De masas a hijos

La Vanguardia, , 05-12-2025

Me acostumbro a ver fotos. Unas 30 mujeres en cola para que les den comida en un campo de refugiados en Sudán del Sur. Cientos de personas haciendo ‘vida normal’ en Kyiv con humo procedente de los bombardeos que se producen muy cerca de allí. 90 muertos por el huracán Melissa en Jamaica. Unos 300.000 gazatíes que vuelven a sus casas en el norte de la franja de Gaza.

He dicho que me acostumbro a ver fotos y no es así. El peligro está en que me acostumbre a ver masas, sin recordar que una masa está formada por personas y que cada persona es algo riquísimo, digno de todo respeto, porque Dios nos ha hecho uno por uno, o sea, primero uno y luego otro y así.

Uno por uno. Cada uno con sus cosas buenas y sus cosas menos buenas. Cada uno con su buen genio o su mal genio. Uno listo y otro cenutrio (“torpe, estúpido”). Cada uno con sus ilusiones, sus ambiciones, sus decepciones… Con todo eso, cada uno manejó su vida: uno llegó a ministro, siendo cenutrio y otro, no.

Cada uno manejó su vida como pudo. Esto es para todos: vida, válido para Trump, válido para Zelenski, válido para el chavalillo sucio cuyo porvenir en la vida parece que es no salir nunca del campo de refugiados, donde sus abuelos se refugiaron, sus padres se fueron acostumbrando y él se quedó para siempre, haciendo un máster en odio que le servirá para amargarse la vida y poner alguna que otra bomba en supermercados o canchas de fútbol donde haya mucha gente.

Estoy siguiendo al Papa en su viaje al Líbano. En términos cuantitativos, el viaje no merecía la pena. Firmada con autopen, se podía haber enviado una carta personalizada a cada libanés católico.

Pero se trata de atender a cada persona, a cada una de las que hizo Dios sin utilizar el autopen. Una sola persona tiene la suficiente importancia como para que el Papa se haga la maleta, coja el avión y se presente en Beirut en 3 horas, 10 minutos.

Veo el panorama actual y me animo. Miles y miles de personas, despreciadas y amontonadas, que se convierten en personas de verdad (con ilusiones, ambiciones nobles, carcajadas limpias, ovaciones entusiasmadas…) porque a un señor vestido de blanco se le ocurrió hacer la maleta, agarrar un avión, llegar hasta su casa y decirles: “hola, hijos”.

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