El giro de Rajoy. (Antonio Papell)
Canarias 7, 13-09-2006Fue sin duda un hecho relevante, más de lo que pudo parecer a primera vista, que Rajoy se zafase la pasada semana de las redes que le tendieron los elementos más radicales de su propio partido en relación al envío de tropas españolas al Líbano para formar parte de una misión de paz auspiciada por Naciones Unidas, de forma que el PP colaboró activamente a la unanimidad con que el Parlamento respaldó tal intervención. En aquella ocasión, Rajoy, azuzado por los expertos de FAES (la fundación presidida por Aznar) a la sazón ensimismados en la imposible tarea de comparar el Líbano con Irak, no fue capaz de articular un discurso del todo coherente con su decisión, de forma que el líder de la oposición incurrió en la paradoja de votar sí cuando sus argumentos conducían casi inevitablemente hacia el no; sin embargo, su desmarque resultó bien expresivo y así fue identificado por los sectores más conscientes de la opinión pública.
Después se ha visto que aquel episodio, que permitió atisbar un esperanzador retorno a medio plazo al gran consenso en materia de política exterior, que se hizo añicos cuando el visionario Aznar acudió a las Azores, no ha sido un hecho aislado sino el arranque de una nueva estrategia del presidente del PP, que, según parece, está decidido a imponer su impronta y sus criterios personales a la tarea de dirección que tiene a su cargo. El pasado lunes lo explicó con pormenor ante la junta directiva nacional de su partido, el máximo órgano entre congresos, en un discurso abierto a la prensa, en el que desarrolló tres líneas argumentales. Una primera, que el PP es un partido independiente que toma sus decisiones en función de los intereses generales. Una segunda, que el PP desempeñará la tarea de oposición, que será crítica o muy crítica con el Gobierno según la coyuntura y las circunstancias, si bien está también dispuesto a pactar con la mayoría gobernante “todo lo que sea razonable”. Y una tercera, que el PP sabe también hacer propuestas, opciones alternativas a las del Gobierno.
El planteamiento es impecable y requiere pocas aclaraciones. Si acaso, y en relación con la primera de las tres afirmaciones, que es la más ambigua, parece que Rajoy se estaba dirigiendo tanto a los grupos de presión afines al PP – *FAES incluida? – como a determinados medios de comunicación decididos a imponerle la agenda, el tono y los criterios. En cualquier caso, para dar densidad a su tercer aserto, el relativo a la disposición del PP a hacer propuestas alternativas a las del Gobierno, Rajoy enunció un programa de medidas sobre el problema de la inmigración que, aunque obvias la mayoría, componen un conjunto riguroso que el Gobierno no ha tenido más remedio que admitir como válido. De hecho, la gran noticia del día del martes era, según toda la prensa, que PP y PSOE están dispuestos a garantizar que no haya más regularizaciones masivas de inmigrantes (como se sabe, desde 1985 se han producido seis procesos de regularización, tanto con gobiernos del PSOE como del PP, por los que han legalizado su situación casi 1,15 millones de personas; en el último de ellos, de febrero a mayo del 2005 y dirigido a inmigrantes con trabajo, fueron legalizadas 558.000 personas). Evidentemente, la formulación de propuestas constructivas no impide al PP seguir siendo duramente crítico con el Gobierno, como le corresponde a la primera fuerza de la oposición.
El puñetazo sobre la mesa que ha dado Rajoy ante los suyos constituye una emancipación necesaria de viejas ligaduras que provienen de la excepcionalidad de su designación. Rajoy se hubiera liberado fácilmente de su dependencia de Aznar si hubiese ganado las elecciones del 14 – M, pero por razones fáciles de entender no le está siendo fácil hacerlo desde su incómoda postura de jefe de la oposición. Sin embargo, su supervivencia política dependía de ello: o se liberaba de los corsés reaccionarios que pretenden abarcarlo desde determinados medios de comunicación, que representan a sectores ideológicos que están en el borde del terreno constitucional, o había de resignarse a perder el centro. E, igualmente, o se aprestaba a efectuar propuestas atractivas capaces de sustentar una imagen positiva de su oferta política, o se resignaba a enclaustrarse en el negativismo más absoluto, capaz de cristalizar la adhesión de los más fieles, pero no de atraer a las capas tibias que son las que otorgan y las que quitan el poder.
Por añadidura, Rajoy es un personaje que, por formación y por temperamento, es más dado a combinar crítica y propuestas – es decir, a adoptar una actitud políticamente constructiva – que a encerrarse en la descalificación abrupta, sorda e improductiva. A fin de cuentas, los roles clásicos de la oposición parlamentaria, contradicción y control, consisten en tamizar y en disecar la acción gubernamental al tiempo que se muestra que la acción de poder nunca es unívoca: siempre hay opciones diferentes entre las que elegir. Pluralismo se llama la figura.
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