Vecindad

La autora considera que no se puede dar la espalda a todo un mundo tras haber sacado provecho de sus recursos y de sus hombres y quedar al margen de las consecuencias.

El País, 28-09-2006

CONSUELO RUMÍ

No debería extrañarnos que desde el norte cueste entender las razones de estos grandes movimientos migratorios

Ha estallado la vecindad. Europa, una vez más, observa con desconcierto aquello que era hasta previsible. Un Continente vecino, en situación humanitaria límite, viene produciendo desde hace ya tiempo, no es de estos días, una corriente migratoria intensa, un éxodo hacia el horizonte que se percibe tan próximo y que se adivina tan próspero.


La globalización, con todo su potencial tecnológico, ha hecho convivir, como nunca había sucedido, la manifestación virtual de la riqueza y la expresión más tangible de la pobreza. Las pantallas de los televisores transmiten en tiempo real cómo se vive de la otra parte haciéndola más deseable si cabe, y alguna sofisticación, un simple GPS, un motor de más potencia, hacen imaginable el viaje que tan improbable parecía hace apenas una década.


Se han quebrado barreras psicológicas en cuanto al riesgo. Primero atravesaron la distancia que mediaba entre las orillas más próximas del Mediterráneo; más tarde, el centenar de kilómetros que separaban las costas africanas de la isla de Fuerteventura; cuando esta ruta se hizo difícil, se recorrieron mil y hasta dos mil kilómetros. La temeridad se abre camino, la desesperación de estos hombres y mujeres es lo que les empuja a intentarlo aunque sea a costa de sus propias vidas. Cobra vigencia, como se ha recordado, el diagnóstico certero de Montesquieu: los seres humanos siguen siempre la senda de la libertad y la riqueza.


Aunque haya quien se empecine en cifrar en el presente inmediato las causas de la creciente presión migratoria africana que vive España aproximadamente desde comienzos de los noventa, lo cierto es que vienen de lejos. Al menos desde hace cinco siglos y se ha prolongado durante centurias de colonizaciones, recolonizaciones y abandonos catastróficos. El resultado está expuesto para quien lo quiera visitar. No se puede dar la espalda a todo un mundo después de haber sacado provecho de sus recursos y de sus hombres y más tarde tener la pretensión de quedar al margen de las consecuencias.


La tarea a la que nos enfrentamos no es sencilla porque, al tiempo que edificamos las respuestas inmediatas que son imprescindibles porque nos van a permitir contener las llegadas incesantes, disponemos ya de la lucidez suficiente para saber que eso no basta y que es tiempo de entrar de lleno en las causas últimas y, sin más demora, comenzar a actuar sobre ellas. Advierto que no bastará con incrementar la necesaria cooperación al desarrollo porque la brecha es demasiado profunda. Un cambio de largo alcance, una nueva mirada y una relación radicalmente distinta desde Europa hacia África son exigencias ineludibles para aventurarnos con respuestas inteligentes, a la altura de este tiempo histórico migratorio que nos ha tocado vivir.


Las primeras reacciones han sido más inquietantes de lo que cabría desear. Europa no atraviesa por momentos fáciles aunque, al fin y al cabo, su construcción se ha hecho siempre a partir de impulsos que han venido después de crisis profundas. No debería extrañarnos tampoco que desde el norte cueste entender las razones de estos grandes movimientos migratorios de raíz económica y que los vean ajenos a su propia experiencia pero en modo alguno debería conducirnos al desánimo porque cada vez estamos en mejores condiciones de vencer las resistencias.


Sin embargo, también debe ponerse en la balanza que la inmigración forma ya parte, y en muy poco tiempo, de todas las agendas internacionales. Si algo nos han enseñado los últimos acontecimientos es que las estrategias nacionales no son suficientes para atajar las consecuencias de la actual intensidad migratoria. Se necesita tanto del reforzamiento de las relaciones bilaterales como de una multirateralidad vigorosa y eficiente, alejada de la retórica de los discursos vacíos, que reúna a los países de origen, tránsito y destino de los flujos migratorios. Y, en este terreno se ha recorrido un importante trecho en muy pocos meses aunque los resultados aún nos puedan parecer menores. Hay razones para permitirnos una lectura razonablemente optimista.


En España, la respuesta ha ido desde la lógica preocupación hasta los esfuerzos desplegados para atajar las llegadas incontroladas que sufre en su condición de frontera sur del Continente, aunque el destino sea Europa en su conjunto. La muy efectiva cooperación con Marruecos ha acabado por convertirse en un modelo al que han seguido la ya entablada con Mauritania y actualmente con Senegal y otros países subsaharianos. Sin duda habrá que seguir ampliando el abanico porque a cada paso que recorremos en cuanto al control de los flujos, se produce un nuevo desplazamiento de la presión, buscando nuevos espacios para hacer uso de esta vecindad entre continentes.


Sería un error, por tanto, contraponer la ineludible reflexión sobre las razones que están en el origen del éxodo migratorio y lo que nos exige, con la necesidad de poner en marcha medidas que nos permitan atajar la inmigración clandestina más inmediata. Mírese por donde se quiera, cualquier política de inmigración que quiera disfrutar de algún crédito entre la ciudadanía, debe incluir necesariamente un compromiso firme en materia de lucha contra la inmigración irregular, una lacra que tiene como primeras víctimas a los propios inmigrantes.


Las tendencias demográficas para las próximas décadas nos dicen que las migraciones con seguridad seguirán siendo un signo de identidad para muchas de las generaciones que nos van a suceder. Desde esta lucidez, adquiere una importancia crucial que la ciudadanía incorpore a su percepción colectiva el alcance y dificultades de este fenómeno que ha irrumpido con inusitada aceleración e intensidad en poco más de una década. Que, entre todos seamos capaces de arrinconar la tentación, alimentada desde algunos sectores, del mensaje populista que consiste en proponer respuestas simples a problemas complejos y construir una gran coincidencia en torno a la naturaleza extremadamente compleja y versátil de las migraciones. Que seamos capaces de saber leer, con los ojos de la inteligencia crítica, la necesidad de dar paso a una nueva vecindad.

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