Pobres con miedo a los más pobres

La Vanguardia, , 23-12-2025

Es domingo por la noche cuando escribo este artículo. Es el domingo previo a estas Fiestas Navideñas que bajo eslóganes azucarados se desean, nos deseamos todos, unos a otros, Felices Fiestas y un Prospero Año Nuevo.

Cuánta hipocresía y cuánta falsedad corren por demasiados sitios y cuán poca talla moral y cuánto desacierto en la gestión del desalojo del Instituto B9 de Badalona.

Contemplo atónita las noticias mientras van relatando que un grupo variopinto de vecinos iracundos y embravecidos del Barrio de Sant Crist de Badalona, un barrio que ha recibido varias olas migratorias y que tiene una renta per cápita justita respecto a la media de otros barrios degradados de Catalunya, han impedido que Cáritas pudiera adecuar el local cedido por la parroquia del barrio para alojar a 15 personas de las más de 200 que fueron desalojadas del Instituto B9 el pasado viernes.

15 de esas 200 personas desalojadas que, con el frío y la lluvia invernales correspondientes, han dormido en la calle desde el viernes pasado y que como sus otros compañeros de penurias tienen historias miserables para contar: sin papeles, sin trabajo, sin casa, sin comida, sin trabajo, sin salud pero con hambre, con miseria, con miedo, con culpa y estigmatizados.

Lo paradójico, cruel y ejemplificador del momento individualista que estamos viviendo es que estos mismos vecinos del barrio de Sant Crist de Badalona que, como tantos otros barrios de Catalunya crecieron a fuerza del trabajo de personas inmigrantes , son los que ahora impiden gritando, enfadados, seguros de que lo que están haciendo es lo justo, que estas quince personas tengan un techo en que guarecerse en estas noches invernales llenas aparentemente de buenas intenciones y mejores deseos. Estos, ellos, y tantos otros como ellos fueron, son o serán como estos otros que han llegado también pobres.

Pobres, con mucho miedo y sin ningún recurso.

Recordémonoslo para mantener la mínima dignidad conceptual que ampara al ser humano: las personas que llegan a este país buscando una vida mejor y que dejan todo lo suyo atrás vienen a prosperar y a intentar sobrevivir con cierta dignidad. Y sí, es cierto, son muchos. Muchos más de los que querríamos. Demasiados. Mucho más que demasiados. Y traen con ellos miseria, hambre, pena y desarraigo.

Y también es bien cierto que nosotros no tenemos la capacidad de dar respuesta a sus necesidades porque aún estamos buscando la manera de solucionar a algunos de los que viven (o malviven) y trabajan de manera regulada en este país.

Y es lamentable que ni nuestra administración, ni la de otros muchos países que nos rodean, hayan sido capaces de mirar al problema de cara, de ser valientes y encontrar una solución socialmente aceptable desde una perspectiva “progresista” a este evidente y grave asunto.

Ahora de nuevo, como en otros momentos de la historia, mientras los discursos de la llamada izquierda social han ido evitando mirar de cara la situación que provoca la inmigración usando de eufemismos y construyendo un relato buenista y falso de la realidad del problema, se ha ido regalando, con broche de oro, el argumentario a los discursos populistas de la derecha más excluyente dejándose perder toda la autoridad para encajar y solucionar la delicada y controvertida cuestión.

Y ahora pasa lo que pasa con total impunidad y sin atisbo de ningún pudor: que cada vez nos es más fácil gritar en contra de todo aquello que nos es ajeno y nos da miedo (la indigencia, el hambre, el desarraigo) porque ya se nos ha interiorizado, a algunos más que a otros, que los derechos y la justicia no son iguales para todos.

Hace meses fue Torre Pacheco, hoy es Badalona… la dificultad está servida y la solución se nos está escapando.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)