Seguridad o islamofobia

Público, Lucila Rodríguez-Alarcón, 01-12-2025

Se está implantando en España la línea discursiva que defiende que hay migrantes buenos –los latinos– y otros malos –los musulmanes–. La ultraderecha de nuestro país lleva diez años promoviendo a pico y pala la narrativa de los “malos musulmanes”, que ha sido muy exitosa en otros países europeos y aquí ha tardado más en cuajar. Pero la histórica cobardía discursiva de la izquierda y el cinismo de la derecha neoliberal que lidera Ayuso están acelerando la implantación de esta línea de pensamiento, que es extremadamente peligrosa.

El pasado 13 de noviembre Rufián nos sorprendía con un discurso que relacionaba vivienda, seguridad y migración. El portavoz de ERC hablaba de derechos y obligaciones de las personas que migran, “te llames Javier o te llames Brahim”. Este discurso es un punto de inflexión tremendo en la narrativa de su partido, que ha comprado el marco securitario e islamófobo de la ultraderecha catalana. Se confirma que Aliança Catalana se está comiendo a Junts, pero también a Esquerra. Y esa es sin duda la razón por la que Rufián se lanza de cabeza a un debate tóxico y mal estructurado, pero que está creciendo en Catalunya a velocidades incomparables, no sólo entre audiencias populares, sino también entre la burguesía ilustrada.

Existe una sensación creciente entre parte de la sociedad catalana de que hay una población musulmana, problemática y en aumento, a la que se está dejando expandirse sin control. Los datos oficiales sobre migración del Govern catalán dan alguna pista pero confirman lo que es previsible: que hay más relato que dato. Es cierto que la población extranjera de Catalunya no deja de crecer y los marroquíes constituyen la nacionalidad extranjera más numerosa. Pero, dicho esto, esta población está compuesta por apenas 250.000 personas, sobre un total de 8 millones, es decir, un escaso 3% del total. Si ampliamos esos datos a la población que es musulmana o lo parece, podríamos estar hablando del doble. Las mayores poblaciones migrantes de Catalunya son de origen americano, principalmente latino, con un 32,3% del total, o bien europeas, con un 30,5%. La población africana representa un 23% y la asiática un 13%.

La persistencia de un relato islamófobo ha conseguido calar en el subconsciente de una población que acaba haciendo suya historias ajenas sin darse cuenta. Esas historias incluyen una enorme sensación de inseguridad en una región que, como todo el país, tiene una tasa de criminalidad muy baja. Para hacer frente a este relato los Mossos han seguido el ejemplo de la Ertzaintza y van a hacer pública la nacionalidad de las personas detenidas. El jefe de los Mossos, José Luis Trapero, presentó los primeros datos que no dejan lugar a dudas: el origen étnico o la nacionalidad no son significativos en la comisión de los delitos; los factores realmente determinantes no son identitarios, sino de carácter social, es decir, la desigualdad, la pobreza, la exclusión, la desestructuración familiar.

Existe un interés en proyectar odio hacia una población concreta. Los grupos ultranacionalistas generan un problema que tiene una solución simple: crear un supervillano contra el que poder luchar y cargar sobre él todas las consecuencias de la desigualdad y la falta de inversión en servicios públicos. Esto no es nuevo. Siempre ha habido supervillanos originarios de los espacios más precarios de nuestras sociedades. En España hemos tenido muchos chivos expiatorios: la población gitana, los migrantes internos –extremeños o andaluces–, las poblaciones latinoamericanas…. Ahora están consiguiendo convencer a mucha gente de que todos estos colectivos, que en el pasado eran considerados “agresivos”, o “ladrones”, o “inadaptados”, o “indeseables”, son mucho mejores que las personas musulmanas. Por lo menos hablan nuestro idioma y tienen nuestra misma cultura. Y resulta que hemos tardado 50 años en darnos cuenta de esto, gracias a la supuesta “invasión” de los “moros”, que culturalmente, parece ser ahora, no comparte nada con nosotras. Las mismas personas que nos cuestionan el feminismo y tienen líderes condenados por violencia machista, nos advierten diligentes de los peligros del Islam para las mujeres. Nos hablan del Islam como si esta fuera una religión más peligrosa que las demás, más peligrosa que amparan abusos, más peligrosa que las que se usan como pretexto para ejecutar limpiezas étnicas y genocidios.

Un día después de la intervención de Rufián en el Congreso llegó la segunda intervención sorprendente del mes de la mano de Isabel Díaz Ayuso. La presidenta de la Comunidad de Madrid respondió contundente a Vox, afirmando que el Gobierno regional no quiere tener un efecto expulsión “porque alguien tendrá que limpiar en sus casas”. De repente Ayuso da un salto mortal narrativo y se convierte en la defensora de las personas migrantes trabajadoras de clase obrera. Así pasa a ofrecer un hogar político al millón de potenciales votantes latinos de primera o segunda generación que viven en la comunidad autónoma. Se estima que casi la mitad de la población migrante de la región es latina. Y, convenientemente, ya no son una minoría vulgar a la que se le pueden colgar sambenitos sin mayores consecuencias, sino una masa votante nada despreciable.

En este marco, la islamofobia resulta cada vez más conveniente para avanzar en este espacio lleno de ruidos y falta de propuestas sociales. Si algo he podido aprender a través de las conversaciones con los jóvenes del proyecto EmpowerYouth es que al final, gracias a esto, en lugar de hablar de la privatización de la sanidad o de la educación, de la falta de regulación de la vivienda y de la desigualdad fiscal, pues hablamos de que Brahim tiene obligaciones.

En realidad todo se reduce a lo mismo: a la desigualdad. Una sociedad igualitaria, donde las personas tienen condiciones dignas, donde los servicios básicos están asegurados, donde la calidad de vida es buena para todas, es segura. La seguridad no se consigue eliminando etnias o culturas, sino ofreciendo derechos y estándares vitales. Es un error confundir el espacio de lucha, pensando que tenemos que competir con quienes menos tienen para vivir mejor. El camino es vivir con orgullo social, acogiendo, luchando por ser mejores, permitiendo que las personas, sean de donde sean, tengan la cultura que tengan, puedan formar parte de nuestras comunidades, esa es la forma de que Juan y Brahim vivan en paz y satisfacción. Y no se trata de negar los problemas sino de abordarlos desde el ángulo correcto, para que las soluciones funcionen y nos sirvan para vivir mejor a todas.

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