Inmigrantes y escuela vasca
El Correo, , 24-09-2006Comienza un nuevo curso escolar y con él vuelve la cuestión de la escolarización de los hijos de familias inmigrantes en la escuela vasca. El debate forma parte de la preocupación por la tan traída y llevada cuestión de la ‘integración’ de los inmigrantes. Ante la diversidad de opiniones, quizá no esté de más recordar que la integración es un movimiento entre dos agentes, que se realiza a partir del contacto positivo entre el inmigrante y la sociedad receptora. Si ese contacto positivo no se produce, falta la condición necesaria. Se puede decir que la integración es un baile de pareja.
Para esa integración, la escuela es un espacio privilegiado, y la escuela de barrio en particular: niños de diversas procedencias se van a conocer allí, se harán amigos, se saludarán al encontrarse en la calle, se reunirán en el parque, pasarán alguna tarde unos en casa de otros… Un niño de familia vitoriana que tiene un amigo de familia marroquí difícilmente expresará juicios simplones sobre los marroquíes, esos que tan a menudo se escuchan en la calle. Y viceversa. Al mismo tiempo, para los padres de esos niños también la escuela puede ser un lugar de encuentro natural, que tendrá continuidad en otros espacios del barrio. Y seamos realistas, no hay muchos más espacios naturales – no hablo de fiestas interculturales y otros actos bienintencionados de carácter artificial y breve en el tiempo – para ese encuentro.
Esa cohesión tan a pie de calle es realmente necesaria en una sociedad cada vez más diversa donde la desconfianza y las actitudes racistas se expresan cada vez con mayor frecuencia. Es cierto que la diversidad es fuente de enriquecimiento en una sociedad. O una bomba de relojería. Todo depende de la gestión que se haga de ella. Y no hacer gestión es una mala gestión.
Pues bien, en muchos lugares y particularmente en las ciudades, los hijos de los autóctonos y de los inmigrantes no están ni siquiera juntos físicamente: asisten a diferentes escuelas o a diferentes modelos lingüísticos dentro de la misma escuela. No hay más que ver el documento del Gobierno vasco de junio de 2006 en que se da respuesta al parlamentario Iñaki Oyarzabal de Miguel acerca del número de inmigrantes matriculados en los centros de la CAPV. Las diferencias entre centros con casi el 0% de inmigrantes y otros contiguos con más del 70% son suficientemente claras. Y terribles.
Hay que recordar aquí que la existencia de los modelos lingüísticos es hoy en día un factor de separación: los hijos de los inmigrantes se matriculan en el modelo A en mucha mayor medida que los hijos de los autóctonos. ¿Qué información están recibiendo las familias recién llegadas sobre la escuela vasca y los modelos lingüísticos, que les está llevando a ‘elegir’ mayoritariamente opciones que los autóctonos van desechando? La sociedad vasca no garantiza la información a las familias de manera organizada y adecuada sobre los aspectos de su sistema educativo y eso tiene consecuencias importantes para el futuro escolar y social de sus hijos. No hay más que pensar en que parte de esas familias apenas hablan castellano al llegar; sin embargo, no hay un servicio en el Departamento de Educación adecuado a este tipo de necesidades
Pero ya sabemos que la cuestión de los modelos no es la única razón de esa segregación entre los niños de familia vasca y los hijos de familias inmigrantes. Buen número de familias autóctonas, por motivos difíciles de admitir abiertamente, miran con desconfianza las escuelas públicas donde se ha reunido un número relativamente mayor de niños de origen extranjero.
El caso es que estamos educando ahora a los jóvenes de dentro de cinco o diez años, y en algunos entornos los estamos educando separados: mientras unos se acumulan en determinados centros públicos, los otros huyen de esos centros; mientras unos saldrán de la escuela sin saber apenas euskara, los otros habrán aprendido mejor a manejarse en esa lengua; mientras sobre algunos hay pocas expectativas escolares, sobre los otros hay muchas más Con todas las consecuencias que todo esto tendrá en la vida social y laboral. La desigualdad, la desconfianza y el enfrentamiento futuros entre grupos sociales son los previsibles frutos de la torpeza política que supone no afrontar esta situación. Hace falta tener los ojos cerrados para no ver lo que está ocurriendo en los países vecinos y aplicarse el cuento. Y las medidas en el terreno de la educación están entre las primeras, entre las más básicas. Pero no basta con defender ‘la escuela inclusiva’ o escuela que acoge a todos los alumnos, como hacía el consejero de Educación, Tontxu Campos, en la inauguración del curso escolar; ¿pensarán nuestros políticos que la atención a la diversidad existe sólo con nombrarla, que no necesita intervención, que no exige inversión, que no cuesta dinero? Sin olvidar la inmoralidad – no se me ocurre otra palabra – de permitir que buena parte de los hijos de los inmigrantes pasen su vida escolar en guetos escolares.
A las autoridades educativas y a muchos profesionales de la educación no les gusta la palabra gueto; es una palabra fea. Y sin embargo la realidad es tozuda y, tal como deja bien claro el documento del Gobierno vasco antes citado, hay en Vitoria, por poner un ejemplo claro, cuatro centros – públicos y de modelo A – donde más del 70% de los alumnos son hijos de familias extranjeras, aunque en sus barrios la proporción de inmigrantes en el conjunto de la población está muy lejos de ser esa. ¿Cómo llamamos a eso? ¿En nombre de qué se tolera? Un amigo me recordaba hace poco que un gueto es un centro al que, aquellos que defienden su existencia, no llevarían nunca a sus hijos.
Un caso sangrante es el de la escuela del Casco Viejo de Vitoria, la única que hay en el barrio y que tiene ya muchos años de recorrido, el colegio público Ramón Bajo. Es una escuela valiente e implicada, que en la actualidad pretende desguetizarse (según el citado documento el 72% de los alumnos son hijos de inmigrantes) y ha entrado en un proceso de cambio de modelo, del A al D: en el curso que viene toda la educación infantil se ofrecerá ya en modelo D. Pues bien, mientras que los hijos de las familias gitanas e inmigrantes del barrio continúan matriculándose en la escuela con toda normalidad, las familias autóctonas no gitanas del barrio (que son el 83% de su población, la gran mayoría), siguen rehuyendo ese colegio; los hijos pequeños de estos vecinos se reparten por las escuelas de la ciudad, algunas cercanas y otras lejanas. Curiosamente la fuerte presencia euskaltzale y un considerable porcentaje de voto abertzale y supuestamente progresista en el barrio no parecen haber repercutido en una mayor matriculación en ese centro. Bonita paradoja la que se presenta: los niños inmigrantes aprendiendo solos en el modelo D (o en el A en los cursos superiores); bailando sin pareja el baile de la integración. Como si eso fuera posible. En el terreno de la cohesión social en el entorno del barrio, del Casco Viejo de Vitoria, es una oportunidad perdida de enorme magnitud.
Añadamos a esto un dato de peso: en el curso pasado, el 2004 – 2005, después del periodo de matriculación, es decir, entre septiembre y junio, la comisión de escolarización de la Delegación ha escolarizado en esta escuela nada menos que 40 alumnos de todas las edades recién llegados a Vitoria. Piénsese en lo que supone su acogida para un centro pequeño, que no llegaba al centenar de alumnos. ¿Y qué recursos le ofrece la Administración a esta escuela que lucha denodadamente por sacar la cabeza y no ahogarse? Pues ninguno: ni medios extraordinarios, ni más profesorado, ni la posibilidad de que algunos profesores se queden por más de un año y rentabilicen su experiencia (la gran mayoría no tiene plaza y cambia de centro anualmente) Dicho de otro modo, nada que ayude a la escuela a mantener e incrementar su calidad, a ganar prestigio en su entorno y a atraer a los autóctonos, que es el único modo de dejar de ser un gueto. Y aún así esta escuela tiene la vocación de seguir adelante con su esfuerzo y de poner en evidencia, con su sola presencia, la triste actuación de nuestras autoridades educativas.
Es sólo un ejemplo de lo que está sucediendo en Vitoria y en otros lugares. Necesitamos políticos con visión, valentía y carisma para afrontar el reto social que se presenta. Y dispuestos a invertir algo más que palabras – como dinero, recursos, soluciones flexibles – en ese reto. Lo contrario tiene un precio, que empezaremos a pagar dentro de pocos años. Y nos va a salir más caro.
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