Antonio Domingo, contable y físico: “En el mundo real dos y dos no siempre son cuatro”

La lección de un apasionado de las matemáticas que ayuda de forma altruista a jóvenes vulnerables

La Vanguardia, Domingo Marchena/Barcelona, 05-12-2025

Antonio Domingo Gispert, el tercero de cinco hermanos, nació hace 61 años en Riudoms (Tarragona). Tuvo una familia normal, unos padres normales y una infancia normal hasta que su labor desinteresada como voluntario social le enseñó que en realidad todo eso era extraordinario. Estudiante de matrícula de honor en matemáticas y licenciado en Física, trabaja como contable y desde hace 10 años ayuda a jóvenes vulnerables de Barcelona.

El entorno más próximo de este apasionado de la ciencias puras es un ejemplo de voluntariado social, que también ejercen o han ejercido su esposa, dos de sus tres hijos y un yerno. Antonio dedica dos días a la semana a echar una mano en la Fundación de la Esperanza, en el distrito de Ciutat Vella de Barcelona. Y lo hace con lo que más le gusta: enseñando matemáticas, “el summun de la belleza de las creaciones humanas”.

Pero esta fundación, que a su vez es una entidad de acción social de otra fundación, la de la Caixa, no es una simple academia de refuerzo. El apoyo educativo es solo una de las ramas del árbol, pero hay más para luchar contra la pobreza: formación, inserción laboral, casa de acogida… Unos 194 estudiantes, de tres a 20 años, reciben clases para poder seguir el ritmo de sus compañeros en la escuela, el instituto o la universidad.

Antonio se ocupa de los de 16 años en adelante, a quienes intenta inocular el veneno que le inocularon a él maestros como los profesores Esteve o Navès: el amor por los números y las fórmulas, “para las que no hacen falta grandes capacidades mnemotécnicas, sino simplemente aplicar la lógica: entender importa aquí más que recordar”. Numerosos estudiantes han aprobado la selectividad o se han puesto al día gracias a él.

Del profesor Xavi Esteve, que le marcó en su etapa como bachiller en Lasalle de Reus, aprendió además que la bondad es una herramienta muy útil para todo, “también para enseñar matemáticas”. Y eso trata de hacer él, uno de los más veteranos del centenar de voluntarios que colaboran con la plantilla de educadores de la fundación. Esa misma bondad le ha mostrado que “en el mundo real dos y dos no siempre suman cuatro”.

En las matemáticas, dice, “sí que dos y dos siempre son cuatro, pero en la vida hay desigualdades que distorsionan esa suma. Aquí, por ejemplo, vienen jóvenes con dificultades con las matemáticas. Pero, en cuanto rascas un poquito, descubres las verdaderas causas de sus problemas: muchos viven con sus padres y hermanos en una habitación o en un piso compartido con tres familias, sin un lugar para aislarse y poder estudiar”.

Ese es la razón de ser de la fundación: luchar de mil maneras contra la exclusión social, ya sea creando empleo o alojando en pisos refugio a mujeres maltratadas. El perfil mayoritario de las personas atendidas sería el de una mujer de entre 30 y 50 años, con hijos y de origen extranjero. Es habitual, dice Antonio, “que el hijo de un notario sea notario, pero quizá tengan que pasar tres generaciones para que lo sean los hijos de estas madres”.

En 1986, un año antes de que Antonio se licenciara en Física en la Universitat Autònoma de Barcelona, la ONU declaró que cada 5 de diciembre se celebraría el día internacional del Voluntariado. No habría que hacer mucho caso a este calendario conmemorativo (ya con más días internacionales que jornadas tiene el año), pero cualquier excusa es buena para hablar de uno de los padres de la física y del principio de la palanca…

El sabio griego Arquímedes dijo una vez: “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Las personas como Antonio, a las que habría que aplaudir todos los días, y no dedicar solo una jornada al año, son esos puntos de apoyo. Este profesor voluntario es capaz explicar teoremas tan complejos como la fórmula de Euler de forma comprensible hasta para dos absolutos zotes, como el fotógrafo y el periodista de esta crónica.

La primera en abrir la puerta fue Roser, la esposa de nuestro protagonista, que en el 2013 participó en actividades de ocio y de gestión administrativa para impulsar la integración de una familia de refugiados sirios, a los que enseñó sus primeros rudimentos de castellano y catalán. Los Domingo descubrieron así este faro del barrio Gòtic, en un edificio primorosamente restaurado junto a la iglesia de los santos Just y Pastor.

Dos hijos del matrimonio y el marido de una de sus hijas se embarcaron posteriormente en tareas de voluntariado de forma intermitente, cuando sus obligaciones se lo permiten. Pero Antonio los ha superado a todos y sigue remando en este barco ininterrumpidamente desde el 2015 y ahí seguirá, “mientras me lo permitan la fundación y mi salud”. ¿Por qué hace lo que hace? “Porque me hace feliz y porque tuve una infancia normal”.

“Quienes crecimos con cosas básicas que dábamos por sentadas y que son un lujo inalcanzable para muchos niños y jóvenes en otros países y también aquí, sin necesidad de irse lejos, tenemos una obligación. Debemos compartir nuestra suerte y nuestros conocimientos con los demás. Solo así saldrán del círculo de la pobreza”, explica entre clase y clase, mientras se convierte en el punto de apoyo de una palanca invisible para mover el mundo.

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