Equidistantes
La Vanguardia, , 03-12-2025Que la derecha se equivoca siendo islamófoba me parece tan obvio como que deberíamos ser capaces de reprobar al Gobierno de Israel sin favorecer el antisemitismo. Que la inmigración es buena para España es tan cierto como que el hipercambio étnico al que asistimos aumenta la percepción de inseguridad entre la población. Respetar el gradualismo hacia la democracia de Arabia Saudí; admirar el crecimiento económico chino o, ahora que estamos conmemorativos, sentir gratitud hacia la generación de españoles que consiguió transitar de la ley a la ley, sin apenas derramamiento de sangre, debería ser compatible con defender, sin matices, especialmente entre los más jóvenes, nuestro compromiso democrático o, lo que es lo mismo, nuestra repugnancia por el aumento de las desigualdades, el autoritarismo y la intolerancia.
A los que así razonamos, muchos nos acusan de ser equidistantes. Y, como es sabido, para los fanáticos de hoy, que son los de siempre, la equidistancia nunca ha sido una virtud, sino que constituye un irritante defecto. Aunque según el diccionario el equidistante es aquel que está a la misma distancia entre dos puntos, en política generalmente el término tiene una connotación negativa, asociándose a tibieza, a no querer mojarse por este o aquel partido. Es una lástima, porque en teoría el hombre moderno debería poder distinguirse por su autonomía moral, por saber formarse opinión –y defenderla– haciendo uso tan solo de la razón, sin prejuicios, supersticiones ni lealtades tribales, aun a riesgo de equivocarse o de quedarse solo. Por experiencia propia les puedo asegurar que procurar dar la razón a quien la tiene a corto plazo no siempre es una buena idea, pues siempre ha sido más confortable errar con los tuyos que acertar y quedarte solo. También es conocido que adelantarte a tu época es una forma como cualquier otra de equivocarte. Así, por ejemplo, en el 2025 todo el mundo sabe que el procés fue un disparate, pero haberlo advertido en el 2017 quizás no fue ni sabio ni oportuno.
En unos tiempos sectarios y polarizados como los nuestros, es bueno recordar que hubo una época en que las elecciones se ganaban conquistando el centro y no, como ahora, persiguiendo los extremos, como pollo sin cabeza. Yo mismo tuve el honor de ser simultáneamente patrono de la Fundación Trias Fargas, la de los liberales nacionalistas, y de la de Ernest Lluch, la de los socialistas catalanistas. Mantuve esta doble militancia incluso ya siendo conseller del Govern con Artur Mas. Tanto para el presidente de la Generalitat como para Joan Majó, entonces –y todavía hoy– presidente de la fundación socialdemócrata, era coherente e incluso honorable favorecer este tipo de circunstancias. ¿Se imaginan algo similar en la actualidad entre patronatos del PP y del PSOE o entre los de ERC y Junts? También recuerdo que, siendo yo alcalde de Figueres, un día el ya expresident de Catalunya Pasqual Maragall confirmó por sorpresa su asistencia a un acto conmemorativo de la salida al exilio de tantos miles de españoles a su paso por el Empordà, en 1939. Terminados los parlamentos institucionales y sin apenas haber hablado, Maragall vino a saludarme y me arreó: “Joven, no tengo ni idea de qué partido es usted. Lo que sí tengo claro es que usted y yo ¡lo somos del mismo!”. ¿Se imaginan algo similar, en nuestros días, entre un alcalde socialista y un expresidente pepero?
En mi opinión, el mejor antídoto al asedio actual a la democracia es favorecer ciudadanos con criterio o, lo que es lo mismo, combatir el sectarismo. Deberíamos elogiar sin miedo lo que apreciemos como aciertos políticos y aún más, si cabe, reprobar los errores, vengan de donde vengan. ¿O no resulta bastante obvio que yerra Pedro Sánchez cuando flirtea con la idea de lawfare en España, tanto como falla Núñez Feijóo usando el insulto como único argumento? Se equivoca Junts cuando coquetea con ideas xenófobas como falla también ERC manteniendo a un deslenguado y faltón como portavoz en el Congreso. Obrando así, unos y otros se separan de su mejor tradición ilustrada y estimulan lo peor de nosotros mismos, el cainismo que tanto mal ha causado en España.
Ya lo ven, soy un equidistante, condenado a vagar descastado y apátrida por estos mundos crédulos. Como tantos de ustedes, supongo.
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