"Un día mi madre me dijo: ¡Sube a un bote!"

Canarias 7, 15-09-2006

A.F.P. / Colpisa
Dakar (Senegal)


Dakar (Senegal)
Ibrahim, un senegalés de 25 años, es uno de los muchos candidatos a la emigración clandestina: “Un día, mi madre me dijo: hijo mío, todos tus amigos se marcharon y mandan bastante dinero, tienes mi bendición, cuando se presente la oportunidad ¡sube a un bote!”.

Desde que su madre le animó con estas palabras a que diera el salto a Europa, Ibrahim ahorra moneda a moneda, come poco y encadena pequeños trabajos en la capital senegalesa para reunir los 400.000 FCFA (más de 600 euros) necesarios para financiar su viaje hacia el archipiélago español de las Canarias.

“La vida aquí es muy dura. Las fábricas van cerrando una tras otra, la crisis se amplifica, no hay más trabajo…” dice el joven, originario de Matam, una región desfavorecida del noreste. Tras haber huido de su poblado por causa de la miseria, Ibrahim se instaló en Dakar, donde trabajó de vendedor ambulante, un bana – bana en lengua wolof. “Como poco, gasto poco, y lavo la ropa por la noche para llevarla al día siguiente”, explica mostrando su camiseta gris y un pantalón desgastado.

Después de haber sido zapatero y vendedor ambulante, hoy trata de vender cuadros a los turistas en los alrededores de Sandaga, el mercado más importante de Dakar.“Antes, esto se llenaba de jóvenes intentando comerciar, pero se va vaciando poco a poco, imagina a dónde se fueron”, dice en referencia a las numerosas partidas de inmigrantes senegaleses. Desde el mes de enero, más de 23.000 africanos han llegado a las Islas Canarias, una cifra récord. “Conozco algunos que no querían arriesgarse en el mar, pero las condiciones aquí son tan desfavorables que no pudieron resistir”, añade.

“Es cierto que también se puede montar un negocio con 400.000 FCFA, pero todos los miembros de la familia quieren que te responsabilices de ellos. Un día te piden que pagues las recetas, otro un saco de arroz…¡Es infernal!”, protesta.

“He esto viviendo en Burkina Faso, en Malí, donde daban facilidades para obtener una visa, pero perdí dinero y tiempo mientras que muchos otros jóvenes se subieron al bote”, dice en relación con las precarias embarcaciones que transportan a los africanos desde las costas africanas hasta el archipiélago español.

“El mar es mi último recurso, nadie me va a parar”, jura antes de murmurar: “tengo contacto con los barqueros, sólo es cuestión de semanas”.

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