantean la posibilidad – si
ya no lo han hecho – de reservarse su mes de vacaciones para estar más
cerca de Dios sin que el dichoso teléfono, o los otros «preceptos»
marcados por la agenda se interpongan machaconamente en la mística
conexión.
   LA RAZÓN pasó una jornada con un musulmán practicante
afincado en la capital para ver cómo lleva el ayuno, la reflexión y la
oración en un ambiente tan poco propicio. Para ello ha pedido un día libre
en el trabajo que también aprovechará para hacer gestiones. Se trata de
una frenética mañana en la que tiene que coger casi al vuelo el autobús,
el Metro y el Cercanías para poder cumplir con todo lo planeado. Primero
tiene que ir a la asociación que preside para recoger una documentación
que ha de llevar después a Hacienda. Durante el trayecto, hace un pequeño
esbozo de lo que para él significa el Ramadán: «El mes de ayuno es uno de
los pilares del Islam. Se trata de purificar el alma y el cuerpo, de
igualar a ricos y pobres. Es una manera de concentración, una forma
mística de acercarse a Dios…»
   Virtudes terapeúticas
   Hassan también destaca las virtudes terapeúticas de la tradición: «Es una
manera de relax para el estómago, si luego no rompes el ayuno de forma
brutal, claro. Además, los médicos lo recomiendan a pacientes con hernias
y problemas estomacales». Pero durante las horas solares no sólo está
prohibido comer: «Hay que abstenerse de todo lo placentero, la comida, la
bebida, el sexo…» También hay que reservar tiempo para las cinco
oraciones habituales, a las que se suma una sexta específica en el mes
sagrado. Para Hassan esto es lo más complicado al estar sometido a la
rigidez de un horario laboral: «En el trabajo no rezo, no quiero montar el
número. No puedes tirarte en el despacho…», afirma.
   Buena parte de los musulmanes se levantan antes de que amanezca para
desayunar, y luego vuelven a acostarse hasta que llega la hora de irse al
trabajo. Hassan, sin embargo, aguanta el tirón: «Yo prefiero el sueño a la
comida», asegura.
   Son las doce del mediodía y el estómago del
redactor está pidiendo guerra. El de Hassan, por contra, parece inmunizado
contra el hambre: «Cuando andas de un lugar a otro te olvidas. Además, el
cuerpo humano está preparado para aguantar, no lo veo tan sacrificado».
Parece impasible incluso cuando habla de lo que hará cuando el hormigón de
Madrid engulla el sol. Primero un aperitivo en forma de dátiles y leche y
algo más tarde una cena consistente.
   Poco antes de llegar a la
asociación Asisi – dedicada a la ayuda de inmigrantes – rememora una
anécdota en un cóctel reciente al que asistió. Cuando dejaba pasar
intactas las bandejas que pasaban por delante, uno de los invitados le
preguntó que porqué no comía. Tras aclarar el motivo, obtuvo por respuesta
un escueto: «¿Ramadán? ¡Tú no tienes pinta de Ramadán!».
   Una de las empleadas del centro de asesoramiento, Aicha, nativa de Argelia,
también cumple en la medida de lo posible los preceptos, aunque «a veces
es incompatible con la vida que llevas, sobre todo cuando trabajas hasta
tarde». Pero todo compensa: «En Ramadán me encuentro mejor que nunca».
Madruga para desayunar de noche: «Café con leche, tostada y fruta». El
problema es que a menudo la cafeína le juega una mala pasada y ya no puede
pegar ojo.
   Añoranza de la tierra
   Con
añoranza, recuerda cómo se vive en su tierra esta fiesta. De hecho,
incluso las empresas son flexibles en los horarios para que la gente pueda
volcarse en la festividad: «Cuando llega la noche la gente sale, visita a
los familiares, vive el ambiente de las mezquitas… Aquí llegas a casa,
cenas, ves la tele y te acuestas». Aicha lo tiene claro. Le gustaría
emplear sus vacaciones del año que viene en ir a su tierra en estas fechas
tan señaladas.
   La joven, delante de su ordenador, no puede
olvidarse de todos los musulmanes que tienen otro tipo de trabajos mucho
más duros. Y es que tiene que ser duro no poder probar bocado ni llenarse
la boca de agua fresca subido en un andamio cuando el Ramadán cae en pleno
mes de julio. Ella, por contra, la única preocupación que tiene es rezar
más por la noche para compensar las oraciones que el quehacer diario le ha
escamoteado.
   Hassan vuelve a coger el transporte público. Tiene que
ir a Hacienda a la carrera antes de encontrarse la puerta cerrada. El
siguiente objetivo, con la boca seca y el estómago dando voces, es una
carnicería musulmana. Como no tiene que ir al trabajo, aprovechará la
tarde para echarse una siesta y despertar cuando, por fin, pueda llevarse
algo a la boca y dejarse caer en brazos de lo placentero.
   

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