El mundo según Trump
La Vanguardia, , 14-12-2025La visión del mundo que tienen los Estados Unidos de Donald Trump se resume en 33 páginas. Son las que ocupa la renovada “Estrategia Nacional de Seguridad”, que actualiza –y también corrige– las grandes apuestas históricas de la política internacional norteamericana. Su tono y contenido, donde se mezclan análisis y alegatos ideológicos, se acerca a ratos al de un panfleto político. Pero su lectura es esclarecedora sobre el nuevo enfoque de la política exterior de EE.UU.
La actuación de Trump desde su retorno al poder, el pasado mes de enero –no hace aún ni un año–, ha dejado claro su afán de ruptura. Y la nueva hoja de ruta así lo confirma, dando por terminada la etapa abierta tras la finalización de la guerra fría en que EE.UU. pretendió ejercer su hegemonía por todo el mundo. “Las élites de la política exterior estadounidense se convencieron de que la dominación permanente de Estados Unidos sobre el mundo entero redundaba en beneficio de nuestro país. Sin embargo, los asuntos de otros países solo nos incumben si sus actividades amenazan directamente nuestros intereses”, reza el documento, que fija como absoluta prioridad para el país asegurar su preeminencia en el continente americano, o Hemisferio Occidental.
La imagen que acompaña este artículo imagina con ironía un mundo repartido en tres grandes regiones donde reinarían tres superseñores feudales –el propio Trump, el ruso Vladímir Putin y el chino Xi Jinping–. “El peor mapa geopolítico que he visto en mucho tiempo; tan malo que vale la pena compartirlo”, escribió el politólogo norteamericano Ian Bremmer, presidente del Grupo Eurasia, al redifundirlo por las redes (sin aludir al autor)
El mapa es una caricatura de la tendencia de Trump a avalar un nuevo orden mundial regido por hombres fuertes y dividido en esferas de influencia. Algo que, de algún modo, está haciendo cuando asume las tesis de Rusia sobre Ucrania. A cada cual, lo suyo. Pero con un límite: siempre que Estados Unidos mantenga su condición de primera superpotencia mundial. “EE.UU no puede permitir que ninguna nación se convierta en tan dominante que amenace nuestros intereses”, remarca la nueva estrategia de seguridad.
El principal bastión que defender de apetitos extraños es el Hemisferio Occidental. El documento resucita y actualiza la doctrina Monroe –rebautizada por los analistas como Donroe –, según la cual el continente americano debe ser la esfera de influencia propia de EE.UU. y quedar a salvo de injerencias exteriores. Cuando James Monroe estableció su doctrina, en 1823, los adversarios eran los europeos. Ahora es China, que ha multiplicado en los último años sus intercambios comerciales e inversiones en América del Sur.
Hoy como entonces, el objetivo de EE.UU. es evitar que potencias externas “posicionen fuerzas u otras capacidades amenazantes, o posean o controlen estratégicamente activos vitales” del Hemisferio Occidental. Léase, desde infraestructuras sensibles a materias primas esenciales. Junto a esta preocupación está, obviamente, la de asegurarse la cooperación de los países del continente en la lucha contra la inmigración masiva y el narcotráfico, dos de las grandes preocupaciones de la actual Administración.
Antes dicho que hecho, EE.UU. ya ha empezado a aplicar esta política con mano de hierro, como han demostrado su agresiva extorsión comercial a Canadá y México, la coacción para excluir a China de la gestión del canal de Panamá, la expulsión masiva de inmigrantes a varios países centroamericanos, la intervención económico – política para sostener a Javier Milei en Argentina, la injerencia en las elecciones de Honduras, o la presión sobre México, Colombia y Venezuela para combatir las redes del narcotráfico. El despliegue de una potente flota en el Caribe, mientras se amenaza a Caracas con una intervención para expulsar del poder a Nicolás Maduro, da la medida de la renovada vocación policial de Washington.
La segunda gran preocupación de EE.UU. es Asia, que afianza el giro de la política exterior que ya empezó a imprimir el demócrata Barack Obama en la década pasada. Washington no quiere perder pie en esta región crucial y para ello se propone como objetivo central “reequilibrar” en favor propio las relaciones económicas con China , disuadir todo conflicto armado y asegurar la libertad de navegación en la región, lo que incluye mantener a salvo el actual statu quo en Taiwan. Con Pekín, en todo caso, se aspira a “mantener una relación económica genuina y mutuamente ventajosa”.
(África y Oriente Medio merecen menos espacio. Es llamativa la distancia con que el documento aborda la situación en esta última región, pese a la implicación personal de Trump en el conflicto israelo – palestino: “Los días en que Oriente Medio dominaba la política exterior americana (…) afortunadamente han acabado”.)
Es curioso contrastar el trato que recibe China, a la que se reprochan sus prácticas comerciales y poco más, con el dado a Europa, a la que trata casi como un adversario. Washington dice que ya no pretende erigirse en el guardián de los derechos humanos, la libertad y la democracia en el mundo, que solo le ocupan sus propios intereses. “Buscamos buenas relaciones y relaciones comerciales pacíficas con las naciones del mundo sin imponerles cambios democráticos o sociales”, declara. Pero eso no lo aplica a Europa. Quizá porque aquí sí ve amenazados sus intereses.
En efecto, en lo que concierne al continente europeo, la Administración Trump pinta un panorama apocalíptico –llegando a vaticinar el fin de la civilización europea a causa de la inmigración extranjera– y ataca con dureza a la UE, a la que acusa de ser un ente antidemocrático que cercena la libertad y socava la soberanía de los países (además de imponer severas regulaciones a las grandes tecnológicos norteamericanas). Para corregir esta situación, Washington, se propone intervenir apoyando a los “partidos patrióticos” (nacionalistas y de extrema derecha), considerados “aliados”. Los líderes europeos aún no se han recuperado de la impresión.
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