En una de fregar cayó...

La Verdad, 17-09-2006

Viajé por primera vez a Alemania, en 1970, cuando muchos españoles emigraban a aquel país, para mejorar su situación económica. En el aeropuerto, un fornido policía, mucho más alto que yo, se interpuso, pidiéndome, según deduje, el contrato de trabajo. La situación era complicada, porque el agente sólo hablaba alemán y yo iba, precisamente, para hacer un curso de iniciación a la lengua de Goethe. Por supuesto, no entendí ni jota, pero, en un momento de inspiración, saqué la carta de la Administración germana, en la que se me comunicaba la concesión de una beca para estudiar en aquel país. El poli se cuadró, muy respetuoso, tomó nota de los datos y me dejó pasar. Cinco días antes de acabar el curso, vino la Policía al centro donde recibíamos las clases, para pedirnos, a todos, unas fotocopias del billete de regreso. Varias veces volví a Alemania para realizar trabajos científicos en alguna Universidad. Solía habitar en residencias estudiantiles, pero, en una ocasión, al estar todas ocupadas, tuve que buscar una habitación en alquiler para un mes. La dueña de la casa me pidió el contrato de trabajo y, como no lo tenía, se negó a admitirme, porque, según contaba, le podían imponer una fuerte multa si alojaba a un inmigrante sin papeles. Afortunadamente, el Rector de la Universidad me dio un certificado aclaratorio de mi situación, y la buena señora, después de mostrarlo a la Policía, me aceptó como inquilino. No sé si los teutones habrán aflojado ahora el riguroso control de la inmigración, pero, desde luego, en aquellos tiempos era bastante diferente a lo que venimos haciendo en España.

Lo que está pasando estos días es horrible desde el punto de vista humanitario. Se nos parte el corazón al ver cómo los inmigrantes se juegan la vida para huir de la miseria, pero sus avalanchas multitudinarias nos están creando problemas gravísimos y de muy difícil solución. Ni siquiera me parece que la ayuda económica a los países de origen sirva mucho para aliviar la lamentable pobreza que padecen, porque los mandatarios de esos lugares suelen ser proclives a quedarse con los cuartos, o gastárselos en armamento para matar gente, que es una forma siniestra de aumentar la renta per capita. Quienes hace poco pedían «papeles para todos», afirman ahora que «ni aceptan ni aceptarán la inmigración ilegal». Se dice que la afluencia de inmigrantes es consecuencia del efecto llamada, producido por la regularización masiva que organizó el Sr. Ministro de Trabajo. Si es así nos ha metido en un buen fregado, o sea que, como el felino de la Gatomaquia de Lope, «En una de fregar cayó Caldera». Ante el cariz que está tomando el asunto los que gobiernan proponen un pacto a la oposición, pero ésta no se fía un pelo y teme que luego les hagan pagar el pacto.

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