Lourdes Suyapa, 28 años: “Cuando llegué a Barcelona estuve dos años sin ver a mi hijo pequeño mientras ahorraba para un futuro mejor”

“Extraño a mi madre, a mi hermano, a mis tías y a mi sobrino que aún no he tenido la oportunidad de conocer”, cuenta en una entrevista para La Vanguardia

La Vanguardia, Nabila Bourass, 01-12-2025

Emigrar es uno de los procesos más duros y emocionantes que una persona puede vivir a la vez; se mezcla la ilusión de un futuro laboral mejor o de una vida más digna, con la tristeza de dejar atrás a familiares sin saber con certeza cuándo volverán a reencontrarse. Esta es la historia de Lourdes Suyapa, que hace cuatro años, con sus 24 años, tuvo que dejar a su pareja y a su hijo de seis años para en Honduras para trabajar en Barcelona. “La opción más práctica era venir yo sola, trabajar, ahorrar y luego volver a mi casa”, cuenta en una entrevista para La Vanguardia.

Suyapa se sentía estancada en su país, donde veía imposible prosperar económicamente, viviendo el día a día con su familia. Con fuerza y determinación, y tras valorar opciones como Estados Unidos, decidió que lo mejor sería ir a Barcelona, aprovechando que su prima vivía allí. Su objetivo inicial era estar dos años para volver con el dinero suficiente para comprarse un terreno en Honduras. Sin embargo, la distancia lo complicó todo: “La distancia causó muchos estragos en mi relación; había una diferencia horaria de ocho horas. Tenía que desvelarme para poder hablar con ellos, aunque fueran solo unos minutos. La distancia cada vez tenía más peso y llegó un punto donde la relación estaba prácticamente rota”, confiesa.

Tras ese momento crítico, decidieron que lo mejor era que su pareja y su hijo viajaran también a Barcelona, ya que la situación – económica en Honduras no mejoraba – , por lo que llevan dos años viviendo juntos. “Fue muy duro separarme de hijo, como madre te aseguro que fue lo más difícil de emigrar”, relata emocionada.

Cuando Suya primeramente llegó a España, empezó a trabajar como personal de limpieza y, los fines de semana, cuidaba a una señora mayor. Con esto, aprovechaba cada oportunidad laboral para reconstruir su vida lo antes posible.

A día de hoy, tanto ella como su pareja, mantienen sus respectivos trabajos. Sin embargo, todavía no han conseguido alquilar un piso propio, por lo que comparten habitación. “No tenemos un piso propio, comparto habitación con mi pareja y mi hijo en un piso con más personas”, explica.

Uno de los prejuicios más frecuentes que ha encontrado en el sector es pensar que la limpieza es un oficio “propio” de los inmigrantes. “Se nos ha encasillado este término porque tenemos más dificultades para acceder a otros trabajos. No todos los inmigrantes trabajan en limpieza”, recalca. “Antes sí había más tendencia en aceptar cualquier condición, pero poco a poco hemos ido valorando este oficio y exigiendo cobrar al menos lo mínimo”, añade.

Otra de las dificultades a las que se ha enfrentado como inmigrante ha sido aprender a poner límites.  “Ahora en las entrevistas voy más preparada; sé qué cosas tolerar y qué no”, afirma. De hecho, en una ocasión llegó a cobrar 13 euros la hora, pero aun así decidió renunciar. “Cobraba bien, pero mi jefa me trataba muy mal. Una vez me dijo que no le servía, así que ese mismo día renuncié. Por encima del dinero está mi dignidad, tenía claro que no iba a aceptar malos tratos otra vez”, recuerda.

Actualmente, lleva cuatro años sin volver a Honduras y, aunque ya tiene a su núcleo familiar cerca, sigue echando de menos a los demás. “Extraño a mi madre, a mi hermano, a mis tías, también a un sobrino que aún no he tenido la oportunidad de conocer”, explica emocionada.

Aunque Suyapa está agradecida por su situación actual, quiere aclarar la falsa percepción de emigrar. “La gente emigra porque piensa que va a cobrar más y te va a sobrar mucho dinero para ahorrar. Esa era mi idea. Sin embargo, cuando llegué aquí y vi lo caro que era todo, me di cuenta de que, no se puede ahorrar tanto como me imaginaba”, confiesa.

A pesar de ello, reconoce que la calidad de vida que tiene actualmente compensa esa falsa percepción. “España es un país que no me ha tratado mal, me ha brindado oportunidades y una mejor calidad de vida, sobre todo para mi hijo”, explica.

Para ella, esa estabilidad y bienestar para su hijo hacen que el sacrificio valga la pena.  “Aunque trabajemos mucho y el coste de vida es caro:el alquiler, la comida, los gastos, el transporte, etc., al menos tengo la oportunidad de ahorrar un poquito y darme de vez en cuando algún capricho, como cenar afuera, pasear con la familia… Así que todo esto vale la pena”, concluye.

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