Todos somos migrantes
Y ahí es donde fallamos. Si algo deberíamos aprender quienes vivimos en territorios de paso, es que la hospitalidad no es solo una tradición: es una responsabilidad
Canarias 7, , 21-12-2025Tengo dos hijos. Los dos viven lejos de Canarias. Uno en Alemania y la otra en Madrid. Ambos se fueron persiguiendo sus sueños, buscando un futuro mejor, una oportunidad o, simplemente, el lugar donde sentirse plenos. A veces los veo y me lleno de orgullo; otras, de nostalgia. Pero siempre entiendo que marcharse no fue un capricho, sino una forma honesta de intentar ser felices.
Y cada vez que pienso en eso, no puedo evitar mirar a mi alrededor y pensar en las miles de personas que llegan a nuestras islas con el mismo propósito. Personas que, como mis hijos, también dejaron atrás su casa, su gente, su idioma y sus paisajes para buscar una vida digna. Con una diferencia fundamental: a unos los llamamos ‘valientes’ y a otros, ‘inmigrantes ’.
Nos llenamos la boca diciendo que nuestros jóvenes ‘se buscan la vida fuera’, que ‘qué orgullo’ que estén triunfando en Europa o en la Península. Pero cuando alguien hace el viaje contrario, cuando llega desde África, Latinoamérica o cualquier otro lugar, con la misma ilusión, la misma esperanza y las mismas ganas de trabajar, entonces muchos cambian el discurso.
A unos los aplaudimos. A otros los señalamos. Y, sin embargo, están haciendo exactamente lo mismo: intentar vivir mejor.
En Canarias ya no hablamos solo de llegadas, sino también de convivencia. Cada año miles de personas nacidas fuera de España se establecen aquí, trabajan, crían a sus hijas e hijos, aprenden el idioma, aportan su cultura y se integran en la vida cotidiana de los barrios. Hoy, una parte importante de la población canaria nació en otro país. Y eso, lejos de ser un problema, es un reflejo fiel de lo que somos: un pueblo abierto, diverso y en constante transformación.
De hecho, el crecimiento de la población canaria en los últimos años se debe sobre todo a la llegada de personas de fuera. Sin esa aportación, el número de habitantes disminuiría, porque ya nacen menos personas de las que mueren. En cierto modo, quienes llegan están ayudando a mantener viva la isla, a sostener su pulso humano, económico y social.
Los propios empresarios lo dicen con claridad: la migración es necesaria y beneficiosa. Hay sectores donde no se encuentran suficientes personas para cubrir todos los puestos de trabajo, y son muchas las manos y los talentos que llegan para sostener la economía y cuidar de quienes más lo necesitan.
La convivencia, en general, es buena. Por supuesto, hay personas migrantes que cometen delitos, igual que también los cometen personas nacidas aquí. Ante eso no hay debate posible: que caiga todo el peso de la ley y que se actúe como corresponda. Y si la ley contempla la expulsión, que se aplique.
Pero no confundamos justicia con prejuicio. La convivencia se construye desde el respeto a las normas y desde la certeza de que la inmensa mayoría viene a trabajar, a aportar y a vivir en paz.
Hay quien piensa que las personas migrantes no tienen derecho a venir, que Canarias «no debe dejar entrar a nadie que no haya nacido aquí». Pero conviene recordar algo esencial: ningún ser humano pierde su dignidad al cruzar una frontera. Y este archipiélago, que hoy presume de identidad, se ha construido precisamente a base de mezclas, idas y venidas, influencias y acentos. Canarias no es una archipielago cerrado: es una historia abierta al mar.
Cerrar las puertas a quien llega es olvidar quiénes fuimos. Porque también de aquí salieron miles de personas que buscaron trabajo, futuro y dignidad en Venezuela, Cuba o América Latina. Porque aún hoy nuestros hijos, sobrinos o nietas siguen marchándose fuera a buscar oportunidades. ¿Con qué coherencia pediremos respeto y acogida si negamos lo mismo a quien llama a nuestra puerta?
Nadie dice que no haya límites ni leyes. Las hay, y deben cumplirse. Pero las leyes no pueden sustituir la compasión ni justificar la indiferencia. Cumplir la ley no impide mirar con humanidad.
Defender que solo deben vivir aquí quienes nacieron aquí es tan absurdo como decir que solo pueden respirar quienes nacieron bajo este mismo cielo.
La tierra no pertenece a nadie: somos nosotros quienes pertenecemos a ella. Emigrar no es huir. Es atreverse a empezar. A veces por necesidad, a veces por amor, a veces por simple destino.
Y el destino no se mide en kilómetros, sino en esperanza. El mundo, con su empeño por trazar fronteras, ha olvidado que la tierra no las tiene. Que los océanos no entienden de pasaportes. Que los sueños no se detienen ante una valla, ni ante un muro, ni ante un prejuicio. Lo que sí se detiene —a veces— es nuestra empatía.
Y ahí es donde fallamos. Si algo deberíamos aprender quienes vivimos en territorios de paso, es que la hospitalidad no es solo una tradición: es una responsabilidad. No se trata de abrir las puertas sin orden, sino de abrir el corazón con coherencia. La convivencia no se impone, se construye.
Quien llega debe respetar las normas, las costumbres y la cultura del lugar que le acoge. Y quien acoge debe hacerlo desde la justicia, el respeto y la humanidad.
Porque si queremos que nuestros hijos sean tratados con dignidad cuando emigran, debemos ofrecer lo mismo a quien viene aquí buscando su oportunidad.
Porque lo justo no es decidir quién merece vivir mejor, sino trabajar para que nadie tenga que marcharse por obligación.
Cada persona que llega trae consigo una historia, un idioma, una canción, una receta y un anhelo. Y cada encuentro entre culturas puede ser una lección de humanidad si lo miramos con ojos limpios.
Y quizá por eso este dibujo lo resume todo: un planeta azul suspendido en el vacío y una frase sencilla, pero poderosa: «Por si te sirve de algo… tú también vives aquí.»
Porque a veces olvidamos lo esencial: que compartimos casa. Que no hay norte ni sur cuando se mira desde el espacio.
Que todo lo que hacemos —el odio, la compasión, la indiferencia o la ternura— sucede dentro de la misma esfera de tierra, agua y aire.
Ojalá entendamos pronto que no hay ‘ellos’ y ‘nosotros’. Solo nosotros, habitantes de este planeta pequeño y hermoso.Ojalá comprendamos que los sueños, como las olas, no tienen frontera. Y que ser humano consiste, sobre todo, en recordar que tú también vives aquí.
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