EL CORREO CATALAN

La buena conducta social

El Mundo, 16-09-2006

Querido J:


Había quedado pendiente otra carta sobre la inmigración. Recordarás que la primera tenía como protagonista a Esquerra Republicana (la de ahora y la de los años 30) y su exigencia de que los inmigrantes alcanzaran la ciudadanía sólo tras haber demostrado una catalanidad sincera y suficiente. Esquerra sigue muy activa y elabora mensajes cada vez más sofisticados. Ahora, mientras te escribo, suenan las campanillas del teletipo anunciando que Carod – Rovira ha dicho: «Cataluña no puede pagar la sanidad de toda Africa». La blandenguería moral de esta afirmación y su frenética demagogia las ilustra perfectamente el contexto: Carod ha dicho esto en una reunión con empresarios, lamiéndoles, según costumbre menestral. El nacionalismo está lanzado a tumba abierta (las tumbas son de los otros, por supuesto) sobre la inmigración. Fuera caretas: la primera y más seria amenaza para la hegemonía nacionalista es la inmigración. La inmigración es ya un poder fáctico en España. Entre este tránsito nuestro de cartas los periódicos daban la noticia de un estudio de la Caixa de Catalunya según el cual los inmigrantes aportaron 3,2 puntos porcentuales al crecimiento del PIB de la última década. Para los nacionalistas es una cuestión clave la distinción entre el Producto Interior Brut o y el Producto Nacional Bruto. Hasta el punto de que renunciarían al enriquecimiento de los ciudadanos si afectara a lo que ellos llaman con barato eufemismo la cohesión nacional. Te envié una postal desde Sicilia, desde la península de Ortigia, que no sé si recibiste, porque no has dado acuse de recibo. Había una frase de Durrell sobre la incapacidad de Londres para entender la realidad del nacionalismo chipriota y creer que con la oferta de un buen nivel de vida y orden democrático el nacionalismo se desvanecería. Ésta era la frase, y la postal: «Todo esto no pesaba nada contra una reivindicación puramente poética, un deseo tan viejo como Afrodita y el romper de las olas en las playas desiertas de Pafos. ¿Qué hacer para que Londres comprendiera eso, si su escala de valores – el ‘sentido común’ – se basaba siempre en los acontecimientos vulgares de la vida y no en su significado íntimo?». Pafos y Afroditas hay en todas partes; y, aunque cueste creer lo dadas las playas y las diosas autóctonas, también en el nacionalismo catalán. En su fuero íntimo (y a veces exhibido al modo de la ropa interior en los tendederos) el nacionalismo catalán achaca a la emigración española la desnacionalización de Cataluña. Y lamenta que la dictadura franquista impidiera aplicar la disciplina catalana a los inmigrantes. No está dispuesto a que suceda de nuevo, ahora que gobierna. Obviamente, sabe que necesita a los inmigrantes, hasta un cierto punto que acaba en la playa de Pafos; su táctica es (como fue) la del amedrentamiento. El amedrentamiento es esencial; porque es bien sabido que en cuanto el hombre come, levanta la cabeza; y con la cabeza levantada empieza a soñar. Y sabido es que los inmigrantes tienen también su playa.


Sin embargo, la novedad de estos días es que se ha abierto otro frente en el amedrentamiento. Podríamos llamarlo, con bastante exactitud, el frente social. Don José Montilla ha dicho que los inmigrantes tienen cabida, siempre que no saturen los servicios municipales y eso pueda comportar la pérdida de servicios para los ciudadanos de Cataluña. Desde luego es muy reveladora la distinción que hace don José Montilla entre inmigrantes y ciudadanos de Cataluña. Cuando él, a los 17 años, llegó a Barcelona emigrando del pueblo cordobés de Iznájar no hubiese tenido problemas para ejercer automáticamente la ciudadanía catalana, en el improbable caso de que tal especie democrática hubiese podido darse en el franquismo. Su inmigración no habría comportado la pérdida de los derechos ciudadanos, porque la ciudadanía española los garantizaría en cualquier lugar del territorio. Tal vez eso explique su acotada sensibilidad ante la circunstancia de un inmigrante que, a pesar de trabajar y pagar impuestos, no es ciudadano de Cataluña. Sin embargo, lo realmente desdichado de las palabras de don José Montilla afecta a la imagen social del inmigrante. Como si sus problemas de acomodo no fueran en tantas ocasiones lacerantes, el candidato de la izquierda catalana (un puro oxímoron) deja al inmigrante a los pies de los caballos de la insatisfacción colectiva, que tantas y tan barrocas oportunidades tiene de manifestarse. A partir de sus palabras, hondas y meditables, ya no habrá oportunidad de que los ciudadanos protesten ante la Administración por el mal funcionamiento de los servicios sociales. Ni siquiera que asuman, ellos mismos, la parte de responsabilidad que les corresponde en la gestión de esos servicios: bastará con llamar a un inmigrante para que se lleve (también) esa basura. La lengua suelta que don José Montilla gasta al hablar de los inmigrantes contrasta vivamente con la que usa en la basílica de Montserrat. El otro día acudió allí a rendir pleitesía a los curas patrióticos. Se atrevió a decir, servil, que la religión es un factor de integración social. Y que Montserrat era un centro «identitario de nuestro país». Aunque, pensándolo bien, en esto no erró, porque a la superstición de la identidad le conviene ese marco incomparable.


Creo que te habías marchado ya de aquí cuando un Anglada puso en marcha en la ciudad de Vic un partido xenófobo. No sé qué ha sido del tipo ni de su partido; pero la verdad es que su espacio político va desapareciendo. No será la primera vez que la así llamada izquierda contribuye a ello. Recordarás la tácita alianza francesa entre los comunistas y Le Pen. Al populismo de izquierdas le asisten, además, razones tácticas en el amedrentamiento del forastero y en su renuencia a otorgarle todos los derechos civiles, incluido el del voto. La experiencia suele indicar que el voto inmigrante es más conservador que el autóctono. Es una razón de peso, que tiene también precedentes históricos: entre los que en España se oponían en los años de la República al voto femenino estaban los comunistas, y alguna mujer célebre entre ellos.


Por lo demás, la llamada izquierda puede dedicarse con relativa comodidad moral, y en casi todas partes, a estos ejercicios xenófobos. Es verdad que en determinado momento, como este de gloria de don José Montilla, puede que la veamos oponerse al ejercicio de los derechos del vecino. Pero qué significa esta conducta, al fin y al cabo silenciosa y casi íntima, al lado de su grandes, continuas y voceadas proclamas contra el hambre en el mundo, contra la tiranía americana, contra la guerra, contra la explotación de los niños. La llamada izquierda no pierde el tiempo en pequeñeces. ¡Qué importarán los hombres, por no decir los piojos, al lado de los conceptos!


Sigue con salud.


A.

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