La apacible impunidad del Ángel de la Muerte en Brasil: cartas, apoyos y un mito desmontado de Josef Mengele
Betina Antón reconstruye los últimos años en Brasil de Mengele. Amenazada, accedió a material inédito que explica cómo fue posible que el médico de Auschwitz muriera sin ser juzgado ni arrepentirse
El Mundo, , 17-12-2025“Es uno de mis primeros recuerdos de infancia”, dice Betina Antón sobre la figura de Josef Mengele, el Ángel de la Muertede la Alemania nazi. En su caso no habla en abstracto ni desde la distancia que le otorga ahora su trabajo periodístico. Ella habla desde una curiosidad a la que se le ha quitado el polvo, una que empezó cuando tan solo tenía seis años, cuando vio desaparecer un día, sin explicación, a su maestra alemana. “Los adultos empezaron a hablar de él”, recuerda. De Mengele. El nombre se coló en su escuela, en su barrio, en la televisión brasileña que contaba horrores que a ella le parecían sacados de la ficción, de “una película de terror”.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Josef Mengele logró huir de Europa evitando los juicios por crímenes nazis que ahora cumplen 80 años. Había sido médico en Auschwitz y formó parte de la estructura científica del régimen, realizando abominables experimentos con humanos, lo que lo convirtió en uno de los fugitivos más buscados del mundo y de la Historia.
En un primer momento se refugió en Austria, para luego pasar a Italia, desde donde escapó a Argentina en 1949 con ayuda de redes de antiguos nazis. Cuando la captura de Adolf Eichmann, uno de los principales organizadores del Holocausto, puso a la región bajo mayor vigilancia, Mengele cruzó a Paraguay, donde obtuvo documentación a su nombre. Finalmente, por su propio miedo y la creciente inseguridad que sentía en el país, pasó a Brasil en 1960. Allí vivió bajo identidades falsas y con apoyo económico de su familia y amigos, moviéndose entre São Paulo, el litoral y pequeñas ciudades del interior, hasta su muerte enterrado bajo un nombre falso, manteniendo el mito hasta el final en 1979.
Betina Antón, aquella niña que no sabía quién era el apodado Ángel de la Muerte sí intuía, sin embargo, que algo muy malo había pasado. Que el mal podía esconderse cerca y que podía tener la forma de un adulto amable al que todo su entorno trataba con normalidad. Aplicable esto último tanto a Mengele como a su propia maestra, responsable en parte de su propia formación. Décadas después de aquellos años, convertida ya en periodista, Antón descubrió que la mujer que la había educado había sido también quien ayudó al criminal nazi más buscado del mundo a vivir una vida tranquila durante años en Brasil. Y que había sido ella misma quien había enterrado su cadáver bajo un nombre falso en 1979.
“Al intentar hablar con mi maestra, que enterró a mengele, me amenazó y disuadió tanto que creí que no iba a escribir nunca más sobre el tema”
Antón creció con ese rumor pegado a la memoria, y ya adulta y periodista decidió adentrarse en el tema. “Tenía muchas preguntas”, explica. Sobre Auschwitz, sobre la red de protección, sobre su propia comunidad alemana en São Paulo. Preguntas sobre por qué nadie a su alrededor hablaba de aquello. Y también sobre el miedo: ese que sintió de niña y que volvió a vivir cuando en busca de claridad por fin llamó a la puerta de su antigua maestra, Liselotte Bossert, que ella le cerró con amenazas: “Cuando hablé con ella fue tan tajante en disuadirme que pensaba que no iba a escribir más sobre el tema”.
Pero lo hizo, y de toda su investigación nace Tras la pista de Mengele (Plataforma Editorial), un libro que ya se ha ganado los premios Jabuti en 2024 y APCA en 2023 a mejor biografía y que sirve como reportaje de la huida de Mengele a Brasil, presentando como novedad archivos inéditos como cartas del propio dirigente nazi. El objetivo: entender cómo un criminal de guerra pudo vivir y morir impune, y qué tipo de sociedad permitió eso.
La historia dice que Mengele se benefició de un contexto internacional que permitió a decenas de criminales escapar durante los primeros años de la posguerra. La Guerra Fría desvió prioridades, los sistemas de inteligencia estaban fragmentados y muchas redes de apoyo facilitaron rutas de huida hacia Latinoamérica. En ese circuito, conocido como las ratlines, Mengele se movió gracias a un cóctel de contactos, recursos económicos y la intuición que lo llevó siempre un paso por delante de quienes intentaban localizarlo. Esa combinación de factores explica no solo su llegada a Brasil, sino también por qué su nombre se convirtió con el tiempo en un símbolo global de impunidad.
El encuentro de Antón con su antigua maestra fue un paso clave en su investigación para sacar a la luz la vida del médico nazi en su país. Antón sabía que esa mujer había estado muy cerca de Mengele en sus últimos años, y por eso necesitaba escucharla para completar el mapa de relaciones que Mengele había tejido en Brasil. Cuando por fin la localizó, la respuesta no fue amable. “Dijo que era un caso peligroso. Que no quería que una exalumna sufriera daños”. Aún recuerda el tono de amenaza y las advertencias que, sin embargo no la desviaron.
No fue la única resistencia. Otros miembros de la comunidad alemana de São Paulo también intentaron que no mencionara ciertos nombres. “Otro hombre me dijo que si ponía el nombre de su tío en mi libro me demandaría”, explica sobre uno de ellos. Antón revisó documentos, consultó a abogados y constató que los datos eran sólidos. El miedo siempre estuvo presente, pero también la convicción de que esa opacidad esa incomodidad persistente ante cualquier pregunta era parte de la historia que debía contarse.
la correspondencia jamás leída
Esa tensión y deseo terminaron guiándola hacia archivos que nunca habían sido revisados con profundidad. Encontró casi un centenar de cartas personales de Josef Mengele incautadas en 1985 y olvidadas en una dependencia de la Policía Federal que le permitieron reconstruir, por primera vez, la vida cotidiana del criminal más buscado del siglo XX, así como la red de amistades y protectores que le permitió vivir décadas en Brasil sin ser detenido, entre los que se encontraba su maestra y el marido de esta.
“En las cartas, mengele parece buena persona. Esa normalidad es lo que hace tan perturbador entender cómo convivía con lo que había hecho”
Las cartas fueron la verdadera pieza que faltaba, porque mostraban una dimensión inesperada e inédita del fugitivo. “Lo que me impresionó fue la vida cotidiana de Mengele”, explica Antón. En las misivas, el médico nazi escribe sobre paseos con sus perros, cenas para “mantener la línea” o novelas brasileñas que seguía con entusiasmo. “Si solo lees las cartas te parece que es una buena persona”, admite la autora. “Esa normalidad es lo que hace tan perturbador entender cómo podía convivir con lo que había hecho”. Ahí reside, precisamente, el contraste que articula su investigación: la posibilidad de que un criminal de guerra llevara en Brasil una vida casi banal, rodeado de amigos. Esa convivencia entre pasado criminal e integración cotidiana define lo que Antón llama “Baviera tropical”, el concepto que da título original a su libro.
Las cartas también revelan que Mengele no vivió aislado, como sugerían algunas teorías. Por el contrario, cultivó amistades fuertes, y la correspondencia muestra afecto, lealtad y una vida social fructífera y estable. Ese lado doméstico resulta quizá más escalofriante que cualquier escena de persecución.
Otro aspecto que las cartas confirman es la ausencia total de arrepentimiento. Antón buscó durante años alguna señal de culpa, una aflicción que no encontró. Mengele hablaba en su correspondencia de política, de su miedo por la deriva socialista que tomaba Alemania tras la guerra y de la distancia generacional con la juventud, encarnada en su hijo, que no veía la vida como él. Pero nunca escribía sobre sus víctimas ni de su responsabilidad. Para Antón, esto demuestra que el problema no era psicológico ni circunstancial: “Era su ideología”.
“Es falso que muriese deprimido: tenía una vida buena en Brasil y murió en los brazos de uno de sus mejores amigos”
Uno de los mitos más extendidos en torno a la figura de Mengele es la idea de que, a pesar de que nunca fue juzgado, su penitencia fue morir solo, deprimido y acosado por su pasado. La investigación de Antón desmonta por completo esa versión. Según los documentos y testimonios que reunió, Mengele atravesó un periodo de tristeza en sus últimos meses, es cierto, pero por motivos mucho más mundanos: la muerte de uno de sus mejores amigos y el miedo a envejecer. Pero nada de eso tuvo relación con su pasado en Auschwitz. “Tenía una vida buena en Brasil”, explica Antón.
La escena de su muerte también contradice la habitual narrativa consoladora. Mengele se ahogó al sufrir un infarto cerebral mientras nadaba en 1979 en la playa de Bertioga, en el litoral paulista. No murió abandonado. “Murió en los brazos de uno de sus mejores amigos”, explica Antón. Este amigo el marido de su maestra intentó con tantas fuerzas reanimarlo que terminó hospitalizado él mismo. Fue entonces cuando su maestra, Liselotte, lo enterró bajo el nombre falso de Wolfgang Gerhard. El criminal más buscado del siglo XX no murió perseguido ni aislado, sino querido, protegido y acompañado por sus amistades hasta el último suspiro.
La otra gran pregunta es por qué nadie lo encontró mientras se refugiaba en Brasil. Para Antón, la respuesta está en una mezcla de factores: suerte, dinero, previsión y falta de coordinación internacional. La mente de Mengele siempre iba “un paso por delante”: dejó Alemania cuando empezaron las primeras órdenes de arresto, obtuvo ciudadanía paraguaya antes de que la presión aumentara y se instaló en Brasil cuando la captura de Eichmann hizo que Argentina dejara de ser segura. En una finca de Serra Negra llegó a construir una torre de observación para controlar la única carretera de acceso. Mengele lo tenía todo bien atado para evitar su captura.
Sí es cierto que el Mossad israelí estuvo cerca de atraparlo varias veces, pero no llegó a conseguirlo. “La búsqueda se interrumpió muchas veces”, explica Antón. Cada cambio de gobierno en Israel ralentizaba el operativo, y la información no siempre se retomaba donde se había dejado. Además, algunas pistas ni siquiera fueron actualizadas. Un dato especialmente revelador: los servicios de inteligencia israelíes ya conocían, en los años 60, el alias de Wolfgang Gerhard, el que Mengele utilizó hasta su muerte. Si esa línea de investigación se hubiera mantenido y seguido, dice Antón, probablemente habrían llegado hasta él, pero la historia fue otra.
La red de apoyo a nivel logístico también fue determinante. Mengele recibía dinero desde Alemania y contaba con protectores en Brasil que le garantizaban casa, comida, compañía y discreción. “No hubo responsabilidad por parte del gobierno brasileño porque las autoridades no sabían que él estaba ahí”, dice, diferenciando la situación de la de Argentina o Paraguay, donde otros criminales nazis vivieron con documentación real y vínculos oficiales. Para Antón no existía en Brasil, por tanto, ningún registro del que partir.
Todo ello contribuyó a que viviera más de tres décadas en libertad y a que la verdad permaneciera enterrada durante años, hasta que el hallazgo de su cadáver en 1985 seis años después de su muerte y la ilentificación posterior permitieran reconstruir sus últimos pasos.
Para Antón, ahora mismo el foco debe dirigirse hacia Europa, especialmente hacia el país de Mengele, Alemania, “que dejó escapar a los criminales y no hizo nada durante mucho tiempo”, afirma. Solo décadas más tarde, con la construcción de una política pública de memoria y educación, el país comenzó a confrontar de manera profunda su pasado y a ser ejemplo de memoria histórica en su documentación del Holocausto.
Todo ello permitió que el mito de Mengele creciera. Su fama no se explica solo por los experimentos de Auschwitz, sino también por su capacidad para desaparecer durante casi cuatro décadas. “Fue el fugitivo nazi que más tiempo estuvo en paradero desconocido”, explica Antón. Entre 1945 y 1985 esto fue un enigma a nivel mundial, e incluso después de su muerte pasaron seis años hasta que se confirmó su identidad.
Ese vacío prolongado fortaleció su transformación en símbolo: el médico obsesionado con los gemelos, el científico brillante y perverso, el fugitivo perfecto, el personaje de película de terror. Una figura que fascina y perturba a diversas generaciones, motivo por el que la obra de Betina Antón se ha traducido ya a 15 idiomas, con especial interés en países que vivieron de cerca el exterminio nazi, como Polonia, Hungría u Holanda.
Para la autora, la vigencia del caso Mengele tiene también otra lectura: una advertencia para el presente, más que sobre un individuo, sobre la fuerza de las ideologías “cuando se ponen por encima de los seres humanos”, señala. Mengele no era un “loco aislado” ni un excéntrico: era un médico con dos doctorados de universidades prestigiosas, formado por uno de los genetistas más influyentes de su época. Él mismo era parte del engranaje, convencido de un sistema.
Ese paralelismo con el presente atraviesa el libro. Antón recuerda que hoy muchas ideologías que ve peligrosas se sustentan sobre una base de informaciones falsas, amplificadas por redes sociales y mensajes virales: discursos sobre inmigrantes , minorías o crisis económicas que circulan sin demasiado contraste ni análisis. Ese atajo, ese populismo, es para ella uno de los grandes riesgos del mundo contemporáneo.
Cuando habla con estudiantes en la escuela donde ella misma estudió, se lo resume así: comprender quién fue Mengele no sirve para alimentar morbo, sino para entender cómo sociedades enteras pueden normalizar discursos extremos y permitir que individuos preparados, cultos y aparentemente integrados lleven a cabo crímenes inimaginables. “Tenemos que pensar mucho sobre las ideologías”, insiste.
El libro de Betina Antón no pretende resolver un misterio, sino desarmarlo. Lo que reconstruye no es solo la ruta de fuga del médico de Auschwitz, sino el entramado de silencios y amistades que hicieron posible su vida en Brasil. Su investigación demuestra que la impunidad no siempre se sostiene en grandes conspiraciones, sino en pequeñas redes. Tras la pista de Mengele aporta documentos inéditos, pero también la constatación de que el mal puede convivir sin estridencias con lo cotidiano, que un criminal de guerra puede escribir cartas sobre novelas de televisión, cuidar su jardín y compartir cenas con amigos sin que nada de eso contradiga sus convicciones. La banalidad del mal se vuelve palpable en cada detalle del libro.
Antón, que de niña escuchó ese nombre sin entenderlo, ofrece ahora una versión completa y profundamente humana de aquello de lo que nunca se quería hablar. Al empezar el libro creía que expulsarían a su hijo de su escuela alemana cuando se publicase. “Pero muchas personas de la comunidad alemana vinieron a agradecerme haberlo contado. Y me llamaron de la escuela para hablar con los alumnos de cosas como el nazismo o la protección de criminales en Brasil. Fue exactamente lo opuesto de lo que yo imaginaba. Y para mí fue bueno”.
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