Entrevista
Olúfémi Táíwò, filósofo: "Una buena política identitaria es la que no busca aislarse en compartimentos estancos y potenciar las diferencias"
Filósofo y activista de la justicia social y climática, en su ensayo ‘El saqueo de las élites’ llama a repensar la importancia de las denostadas políticas de la identidad. "Nos hemos dado cuenta de que ningún logro político del pasado está a salvo", advierte
El Mundo, , 18-12-2025Hijo de inmigrantes nigerianos que se mudaron a Estados Unidos para estudiar a finales de los años 80, Olúfémi Táíwò (1990) pasó una parte de su infancia en una activa comunidad nigeriano-estadounidense y la otra en instituciones mayoritariamente blancas. Asistió a escuelas para blancos e iglesias dominicales, pero también a grupos de estudio bíblico integrados exclusivamente por afroamericanos e inmigrantes africanos. Esos contrastes determinaron una infancia marcada por cuestiones de pertenencia e intolerancia que determinarían su futuro.
Filósofo de formación e intelectual público por vocación, convertido en uno de los pensadores jóvenes más contundentes de Estados Unidos, Táíwò escribe sobre justicia social, climática y racial desde su despacho en la Universidad de Georgetown, donde es profesor y desde donde charla con nosotros por videollamada sobre su ensayo El saqueo de las élites (Siglo XXI), un incisivo manifiesto que desglosa este término cada vez más común en su país que explica así: “Describe cómo las élites saquean el potencial político y emancipatorio de las políticas de la identidad y lo manipulan para controlar aspectos fundamentales de nuestro sistema social”.
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Su ensayo enarbola la defensa de retomar la idea de política identitaria en un sentido amplio y no contaminado. ¿Qué es realmente la política identitaria en 2025 y por qué causa rechazo?
Defiendo justamente esa parte de la política de la identidad que en su origen sirvió a muchas comunidades para hacer reclamaciones justas y necesarias. Por ejemplo, el movimiento por los derechos civiles o las luchas por los derechos de la comunidad LGTBI+. El problema es que cuando un concepto político se vuelve masivo, siempre surgen apropiaciones por parte de las élites. No es algo nuevo en política, siempre ha sido así. Hoy en día quienes se escudan bajo este término de política de la identidad lo usan muchas veces de forma casi estética, como una manera de publicitarse. Es una forma de hacer política en la que se destacan las características demográficas que uno tiene como político, las que quiere atraer en el público, o una combinación de ambas; por ejemplo, ser negro, homosexual o católico. En el contexto de esta versión vacía de contenido, claro que entiendo el rechazo y comparto las críticas.
Ahí es donde entra ese concepto de “saqueo de las élites”. ¿Qué es exactamente?
Exacto. Cuando la política se vuelve algo simbólico y pierde concreción, se basa en ideas y prejuicios y no en propuestas reales. Esto favorece a quienes se convierten en portavoces de otros: las personas más privilegiadas de razas, orientaciones sexuales o religiones marginadas que tienen poder real, o incluso a las personas de los grupos dominantes. Desde un líder negro o musulmán que desvía recursos, atención y agendas políticas hacia sus propios intereses, hasta los mandatarios de la derecha más trumpista que tergiversa la idea de política identitaria para enfrentar a todos estos grupos entre sí y perjudicar aún más a los marginados. Pero que exista esta desviación no justifica descartar la versión sustantiva, real y más seria de la política identitaria. Creo que, al contrario, es motivo para retomarla.
“La política es conflictiva, no hay consenso posible entre racistas, homófobos y tránsfobos, y quienes reclaman derechos y justicia para esa gente”
Habla de las tergiversaciones, ¿en qué ámbitos de la política es más evidente ese “saqueo”?
La política electoral es, sin duda, el ámbito más destacado donde ocurre; incluso en las instituciones es evidente. En Estados Unidos se ha hablado mucho sobre diversidad, equidad e inclusión [una práctica política para crear un entorno laboral justo y acogedor conocida como DEI e implantada por primera vez en los 60 por el Gobierno de Lyndon B. Johnson], y ha habido siempre muchas críticas sobre cómo se aplica. Por ejemplo, cuando se quiere cambiar la imagen de una empresa o institución política, muchas veces se suele elegir a personas que pertenezcan a una categoría marginada, pero que tal vez tengan ventajas de clase, educación o ingresos; es decir, todas esas cosas que hacen que su experiencia como personas negras, trans, musulmanas o de cualquier otra identidad siga siendo importante, pero significativamente diferente a la del conjunto de personas con esas identidades. Estos casos, por desgracia existentes, han dado munición a la gente contraria a estas políticas y son parte de esa cultura de saqueo de las élites.
Como dice, durante este segundo mandato de Trump han arreciado las críticas contra la inclusión. ¿Era algo previsible e inevitable?
Creo que las repercusiones negativas del progreso social en cualquier ámbito son inevitables. La política es conflictiva, no hay consenso que valga la pena buscar entre segregacionistas, tránsfobos y homófobos, y quienes reclaman derechos y justicia para los grupos de personas que son blanco de todos esos tipos de intolerancia. La pregunta que nos planteamos es: ¿debería haber tomado esta forma la reacción negativa? ¿Era inevitable o evitable que quienes la impulsaron terminaran en la Casa Blanca? Eso, creo, era evitable.
‘El saqueo de las élites’ se publicó en su país a principios de 2022, cuando Biden era presidente. ¿Cómo fue posible una segunda victoria de Trump que el libro parece que descartaba?
Supongo que esa es la gran pregunta de nuestra generación, o al menos una de ellas. Hay mucho que reflexionar tras el resurgimiento de la derecha en los últimos años. No creo que el repliegue en cuestiones culturales que algunos han defendido refleje el diagnóstico correcto de los problemas. Pero sí creo que sobreestimamos hasta qué punto la política progresista contaba con un profundo apoyo cultural y subestimamos el papel de lo que podríamos llamar la base material de la política comunicativa. El control de importantes plataformas de comunicación como Meta y Twitter por parte de figuras de la derecha fue un incendio de cinco alarmas que no tratamos como tal. La destrucción paralela de los medios locales y de los terceros espacios fue una crisis que no tratamos como tal.
Hemos hablado de élites pero, ¿qué debemos pensar al hablar de ellas? ¿Sólo en el conservador blanco y rico, o es un espectro más amplio?
Por supuesto que no. Una de las cosas que me motivó originalmente a escribir El saqueo de las élites fue intentar que la gente fuera más precisa. ¿Élite en términos de qué? Por poner un ejemplo: ahora que hay crisis de vivienda, se habla mucho de los grandes propietarios, pero muchas personas de bajos ingresos son propietarias de viviendas. Puede que sean élite en relación con los inquilinos de un nivel de ingresos similar o inferior, pero no sé si son la élite en términos de unos Illuminati que controlan secretamente los flujos de capital de todo el mundo. En primer lugar, no existe una élite como esa. En segundo lugar, a menudo nos confundimos con la ventaja relativa. Esto se ve en términos de la política de los grupos marginados. La gente culpará a la élite política negra, por ejemplo, que ciertamente puede tener poderes a nivel municipal, pero que también existe dentro de los gobiernos estatales que pueden o no controlar, y dentro de un aparato federal de formulación de políticas. Cualquier crítica que podamos tener de las personas que están comparativamente aventajadas, tenemos que separarlas de la cuestión de por qué el sistema es como es. Eso es lo que hay cambiar, el sistema, que es el que propicia ese elitismo.
“Los filósofos de hoy debemos involucrarnos más en cómo abordar los problemas políticos actuales, en vez de hablar de cómo se resolvieron los de hace 300 años”
Por cerrar el tema, ¿cuál sería entonces una buena política identitaria?
Sencillamente aquella que no busque aislarse en compartimentos estancos y potenciar las diferencias entre grupos, sino una que utilice la definición de las propias identidades para aliarse con otros grupos marginados y participar en la política no como subordinados ni como antagonistas de otros movimientos, sino como parte de una auténtica coalición de aliados, no de subordinados. El objetivo del libro no era señalar una perspectiva política hiperespecífica, sino plantear que deberíamos tener conversaciones más serias sobre las dinámicas de poder intragrupales. Dentro de cualquier movimiento, o entre grupos marginados, ¿cuáles son las diferentes posiciones sociales y cómo afectan a la lucha por el progreso de esa agenda política o grupo social, y qué piensan otras personas fuera del grupo sobre eso? Esa es la pregunta que se debe responder, y hay que hacerlo en común.
Su interés en todos estos temas nace en buena medida de su propia experiencia, ¿qué motivó que estudiara estas cuestiones y cuánto hay de usted en sus ensayos?
Muchas de mis experiencias me han llevado en esta dirección. Uno de los ensayos que terminó formando parte del libro surgió de una conversación con un periodista que me preguntó sobre la justicia ambiental en la comunidad negra. Claro, soy negro racialmente hablando, pero soy nigeriano-estadounidense. Mis padres emigraron aquí en los años 80, así que no soy descendiente de las personas que fueron esclavizadas aquí. Y quizás igual de importante, o incluso más, crecí en una familia de clase media, no en los barrios que han sido tratados como vertederos tóxicos, como les ha tocado vivir, por desgracia, a muchas personas más pobres. Así que no tenía la experiencia vital que la gente asocia con esta categoría en particular y con esa cuestión política concreta. Y como investigador de política negra, a menudo me encuentro en una situación similar, donde tengo que aclarar cuáles han sido mis experiencias y qué puedo aportar desde ellas, en contraposición a lo que puedo aportar como académico. Así que intentar resolver esa cuestión para mí fue, sin duda, relevante para la cuestión más amplia de, desde la perspectiva de la sociedad, cómo abordamos estas categorías y a quién beneficia el discurso sobre ellas.
Su activismo se centra en lo político, pero usted es filósofo y, al menos en España, ésta y las Humanidades en general son disciplinas un poco desprestigiadas, porque la gente siente que no tienen cabida en la vida real, en sus vidas. ¿Cómo ve el papel actual de la Filosofía y en qué puede ayudarnos en el presente?
Creo que quienes practicamos Filosofía y las Humanidades hemos abordado nuestras disciplinas de una manera bastante aislada, y eso merece nuestra reflexión. No puede ser que la gente nos perciba como una especie de club de lectura al que le gusta hablar de sus temas, pero que no está tratando con la realidad. No obstante, creo que eso está cambiando, pues, de hecho, estamos estudiando fenómenos de la vida real. La economía, la identidad, la representación, cómo distintas formas de pensar elevan a algunas personas y a ciertas fuentes de poder por encima de otras… Todo esto tiene una enorme relevancia para la política real. En particular, mi rama de la Filosofía, la Filosofía política, se interesa, al menos históricamente, en cómo diseñar instituciones que impidan que sean controladas por los más poderosos y privilegiados. Desde la Revolución francesa esta vertiente filosófica se involucró profundamente con la cuestión de cómo configurar el mundo real, no el mundo idealizado del que hablamos en las universidades, sino las instituciones que rigen nuestras vidas. Y es algo que debemos abordar con la participación ciudadana, por lo que debemos involucrarnos más en la versión actual de esos problemas, en lugar de limitarnos a lo seguro: pensar en cómo nuestros personajes históricos respondieron a esas preguntas hace 300 años. Y, con suerte, cuanto más lo hagamos, mayor será nuestra credibilidad ante la opinión pública.
“Gracias a Trump nos hemos dado cuenta, al fin, de que ninguno de los logros políticos de las luchas por los derechos civiles de décadas pasadas están a salvo en el presente”
Volviendo a esa versión actual, en su país están ocurriendo en los últimos tiempos detenciones y deportaciones masivas y se ha anulado el derecho constitucional al aborto, entre otras cosas. ¿Cómo afectan estas regresiones al debate sobre política identitaria?
Ha sido muy revelador. Quizá sea pronto para afirmarlo con certeza, pero creo que todo esto ha desvanecido mucho las críticas de la izquierda a la política identitaria. Porque algo que ha quedado claro es que, independientemente de las críticas que podamos hacer sobre cómo la izquierda utiliza la política identitaria, es evidente que la derecha está inmersa en esa lucha identitaria, pues está atacando a personas en función de su identidad, como vemos en las campañas de deportación masiva. Está revirtiendo derechos muy importantes para personas con identidades particulares, ya sea el derecho al aborto, la atención médica para personas trans o los derechos del matrimonio igualitario. Por eso nos hemos dado cuenta, al fin, de que ninguno de los logros de las luchas por los derechos civiles, los logros políticos o sociales de décadas pasadas están a salvo. Y de que ese mantra de que seguir hablando de las luchas de identidad era una distracción de los problemas reales, ha quedado desacreditado.
Su ensayo se centra en el contexto de Estados Unidos, ¿cuáles de sus análisis y soluciones cree que son extrapolables a Europa y al resto del mundo?
En general, creo que el enfoque de intentar construir coaliciones basadas en luchas materiales, pero que reconozcan las diferentes identidades relacionadas con esas luchas, es algo que podría funcionar en cualquier lugar. De hecho, como se ve en el libro, aunque pienso, por supuesto, en el contexto estadounidense, esta solución surge de luchas ocurridas en Latinoamérica y África, donde personas de distintos grupos étnicos y en el caso latinoamericano, los pueblos indígenas frente a otros grupos superaron barreras para luchar en causas específicas como la lucha anticolonial, como las luchas actuales contra los oleoductos y las grandes corporaciones, involucrando a esos diferentes grupos identitarios. Por eso creo que la clave no es una nueva identidad que ignore las anteriores, sino una lucha material común que aúne identidades preexistentes. Un enfoque de coalición basado en el universalismo y comprometido con la coalición y el trabajo conjunto.
“En Estados Unidos sólo podemos mirar con envidia y tristeza la vida europea en temas como el transporte y la sanidad”
¿Pero no está la izquierda perdiendo esa batalla contra la derecha, mucho más organizada globalmente?
Desde luego. El hecho de que la administración Trump intentara sancionar a Brasil tras la salida del poder de Bolsonaro es un ejemplo entre muchos. Todos estos líderes han estado conspirando juntos e intentando avanzar en conjunto. Y lo han tenido fácil ante la ausencia de un equivalente en el siglo XXI a la Internacional Comunista o al movimiento del Tercer Mundo, pues la izquierda ha estado ausente. Debido a esa ausencia, está perdiendo terreno, por lo que si queremos que esas fuerzas de izquierda ganen, tendremos que pensar en términos de la misma magnitud que la derecha.
El último capítulo se centra en las soluciones, como lo que usted llama “política constructiva”, ¿en qué consiste?
Es básicamente una versión más politizada de lo que podríamos llamar desarrollismo de izquierda. Un ejemplo es la lucha que todos los partidos verdes de la Unión Europea han llevado a cabo en conjunto. Necesitamos alterar, literal y físicamente, las condiciones de vida, de manera que se construya una mayoría política en torno al proyecto de luchar por el bien común. Por una versión de la libertad en la que creamos que debemos convertir nuestros países en lugares donde la gente pueda vivir mejor, y para ello necesitamos construir de forma diferente, tanto a nivel de instituciones como de infraestructuras. Y aquí tenemos mucho trabajo. Por ejemplo, en Estados Unidos sólo podemos mirar con envidia y tristeza las redes de transportes y la sanidad pública que tenéis en Europa.
¿En qué sentido?
Esto puede parecer poco importante, pero es un problema de calidad de vida que afecta a la libertad. ¿Qué tipo de vida se puede llevar dependiendo de los destinos a los que se puede llegar con las redes de transporte? ¿O de la asistencia sanitaria que uno pueda pagarse? Si queremos construir un mundo diferente, tenemos que organizar a la gente para reclamar una reforma profunda del sistema. Así pues, una política que abogue por ese tipo de cambios en nuestra política podría reconocer las distintas maneras en que las diferentes identidades se relacionan con esos proyectos, pero se centraría en cómo construir un mundo que avance hacia la libertad para todos.
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