Verano 2006

La Voz de Galicia, 17-09-2006

LA INMIGRACIÓN africana es hoy aliviadero pacífico, fruto de la pobreza, la desigualdad y el hambre, que ya no beneficia a los países de origen y destino. Estamos, pues, ante un punto de inflexión con dimensiones desconocidas. Porque cuando el trabajo y las remesas de los emigrantes no empujan el desarrollo de los pueblos, generando así más costes que beneficios sociales, la emigración es siempre un drama profundo que daña sin cesar. ¿Cómo se pueden desarrollar hoy los países africanos si prácticamente toda su juventud cualificada y sin cualificar huye de forma precipitada? Es un tragedia inmensa que apenas se menciona, considera y analiza en los medios de comunicación. ¿Se debe este silencio a la distancia (e indiferencia) creciente, casi infinita, entre ricos y pobres? Los africanos – como los gallegos – no protestan, emigran. Al menos por ahora.


Si las personas están obligadas a combinar su privacidad con el espacio común que nace o deriva de la convivencia, ¿por qué la política democrática, que es el arte de proyectar y gestionar el interés común, resulta hoy tan poco atractiva para la gran mayoría de la población? Los partidos políticos tendrían que reflexionar sobre ello, aunque ello moleste e incomode. Porque si triunfa la burocracia y la obsesión mediática, la decepción está garantizada. Como también existe confusión interesada cuando la política se concibe y explica como transacción mercantil. Invitar a que los individuos juzguen y voten la acción de los gobiernos en función del balance subjetivo entre impuestos y servicios, no deja de ser una visión simplista y falseada de la realidad. Y ello no sólo porque las administraciones públicas redistribuyen rentas, sino también porque el individualismo egoísta que sustenta este pensamiento ignora la complejidad de la razón común que siempre acompaña al proyecto político.


El verano que ahora agoniza fue pródigo en ejemplos ilustrativos. El incendio obsesivo, el abandono del monte, la anarquía constructiva o la salud de los ríos son espacios de interés común que la política (y la sociedad) gallega tenía abandonados o minusvalorados en exceso. Pero los reventones aparecen y los costes sociales del desamparo comienzan a ser visibles. ¿Aprenderemos la lección o seguiremos pagando con dinero público la desidia política que permite al privado decidir y actuar impunemente en el espacio común? Porque la lógica individualista también aparece en el discurso crítico y en las propuestas de solución. Hay más demandas de compensación económica a particulares o entidades afectados – ignorando comportamientos previos – que esfuerzos por conocer las causas y los errores pasados y presentes que expliquen el desastre. ¡Cómo olvidar este verano del 2006!

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