«Después del Ramadán iré a Canarias»

Un senegalés explica a LA RAZÓN cómo y por qué viajará al archipiélago en

La Razón, 14-09-2006

DAKAR (Senegal) – Mame mantiene a su familia con los escasos 400 euros
mensuales que le reporta su cayuco. Sin embargo, lejos de estar conforme
con echar cada jornada sus redes sobre la desembocadura del río Senegal,
tiene a Europa como fijación, y no dudará en jugarse la vida en el
Atlántico durante una semana para llegar a la «frontera» canaria de lo que
muchos senegaleses califican de «El Dorado». Lo tiene todo planeado, será
«después del Ramadán» y, una vez que sea trasladado a la Península, se
buscará la vida para llegar a Alemania.
   Y es que su propio país
es una cárcel para muchos senegaleses. La mayoría de los ciudadanos que no
tiene recursos para subsistir sueñan con el día en el que embarquen y
dejen atrás la miseria. El resto esperan ansiosos a que lleguen los giros
postales de los familiares que se jugaron la vida en su momento y que
ahora, con más o menos suerte, se han abierto una puerta en un rincón del
viejo continente.
   Topi conoce a infinidad de amigos de parientes que
cruzaron el charco. Afirma que desde que empezó el éxodo, cada vez hay
menos barcos disponibles para la pesca, que, junto al turismo, son dos de
las principales fuentes de ingresos del país. Es mucho más rentable
emplearlos para trasladar a personas a Canarias: unos 400 euros por
«pasaje». Además, asegura que ahora tanto la Policía española como la
senegalesa están poniendo las cosas demasiado difíciles a la inmigración
ilegal y que la salida de cayucos se está trasladando más al sur, a las
playas de Guinea Bissau.
   Tafa y otro compatriota son de la misma
opinión, pero no se atreven a dar el paso. Este último aún no lo ha hecho
porque tiene «miedo a morir» engullido por el mar. Si lo hace será en
avión. Tiene a dos primos en España. De uno de ellos sabe que se gana la
vida «tirando mantas» en las bocas del Metro y vendiendo copias ilegales
de música y películas. Del otro no sabe absolutamente nada, salvo que cada
mes manda dinero a su familia. Cómo lo gane y de dónde proceda es lo de
menos. Dedicarse al top manta o a otro tipo de actividades delictivas no
es lo más grato, sobre todo cuando tienes demasiadas expectativas que se
desvanecen de un plumazo al llegar a España. El paraíso no existe, ni en
esta vida ni en este país. Todo lo que les habían contado o habían soñado
es irreal pero, aun así, mucho mejor que lo que dejan atrás. En Senegal
hay un dicho que, a modo de juego de palabras, relaciona el viaje con el
peor desenlace. O España o la muerte, pero nunca volver a Senegal.
   La ley de los cayucos
   Antes de embarcar, aseguran
los dos, muchos de los senegaleses acuden a rituales el día previo a la
partida. Creen que así se llenarán de fuerza y suerte para llegar al
destino sanos y salvos. Sin embargo, muchos se quedan en el camino. Tafa
afirma que según la ley de los cayucos todos tienen que viajar con papeles
en los que se indique su nombre, dirección y teléfono. Si mueren durante
la travesía, los compañeros del fallecido se quedan con sus datos antes de
arrojar el cadáver al mar. Una vez en tierra uno de los supervivientes se
encargará de llamar al teléfono del finado para comunicar a sus seres
queridos la mala noticia. Tafa recuerda los gritos desgarradores de una
vecina cuando le dijeron que el mar le arrebató a su hijo.
   

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