«¿Adiós España; viva España!»
Un grupo de senegaleses despide emocionado al avión que los repatría antes de hundirse en un profundo llanto al comprobar que su sueño europeo ha terminado
Diario Sur, 16-09-2006EL sueño de una noche de verano – pisar Canarias tras dos semanas de cayuco – esfumado en un suspiro – dos horas de regreso en avión – . Así se escribe la historia de los senegaleses que ayer, por segundo día consecutivo, aterrizaban en el aeropuerto de San Luis. El primero de los tres aviones de ayer pisaba el asfalto a las 16.15 hora local (18.15 de Madrid).
El ruido de los motores al acercarse a la diminuta terminal se funde con los cuchicheos de los presentes. Algunas autoridades locales, medio centenar de agentes y unos cuantos jóvenes con camisetas de equipos de fútbol – uniforme por excelencia de la juventud africana – .
El cielo, aún negro, acababa de dejar de jarrear. En unos minutos fueron saliendo de uno en uno y, según iban pasando lista, se alineaban a unos metros de la escalerilla. La pista era como el patio de un colegio con inmigrantes en vez de alumnos y gendarmes en vez de profesores.
Una vez reagrupados ordenadamente los setenta, y sin que nadie aparentemente diera ninguna orden, se volvieron hacia el Boeing 737 de Air Europa y levantando las manos se les escuchó: «¿Adiós España; viva España!». Varios policías españoles de paisano que merodeaban entran en el avión y un miembro de la tripulación devuelve los saludos a los senegaleses. Entonces sí, alguien dio la orden y con paso tranquilo se dirigieron hacia la carpa donde pasaron un rápido reconocimiento médico y les intentaron alegrar las mandíbulas con un bocadillo. Algunos, ni por esas.
La luz plana y plomiza del atardecer, más que nublado, realzaba el brillo de las lágrimas que descendían desde las mejillas hasta la barbilla de Lamine Sagna. Grande como un castillo, el joven no aguantó la presión de verse devuelto a su patria, de la que se había ido en piragua para vivir mejor. Llora sin parar. Primero en silencio. Después sollozando. «Nos dijeron que nos llevaban a Madrid». Al lado de Lamine otro hombre se viene abajo. No hay consuelo. Sus compañeros se lo llevan unas sillas más allá. Recoge su rostro con las manos. Pero en la distancia se le sigue escuchando. Los ojos vidriosos se multiplican y unos cuantos acaban rompiéndose.
«Trece días en una piragua casi sin comer…», comenta uno a la media docena de informadores locales y extranjeros que presencian la escena desde detrás de una valla. Como recuerdo material de su aventura todos vestían los chandals que les entrega la Cruz Roja el día de su llegada a puerto español.
«El trato, bien»
«Nos ataron las manos en el centro de internamiento y nos las soltaron un rato después del despegue», relata sin ánimo de denuncia Kounkara con un palillo entre sus dientes y una enorme sonrisa. «¿Cómo ha sido el trato? Bien, todo bien», responden varios a coro. «España bien», insisten.
Varias furgonetas les esperaban para trasladarlos hasta el centro de San Luis, a una decena de kilómetros. Allí, con 10.000 francos (15 euros) en el bolsillo cortesía de su Gobierno, se tendrán que buscar la vida para regresar a sus lugares de origen. «Volveremos a intentarlo», dicen algunos. Y de fondo los llantos de Lamine, lejos aún de su casa, en la provincia de Kaolak.
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