Vida después del cayuco

"Al llegar a Canarias empezamos a intuir que nada era como nos habían contado"

Canarias 7, 17-09-2006


Madrid
“Estaba saliendo el sol. Nadie hablaba. Hacía mucho viento y las olas casi se metían dentro del barco. De repente todos empezaron a aplaudir y a cantar. No sabía qué pasaba. Habían visto tierra”. Ouze es un joven senegalés de 26 años que llegó a Tenerife en cayuco la última semana de julio. Dejó su casa donde vivía con su madre y sus hermanos en busca de una paraíso desconocido.

Necesitó un largo y duro año para reunir 400.000 francos africanos (unos 600 euros), coste del viaje al archipiélago. El precio incluía la comida, las mantas y las sistemas de seguridad. “Comimos arroz que hacían en un hornillo, pero al quinto día se acabó”. La travesía, que compartió con otros 78 subsaharianos, duró nueve días, cuatro más de lo previsto.

Ouze no tiene claro por qué arriesgó su vida para abandonar Senegal. “Allí nadie se muere de hambre, pero no hay trabajo y los jóvenes nos sentimos impotentes ante esta situación”. Él era conductor de camiones, pero llevaba dos años sin practicar el oficio. “Quería venir a Europa y conseguir un buen empleo”, afirma más convencido.

Llegó al Puerto de los Cristianos con hipotermia y con diversidad heridas. “Notaba que la gente me quería ayudar, pero no entendía nada de lo que decían y me encontraba muy mal” recuerda ahora.

María estudia medicina y es voluntaria de la Cruz Roja. En agosto estuvo en Canarias ayudando a los inmigrantes recién llegados. “Sea la hora que sea, todos son atendidos por nosotros o por turistas que se enternecen cuando les ven llegar, incluso por la Guardia Civil que deja por unos momentos su semblante firme para vacunar o curar heridas”, dice.

Ouze llegó en el cayuco con Boewue, su mejor amigo desde que eran pequeños. Ambos fueron trasladados en avión a Madrid después de pasar 32 días en el Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE) de Tenerife. Ahora viven gracias a una organización no gubernamental y lo ven todo muy oscuro. “Al llegar a Canarias nos dimos cuenta de que no merecía tanto arriesgar nuestra vida, empezamos a intuir que nada iba a ser como nos habían contado” dice Boewue.

Las organizaciones no gubernamentales tienen un papel fundamental en la integración del inmigrante. “Es normal, después de un viaje tan duro y después de ver que son los últimos de la cola en todo, que lleguen desmoralizados a nuestra casa” asegura André Ntibarusiga, un ciudadano de Burundi que coordina el proyecto de inmigración de la Cruz Roja en Madrid. “Les ayudamos a conocer bien la lengua española, les enseñamos informática y otros cursos ocupacionales, además de encargarnos de que reciban subvenciones para obtener el permiso de residencia” explica.

Si tienen suerte, encontrarán algún trabajo mal pagado para el que no necesitarán ‘papeles’; si no, tendrán que sobrevivir pendientes de la caridad de los demás. Ouze y Boewue ayudan a buscar sitio para aparcar en las calles del centro de Madrid. En un buen día ganan dos o tres euros, pero hay otros que apenas llegan a 20 céntimos.

 

“Huí por la guerra”

 

Kiop es la otra cara de la moneda. Tienen 27 años y nació en el Congo. “Vivía con mi familia en un pueblo donde la guerra era constante y no quería ser soldado”, cuenta. “Me fui solo ; atravesé Chad, Libia, Argelia y llegué a Marruecos. Allí viví escondido durante más de ocho meses con otros inmigrantes hasta que pudimos cruzar a Ceuta”. Con esa simpleza resume Kiop un viaje de dos años de duración que concluyó con un salto de cuatro metros de altura. Fue uno de los últimos que cruzaron la frontera con España antes de que la valla fuese ampliada en las fronteras de Ceuta y Melilla.

Ahora vive en Barcelona y ya tienen sus ‘papeles’. Kiop empezó su carrera en España gracias a la organización catalana Bayt Al Phaqasa – casa de cultura, en árabe – , que le consiguió un empleo para descargar cajas en un supermercado. Ahora tiene un contrato como solador en una empresa de construcción.

“Me duele ver en el telediario a tanta gente sufrir. Todos conocen el riesgo. Saben que puede salir mal. Pero si estás necesitado, haces cosas que parecen imposibles. A mí me ha salido bien y después de lo que pasé ahora todo me parece fácil”, reconoce. Conseguir papeles es la llave del color de la vida que espera en España a los que desembarcan en cayuco.

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