Acoso «laboral», un problema estructural
Es a lo que ha reducido el presidente los gestos de felaciones simuladas, las bajadas de bragueta, y los comentarios impresentables sobre escotes
La Razón, , 11-12-2025Tres eran tres las hijas de Elena; tres eran tres, y ninguna era buena… El romance satírico se hizo carne cuando asomó la guardia pretoriana con la que
Pedro Sánchez
quiso compensar la ausencia de su fiel escudera en la última sesión de control de 2025.
María Jesús Montero
y
Pilar Alegría
andan con pocas ganas de explicar cómo es eso de que se llevaran tan bien con
Paco Salazar,
el penúltimo tóxico de Moncloa, y decidieron hacer pellas junto a otros cinco conmilitones del Consejo de Ministros. Fue tan grosera la desbandada que el núcleo de los que sí acudieron decidió acurrucarse a la izquierda del amado líder. Una manera de buscar calorcito parlamentario en vista de que, a fin de cuentas,
Díaz, Albares
y
Bolaños
solo eran tres; Araña, Pichi y Cortés.
Sabiéndose tan en precario, el presidente trató de espantar el impertinente soniquete de esas rimas y romances que retumbaban en su cabeza para esperar a pie parado las embestidas. Hace tiempo que el PP no se guarda nada en sus lances con Sánchez desde que comprobó que el eje de la Tierra no se detiene si menciona la palabra prostíbulo.
Núñez Feijóo
volvió a hacerlo para acusar a Sánchez de haber aprendido su feminismo en lupanares. Fue la respuesta de granito con la que el gallego replicó a su interlocutor cuando el presidente se encogió de hombros para concluir que el feminismo siempre te da lecciones. Ciertamente, si Sánchez hubiese tratado de ganarse la vida como «headhunter», habría pasado más hambre que un caracol en un cristal. Su capacidad como reclutador de talento ha quedado en entredicho al comprobarse en qué han quedado las andanzas de la pandilla del Peugeot. Corrupción y acoso sexual, un portafolio de acusaciones nada recomendable que permitió a Feijóo coronar su diatriba: es usted uno de ellos. En chaparrones así, el inquilino de Moncloa echa mano de lo que sea para ponérselo a modo de casco: un poquito de Vox, un toque de «y tú más» y hasta las encuestas gubernamentales, siempre que le permitan argumentar que el «acoso laboral» a las mujeres es, en realidad, un problema estructural en España. Y, claro, dicen que el PSOE es el partido que más se parece a España. Hilar excusas siempre se le dio mejor que elegir colaboradores o llamar a las cosas por su nombre.
El presidente acababa de reducir los gestos de felaciones simuladas, las subidas y bajadas de bragueta y los comentarios impresentables sobre escotes a un mero problema de «acoso laboral». Como si a Salazar solo le hubieran acusado de denostar en público el trabajo de un subordinado o exigirle una labor imposible de cumplir.
Tratando de salvar su relato feminista, Sánchez por fin había encontrado una rima que sí le acomodaba: acoso laboral, un problema estructural. Generó tanta indignación el cambiazo lingüístico y conceptual, que la réplica estuvo envuelta en murmullos que agriaron el rostro de
Francina Armengol.
Hay días que la presidenta del Congreso recuerda a
Iturralde González
cuando en los Madrid – Barça ponía mala cara a las protestas de unos y carita sonriente a las de otros. Llegó entonces la intervención de
Santiago Abascal.
El líder de Vox presentó su última innovación parlamentaria: la pregunta con cuatro respuestas incluidas. ¿Para qué esperar a que Sánchez te diga lo mismo de siempre, si puedes tú mismo colocar las respuestas adecuadas? Sánchez, el muy acusica, le afeó haber hecho un monólogo en lugar de una pregunta y pasó a desarrollar una idea egoísta para defender la llegada de inmigrantes: son necesarios para financiar nuestro Estado de Bienestar. A la izquierda se le han quitado las ganas de hacer discursos humanitarios y está tratando de bajar al terreno de los números. Hay algo que preocupa al PSOE cuando piensa en Vox. Cada vez que acusa a los de Abascal de ser el partido de las élites, en realidad está reconociendo que Vox sigue creciendo entre el voto obrero. Dime de qué acusas y te diré qué te acongoja.
Gabriel Rufián
debió percibir ese canguelo, porque decidió sentar a Sánchez en su diván de psicólogo argentino con acento de Santaco. ¿Qué es lo que más le preocupa? Para el presidente fue como una ducha escocesa pasar del monólogo de Abascal a una pregunta tan abierta. Como cuando el maestro
Quintero
incomodaba a los entrevistados con sus eternos silencios, Sánchez sintió la necesidad de buscar respuestas improvisadas en sus bolsillos: la vivienda, la sanidad pública, la seguridad… La terapia parecía surtir efecto y Rufián pidió a su paciente acompañarle en un viaje psicodélico por el supermercado: Pedro, a la gente no le llega; tres filetes de ternera y tres de salmón, 35 euros sin salir de casa. El coste de la vida te sacará de Moncloa. Rufián parecía un tipo lúcido hasta que concluyó el numerito proponiendo topar los precios para crear «distribuidoras públicas de alimentos».
Así empezaron las bodegas castristas donde los cubanos pasean sus cartillas de abastecimiento. La miseria es un problema estructural en Cuba. Como el acoso sexual (o laboral) en la España sanchista.
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