Ucranianosen el templo
Las Provincias, 28-09-2006M.ª ÁNGELESARAZO/
Cuando se propone por mil circunstancias vivir fuera de la ciudad, del pueblo donde se nació y se echaron invisibles raíces, surge la necesidad del encuentro con gente del lugar, ya no importa que sean familiares, amigos o conocidos, basta con ser paisanos para que brote una comunicación que se fortalece con recuerdos y evocaciones de hechos, hasta de casualidades buscadas.
Hace décadas, en el tiempo que a las chicas de servicio empleadas en casas de Valencia, les suponía un gran problema el desplazamiento a pueblos como Alcublas o Casinos, el alejamiento impuesto por falta de medios de comunicación, lo solucionaban con la cita semanal en la esquina de la plaza del Mercado central y calle Murillo; y en la replacita de la Virgen de la Paz, donde se dedicó un panel de azulejos a la Virgen patrona. Hoy, borrón y cuenta nueva, los inmigrantes de lejanos países también han buscado y rebuscado no sólo un espacio físico para el diálogo, sino una iglesia que les acogiera para la oración compartida; y paradojas, los ucranianos han sido atendidos en el histórico monasterio, tan bello como solitario, de la Santísima Trinidad.
La reducida comunidad de clausura les dio la conformidad y aceptó la celebración de sus ritos ortodoxos. Todos los domingos a las nueve y media de la mañana tienen lugar las cánticos y los rezos en la atmósfera de incienso, entre las piedras góticas del siglo XIII, las del monasterio que se construyó por el empeño y la religiosidad de aquella reina Doña María, dejada aquí por su esposo Alfonso el Magnánimo quien amaba con cuerpo y alma en Nápoles a otra damas.
Si los inmigrantes cantan y rezan en el templo tan lejano de su tierra, también la gente de Corcolilla acude al citado convento donde igualmente han entronizado a la Virgen de la Consolación, que se venera en la aldea y en toda la comarca; fiel reproducción de la talla relicario, con huesecillos de santo e hilos de hábitos de beatos, conservados en la arqueta oculta de la espalda.
Nadie pensaría que en el mundo de la estricta clausura, se puede seguir la devoción popular de los serranos y la hermosa ceremonia del rito ortodoxo. No sé si la reina doña María lo hubiera comprendido.
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