¿Dónde les decimos que entran?

La Vanguardia, 22-09-2006

NORBERT BILBENY

CUANDO SEPAMOS qué queremos de nuestra sociedad, sabremos qué pedirles a los recién llegados
Hace veinticinco años de los disturbios de Brixton protagonizados por inmigrantes. Conflictos parecidos se han ido repitiendo en Europa. Nada asegura que no haya más. En el gueto se suman pobreza, exclusión étnica e inmigración. Una explosiva mezcla que indica el grado real de equidad de un país. Y que representa, además, el peligro de focos de violencia y fanatismo. Del gueto a la célula extremista hay un camino directo, aunque se tarde tres generaciones en recorrerlo.

Para evitar los guetos, una sociedad debe reconocer a sus diferentes grupos étnicos, por grande que sea su diversidad, y promover el respeto a estas diferencias. Eso sí, dentro de un marco legal y cívico común, sin el cual no existiría como sociedad. Este marco común es un logro superior de la civilización humana. Yno es el obstáculo, sino, al contrario, la condición para que se garantice aquel respeto a la diversidad que evita la formación de guetos. En otras palabras, la interculturalidad es posible y deseable siempre que, al mismo tiempo, existan la cohesión social y la obediencia a la ley, a través (lo que solemos olvidar) de la igualdad de oportunidades en todos los terrenos. Desde la escuela y la vivienda, hasta la participación política y el acceso a las profesiones.

En los países con historia de inmigración este reto se solventa hoy, mal que bien, gracias a la políticas multiculturalistas. En Europa, con excepción del Reino Unido y Escandinavia, es todavía un desafío de primera magnitud, porque somos un continente sin pasado inmigratorio y con una historia en que totalitarismo y sectarismo identitario han ido juntos. La crisis, ahora, de los cayucos, o de la entrada ilegal de inmigrantes vía África-Canarias, es sólo un incidente en el conjunto de la falta de respuesta de Europa ante el incremento de la emigración en todo el mundo. Éste es un fenómeno despertado por los países ricos y su globalización, que no cesa.

Dos son, creo, los principales causas que hacen que Europa no esté a la altura de los acontecimientos frente a millones de extranjeros. La primera causa es la nula voluntad de los políticos para afrontar el problema: les haría perder votos. Pero no los perderían si poseyeran un discurso y un liderazgo que, mientras, y en general, no tienen.

La otra causa de nuestra ineficacia frente a la inmigración está en la propia ciudadanía. Somos países ricos, pero sin capital de confianza en sí mismos. La manera en que miramos al otro depende de la manera en que nos vemos a nosotros mismos. ¿Y cómo se ve España, por ejemplo, frente a los cayucos que llegan a diario? Ahí está la madre del cordero. Apenas tenemos una cultura de autorreferencia que nos ayude a sentirnos seguros, a la vez que abiertos de brazos. Cuando sepamos qué queremos realmente de nuestra sociedad, sabremos qué pedirles exactamente a los recién llegados, o si han de entrar más o no. Mientras, ¿con qué proyecto de sociedad quedarnos?

Porque hay muchos y revueltos. La mayoría nos queremos de una sociedad democrática,pero ahí nos paramos. Unos van de solidarios y otros de oportunistas; unos de liberales y otros de comunitaristas; o de patriotas cerrados a cal y canto, o bien de ciudadanos a la republicana. Unos ven el país como un gran mercado y otros como una zona protegida por el subsidio estatal. Hablamos a acoger y de integrar: pero, ¿a qué? No sólo es misión de los políticos, sino de todos, aclararlo.

N. BILBENY, catedrático de Ética de la Universitat de Barcelona
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