A DIESTRA Y SINIESTRA

A DIESTRA Y SINIESTRA: Línea de playa

El Mundo, 18-09-2006

DAVID TORRES

Miré los muros de la patria mía, como en los tiempos de Quevedo, y vi a las gloriosas tropas españolas desembarcando en Líbano. Había unos cuantos soldados marchando por una playa de Tiro mientras una señora en bikini, más bien maciza, se encendía un cigarrillo en una tumbona. Había unos cuantos carros de combate cruzando marcialmente las olas mientras, en la orilla, unas musulmanas atónitas ponían sus carnes en remojo. Había un chaval que sacó una bandera española de no sé dónde para saludar a la afición. Todo un impresionante despliegue militar (navíos, jeeps, barcazas) en medio de unas cuantas familias que habían ido a tomar el sol y a comerse un kebab en la playa.


Si en vez de kebab, los turistas de Tiro hubieran llevado tortilla de patatas, y si los soldados fuesen americanos en lugar de españoles, tendríamos la versión naval de Bienvenido Mr. Marshall. Yo ya estaba viendo a Paco Martínez Soria bajo un casco azul, en plan Alatriste, desplegando un mapa y preguntando al primer libanés en bañador: «Disculpe, buen hombre, ¿dónde es la guerra?». Porque cerca de Tiro, ahí al lado como quien dice, debería de haber un puerto donde poder sacar las tropas por una pasarela y desembarcar más civilizadamente. Pero, claro, si los soldados no se mojan hasta las rodillas y no le pisotean el castillo de arena a los chavales, no es un desembarco comansi. Me imagino que en el parte de bajas del día habría un patito de goma.


En nuestros tiempos las playas muchas veces forman los puntos de intersección entre dos mundos. El desembarco comansi de las tropas de Zapatero recuerda aquella célebre foto de unos turistas tomando el sol en una playa de Tailandia después del tsunami. Al lado de la tumbona había un cadáver que parecía sospechosamente irreal, porque nadie le hacía ni puñetero caso. Era un muerto intangible, inodoro e insípido: no olía ni molestaba a los tranquilos turistas aunque el cuerpo apenas estaba a unos pasos de las toallas, tomando sin bronceador el sol de la muerte. Ambos, turistas y cadáveres, compartían por unos instantes las mismas olas pero cada uno iba a lo suyo, igual que los soldados españoles de la ONU, que estaban desembarcando en el mismo lugar donde unos señores, previamente, habían decidido darse un baño.


La playa es el espacio donde dos mundos chocan y se cruzan, como las líneas de tiza de los conjuntos en la pizarra del colegio. El norte y el sur, el oriente y el occidente, el primer mundo y el tercer mundo. El más acá y el más allá. Los vivos y los muertos. Los soldados y los bañistas. Los negros de los cayucos y los amables políticos con sus sonrisas de ida y vuelta. Después el mar sigue bramando su resaca y todo va volviendo serenamente a su sitio: los negros al sur, los soldados al norte, los muertos a la tierra.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)